En
la Edad media era costumbre llamar a la
Virgen María con el nombre de “rosa”,
siendo esta flor su exorno habitual,
además de ofrecerle cánticos relativos a
María como un jardín de rosas. Para
aquellos que no sabían recitar los 150
salmos, se sustituían por 150 avemarías,
para lo cual se enhebraban granos de 10
en 10 por nudos hechos en una cuerda,
siendo Santo Domingo de Guzmán el que
contribuyo en mayor manera a su
estructura y difusión.
A partir del siglo XV, el Rosario se
extiende con aprobaciones e indulgencias
pontificias, siendo su máximo precursor
León XIII, llamado el Papa del Rosario.
Igualmente, San Pío V atribuyó la
victoria de Lepanto a la intercesión de
la Santísima Virgen invocada en todo el
orbe por medio del Rosario.
A las Letanías lauretanas, que se rezan
tras él, se le añadió la invocación de
“Auxilio de los Cristianos”. También la
devoción a las advocaciones de Lourdes y
Fátima han contribuido notablemente a la
expansión y consolidación del rezo del
Rosario.
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