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La Sevilla del Barroco.-

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La Sevilla del XVII se caracterizó por la decadencia del comercio con América, las epidemias de peste, la pobreza y mendicidad. La situación desembocó en una fuerte religiosidad, motor del tan característico arte barroco sevillano. Obras cumbre de este barroco son el pequeño templo de Santa María la Blanca, o los magnos edificios de la Iglesia del Salvador y la Iglesia de la Magdalena, todos enclaves excepcionales del arte barroco sevillano, donde nos sorprenderán obras de importantes artistas como Juan de Mesa o Martínez Montañés, así como del genial Murillo.

La Sevilla del siglo XVII continuará la renovación urbanística iniciada en el XVI. Se trazarán calles anchas y rectas y los edificios van abandonando las modestas fachadas para ofrecer caras dotadas de cierta monumentalidad. Frente a los palacios y templos surgen plazas idóneas para fiestas y actividades mercantiles. La muralla con sus casi 200 torres y una docena de puertas surgió preservando a la urbe de las inundaciones y de las pestes.

La decadencia del comercio con América al perder Sevilla su monopolio, junto a los zarpazos brutales de las epidemias de peste cambiaron por completo la densidad urbana. Ello trajo consigo el abandono de muchas viviendas y calles y la aparición de solares cuyo cuidado era imposible mantener por el Ayuntamiento.

Nos encontramos a una Sevilla menos tumultuosa, menos ebullante. Ahora la ciudad se va a caracterizar por la miseria, mendigos y hospitales. El estamento eclesiástico, más que mantener su poder y riquezas lo aumenta. Llegarán a existir un total de 6 monasterios, 36 conventos de frailes y clérigos regulares y 28 de monjas además de las 29 parroquias. El siglo XVII es la centuria de las procesiones, de las rogativas y de las hermandades de penitencia.

La febril religiosidad marcó sin duda alguna las realizaciones artísticas de estos años. Clara manifestación de ello es el gran desarrollo de la imaginería, o el que grandes maestros de la pintura fueran absorbidos por los encargos eclesiásticos, caso de Murillo, Zurbarán o Valdés Leal.

Como ya hemos comentado, destaca en la Sevilla barroca la fuera en otros tiempos primera sinagona de Sevilla, la Iglesia de Santa María la Blanca. Qué mejor ejemplo para comprender la estética y gusto del sevillano del XVII, que la magnífica decoración de yeserías que los Hermanos Borja realizaron para la techumbre. Decoración que se revaloriza si tenemos en cuenta que responden a diseños del genial pintor sevillano Bartolomé Esteban Murillo, quién también pintó para este templo el restaurado lienzo de la Ultima Cena.

Por la calle de Santa María la Blanca alcanzaremos la primitiva casa de Miguel de Mañara, situada en el Nº 27 de Levíes, quién constituyó tanto para los sevillanos del XVII como para los de hoy en día, un ejemplo claro de caridad y dedicación con los mas necesitados. La Puerta de la Carne era la zona de gran actividad comercial de la Ciudad en esta época. Tras cruzar esta zona, a través de las calles Muñoz y Pabón o Cabeza del Rey Don Pedro, llegaremos tras cruzar la Plaza de la Alfalfa, a la antigua Plaza del Pan. La popularidad de esta plaza, repleta en mil setecientos de tenderetes para vender pan, pescados y frutas, ha quedado reflejada en la obra de diversos escritores como Camilo José Cela, Muñoz y Pabón, o el mismo Cervantes.

Por la estrechez de la calle Córdoba, donde encontramos el acceso al patio de los Naranjos de la Antigua Mezquita, muy vinculada siempre al gremio de los zapateros y hojalateros, llegaremos a la Plaza del Salvador. Uno de los edificios más singulares de este espacio, sobre todo en el XVII, es la iglesia del Hospital de Nuestra Señora de la Paz. Parada obligada que constituye uno de los muchos hospitales que se erigieron en la ciudad para contrarrestar la acción devastadora de las pestes que azotaban a la población sevillana de manera periódica.

Podremos contemplar la representación mas completa del santoral sevillano en un íntimo recorrido por las naves de la iglesia del Salvador; San Fernando, San Hermenegildo, La Virgen de la Antigua, etc. La apoteosis del barroco sevillano lo constituyen los dos retablos que realizara el portugués Cayetano de Acosta para este templo del Salvador.

Fruto de la religiosidad de la época, Sevilla va a producir sus mejores imágenes religiosas dando comienzo a la escuela sevillana de imaginería. La estatua de Juan Martínez Montañés, situada en la plaza del Salvador, indica el lugar aproximado que este genial escultor ocupaba cada Jueves Santo para ver procesionar la imagen del Nazareno de Pasión, que le otorgó el seudónimo de "el dios de la madera".

Por Sagasta llegamos a la conocida calle Sierpes, la que en la Antigüedad constituía un antiguo brazo del Guadalquivir. Varios conventos y otras instituciones monásticas se construyeron durante los siglos XVII y XVIII así como una cárcel, que no han llegado a nuestros días, y sin los cuales es difícil comprender la Sevilla que nos ocupa.

Después de una breve parada en la fachada del Santo Ángel, que recoge el origen de la creencia en el ángel de la guarda, llegamos a la Plaza de la Magdalena. Este espacio estuvo muy vinculado a la Puerta de Triana, que suponía entonces y ahora, el eje de penetración oeste-este en la ciudad, amen de ser comunicador natural con Triana.

La iglesia de la Magdalena ha sido testigo durante los siglos XVII y XVIII de procesiones religiosas, recibimientos regios, autos de fe, procesiones, rogativas, etc. El interior de este templo nos mostrará los mejores ejemplos de la retablística sevillana de la época.

Fruto de las devociones sevillanas del diecisiete ahora podemos contemplar devociones como la de Nuestra Señora de las Fiebres, a la que pedían protección las mujeres de la época contra las calenturas del posparto.

En un paseo por las naves laterales del templo contemplaremos obras de artistas tan afamados ya en su época como Juan de Mesa, José Montes de Oca, Pedro Roldán, Francisco de Ocampo, Pedro Duque Cornejo, etc.

Texto: José Alfonso Muriel - Fotos: Francisco Santiago©

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Conocer Sevilla 2004 - Francisco Santiago©