a
parroquia de San Vicente Mártir de
Sevilla se halla ubicada entre la plaza
de doña Teresa Enríquez y las calles
Miguel Cid, Cardenal Cisneros y San
Vicente, en el aristocrático ya la vez
popular barrio del mismo nombre. San
Vicente (siglo III) fue diácono del
obispo Valerio de Tarragona y siempre
fue un ardoroso defensor de la fe
cristiana. Detenidos, ambos fueron
conducidos ante el pretor Daciano.
Mientras el obispo fue desterrado, San
Vicente fue sometido a diversos
tormentos para hacerle abjurar de su fe.
Entre ellos sufrió el martirio en el
potro, posteriormente atado al ecúleo o
cruz aspada donde sus miembros fueron
desgarrados con rastrillos de hierro.
Después fue quemado
sobre una parrilla. De todos salió con
vida. Entonces fue encarcelado para
hacerle morir de hambre. En la celda se
transfiguró y los carceleros, al ver el
prodigio, se convirtieron. Pensando las
autoridades que estaban vencidas,
quisieron congraciarse con él y le
colocaron en un blando lecho, pero el
santo murió. Después de muerto, su
cuerpo padeció varias afrentas, como ser
arrojado a un muladar, para que lo
devorasen las alimañas, pero allí fue
defendido por un cuervo. Luego le ataron
una piedra de molino al cuello y lo
arrojaron al mar; pero flotó y las olas
lo devolvieron a la playa, siendo su
cuerpo recogido por cristianos y
recibiendo por fin cristiana sepultura.
Desde entonces es venerado como Mártir.
Por lo que respecta a
la sevillana iglesia parroquial de San
Vicente sus orígenes son remotos, pues
hay autores que afirman que fue una
Basílica visigoda. Se dice fundada por
el arzobispo Evidio, tercer prelado
hispalense, que la dedicó al santo
valenciano Vicente Mártir. Poseía parte
de las reliquias del Santo Diácono.
Entre los hechos legendarios que
acontecieron en este primitivo templo,
cabe señalar dos:
El primero es que su
recinto fue el escogido por el Santo
Arzobispo Isidoro para morir en el año
636. Como recuerdo de esto, existe en la
Sacristía una pequeña y preciosa capilla
llamada del Tránsito de San Isidoro. El
segundo aconteció cuando el rey vándalo
Gunderico quiso apropiarse de los
tesoros del templo, entrando a caballo
para saquearlo. Pero a la entrada fue
atormentado y muerto por un demonio,
como castigo a su gesto profanatorio. De
ambos acontecimientos hay recuerdos
tanto en la fachada (lápida en
castellano antiguo) como en el interior
(pinturas en el presbiterio) del templo.
La erección de la actual iglesia
parroquial de San Vicente hay que
buscarla en el siglo XIV formando parte
del arrabal de los Humeros.
ARQUITECTURA
EXTERIOR E INTERIOR
Los caracteres
arquitectónicos del templo actual
definen una construcción de la ptimera
mitad del siglo XIV Aunque hay que
afirmar que la parroquia de San Vicente
se crea por San Fernando tras la
Reconquista de la ciudad. La iglesia se
construyó en estilo gótico-mudéjar, y ha
sufrido dos grandes restauraciones, una
en el siglo XVIII (tras el terremoto de
Lisboa, de 1755) en la que se repararon
la torre que había sufrido daños y la
zona de los pies donde se cegó la puerta
principal de San Vicente, y se construyó
la Capilla Sacramental; y otra en el
siglo XIX (1884-85) en la que se
añadieron las dos capillas neogóticas de
la zona de los pies y la decoración de
cardina de los pilares, suprimidas en la
última restauración finalizada ahora
hace unos años.
De la etapa medieval
del templo se conserva la estructura
general, así como los pilares que
sujetan arcos apuntados, y también la
capilla de las Siete Palabras. Asimismo
las cubiertas del templo, pero
reformadas ene1 siglo XVIII. En el
exterior hay que destacar el acceso
habitual al templo, por la nave de la
Epístola (c/ Cardenal Cisneros).
La portada de esta
zona fue construida cn 1559, en un
marcado estilo clasicista. Se sostiene
por medio de unas pilastras acanaladas
con capiteles jónicos, que sujetan un
dintel en donde aparece la inscripción:
“Domus Dei et Porta Celi” (Casa de Dios
y Puerta del Cielo). Se remata por medio
de un frontón, en cuyo tímpano hay un
hermoso relieve con la figura del Padre
Eterno. Todo el conjunto se encuentra
culminado por tres jarrones. A un lado
de la puerta hay una lápida alusiva a la
Muerte de San Isidoro y a la profanación
de Gunderico y al otro, un hermoso
retablo cerámico de N. P. Jesús de las
Penas, que fue realizado por Manuel
García Montalbán en 1927, por encargo de
la junta de Gobierno de su Hermandad. Se
halla bajo un bonito tejaroz de forja
rematado por una cruz e iluminado por
dos farolitos. En la fachada del templo
del lado del Evangelio (Plaza de Teresa
Enríquez), se halla la ventana
correspondiente a la Capilla Sacramental
del templo, ricamente decorada y
rematada con una Custodia en su parte
superior, y una sencilla portada de
ladrillo visto con arco de medio punto.
En la zona de los pies del templo (e/
San Vicente) se encuentra la puerta
principal de la Parroquia constituida
por una portada gótica, con arquivoltas
apuntadas, felizmente recuperada el año
pasado. En su parte superior está
rematada por tres sencillos óculos.
En esta misma zona
del templo se dispone la torre, que es
de gran sencillez. Tiene dos cuerpos,
con ventanas en el primero y con arcos
de medio punto en el segundo. Se remata
por medio de un sencillo chapitel
ochavado, cubierto por cerámica, con
jarrones en los lados del mismo material
y sobre él una Veleta con el Cuervo,
símbolo parlante de San Vicente.
Asimismo aquí se halla el exterior de la
Capilla Sacramental. Su exterior es
barroco, con un mareado juego de
volúmenes.
Presenta pilastras
toscanas con una cornisa muy acodada.
Sobre ella se disponen los cuerpos
superiores, que tienen una finalidad más
decorativa que constructiva. Se
organizan por medio de una serie de
columnas exentas de orden jónico, que
sostienen una gran cornisa, decorada con
grandes ménsulas. Todo ello se remata
por medio de una elegante balaustrada en
parte ciega. El ábside, poligonal al
exterior, conserva todavía restos
primitivos (ventanales, contrafuertes).
En el interior del
templo hay que destacar que tiene una
planta basilical de tres naves,
divididas en cuatro tramos, con
presbiterio amplio y puerta principal a
los pies. Se sostiene por medio de
pilares sobre los que apean arcos
apuntados. La cubrición se realiza por
artesa de madera en la nave central,
sujetada por tirantes, mientras que en
las laterales son de colgadizo. El
presbiterio se separa del resto de la
fábrica por medio de un gran arco
triunfal y se forma por medio de dos
tramos, cubierto con bóveda de crucería.
RETABLO MAYOR Y
PRESBITERIO
Es obra de Cristóbal
de Guadix (1690-1706). Consta de banco o
predela, un gran cuerpo central,
dividido en tres calles, y ático. Se
sostiene por medio de grandes columnas
salomónicas. En la calle central se
superponen el Sagrario, un templete a
modo de ciborio o baldaquino, que cobija
la escultura de San Vicente, obra del
taller de Roldán, y el manifestador, que
guarda actualmente una pequeña imagen de
la Inmaculada, de finales del XVII.
Se remata por medio
de un Calvario. El Cristo es de Roque
Balduque y Juan de Giralte, tallado a
mediados del siglo XVI, mientras que la
Virgen y San Juan son de 1704, del
taller de Roldán. En las calles
laterales se disponen relieves con
escenas de la vida del Santo titular: la
Muerte de San Vicente en la cama y el
Martirio en la parrilla en el lado de la
Epístola y el Santo en el acúleo (cruz
espada o de San Andrés) y ante Daciano
en el del Evangelio. En la parte
superior se hallan esculturas de San
Isidoro y San Leandro.
En el lado del
Evangelio del Presbiterio hay dos
grandes cuadros en forma de lunetos, con
las escenas de la Muerte de San Isidoro
y el Castigo de Gunderico, obras de 1753
de Joaquín y Juan Cano. En los laterales
del Presbiterio hay también dos ángeles
lampadarios, realizados en 1747 por
Marcelino Roldán Serrallonga.
En los muros
laterales del Presbiterio se ha colocado
asimismo, en la restauración del año
2001, la sillería del coro, realizada en
madera, con diversos relieves con
cabezas de Santos, y que fue tallada por
Luis de Vilehes (1736-39). Es de buena
factura, dentro de su sencillez.
Algunas piezas de
ella se han reaprovechado para construir
los nuevos Altar y Ambón de la Parroquia
de San Vicente. Antes de la
restauración, la sillería se hallaba
situada a los pies de la nave central,
sobre el muro que cegaba la puerta de la
calle San Vicente; originariamente en el
penúltimo tramo.
CAPILLA DE LA
HERMANDAD DE LAS PENAS
La Capilla de la
Hermandad de Nuestro Padre Jesús de las
Penas y María Santísima de los Dolores
se halla en la cabecera de la nave de la
Epístola. Se cierra por medio de
magnífica reja del siglo XVII. La
Capilla se construyó en el siglo XVI
(1584) y consta de dos tramos, cubierto
el primero por una pequeña cópula
elíptica con linterna y el segundo por
una cópula semiesférica que apean sobre
pechinas. Un arco toral separa los dos
tramos y de él cuelgan unos ángeles
lampadarios (siglo XVIII).
Este recinto en la
antigüedad estaba subdividido realmente
en dos capillas; una al fondo, con
entrada por el Altar Mayor, donde se
veneraba la Virgen del Rosario. Cuando
le fue cedida a la Hermandad figuraba en
ella el Señor de la Divina Misericordia,
ya que dicha Virgen pasó a presidir la
Capilla Sacramental en el siglo XIX
(1885); otra, delantera, en la que en un
altar se veneraba una pequeña imagen de
la Inmaculada, ahora en el Retablo
Mayor. Anteriormente, en esta primera
capilla estuvo colocado el relieve del
Descendimiento.
La Capilla le fue
concedida a la Hermandad en 1946 y fue
restaurada bajo la supervisión del
arquitecto José Granados. Sus paredes
están recubiertas por un bello zócalo de
azulejos, realizado por Hernando de
Valladares (1602). Figuran en él escudos
de los Ponce de León, patronos de la
Capilla, y su tipología es similar a
otros paños de azulejos que se
encuentran en el Alcázar y en diversas
iglesias sevillanas.
El retablo de la
capilla es de estilo barroco, dorado,
del siglo XVIII, como lo delatan sus
estípites. Se desconoce de donde
procede, ya que aparece cortado y
adaptado a las dimensiones del lugar que
ocupa. Fue recompuesto en 1785. Tiene
dos cuerpos, divididos en tres calles.
En el ático aparece un tondo con el
Crucificado, Cristo en la Cruz; mientras
que en las calles laterales hay
diferentes lienzos con temas marianos:
Desposorios con San José, Nacimiento de
Jesús, Anunciación y Presentación en el
Templo. Obras de escuela sevillana,
coetáneas del retablo.
En el año 1996 y
durante la restauración de la parroquia
fueron sustraídas dos de ellas (El
Nacimiento y La Anunciación) que han
sido sustituidas tras la reapertura de
la misma por dos lienzos representando a
San Isidoro y San Juan Bautista, obras
del pintor contemporáneo R. Navas. La
calle central, que se adelanta respecto
a las otras, está presidida por un
camarín en el que se veneró basta el
cierre de la parroquia en 1994, la
imagen de María Santísima de los
Dolores, pues la de Nuestro Padre Jesús
de la Penas no cabía en el mismo.
Encima, a considerable altura, pues el
segundo cuerpo de la calle es superior
al de las laterales, se enmarca un
lienzo pictórico representando a Cristo
Crucificado, con sudario de amplio
movimiento. Remata el cuerpo, encima de
la cornisa, el anagrama de María, orlado
de resplandores en dorado y dos grandes
jarras de flores sobre molduras que
arrancan del segundo cuerpo. Las calles
laterales rematan también en jarras.
Tras la restauración
del 2001, se ha cerrado el camarín y se
ha situado delante del Retablo, en un
pedestal de mármol la imagen de Nuestro
Padre Jesús de las Penas, colocándose la
Virgen de los Dolores, en otro pedestal
marmóreo, en el lado de la Epístola de
la Capilla, en el lugar que antaño y
hasta 1994 ocupara el Señor de las
Penas, y en el lado del Evangelio,
frontero a Ella la nueva talla de San
Juan Evangelista, en similar
disposición, ambos enmarcados por unos
arcos dorados y forrados de terciopelo
granate.
La imagen de Nuestro
Padre Jesús de las Penas es obra
anónima, del círculo de Pedro Roldán
(hacia 1700). Escultura en madera
policromada. Mide 1,34 m de alto. La
talla, derivada de las creaciones de
Roldán, hace gala de una estética
barroca más avanzada, más preocupada por
acentuar la belleza de rasgos 3
proporciones que por resaltar aspectos
monumentales. Es, por tanto, obra
inmediatamente posterior a la irrupción
de Roldán en el panorama artístico
sevillano. Se circunscribe, pues, al
ámbito de los colaboradores y herederos
del maestro. No es efigie procesional
sino de retablo, destinada a ocupar una
hornacina en el Claustro Principal de lo
que fue Convento Casa- Grande del
Carmen. De ahí, su carácter marcadamente
frontal y decorativo.
Es una imagen de
talla completa, de bellísimo estofado
con rico esgrafiado de oro en relieve en
el frente visible de la tónica y sólo
dibujado en el dorso, salpicado con
pequeños ramos de flores sobre el color
grisáceo-azulado de fondo. En el siglo
XVIII, la imagen fue mutilada, al objeto
de poderla vestir. Con tal motivo,
hicieron desaparecer los pliegues
tallados del cuello, tórax y mangas de
la vestidura, y le fue seccionado el
brazo derecho. Solamente se aprecia el
pie derecho al tener atrasada esta
pierna, el izquierdo no se pormenoriza
por caer bajo la túnica.
Es quizás la
escultura que mejor representa la caída
de Cristo en tierra, o mejor aún, el
momento previo a la caída total, en un
concepto esencialmente dinámico de
movimiento inestable. La espléndida
cabeza, con la corona de espinas tallada
en bloque al gusto de la primera mitad
del siglo XVII, gira angustiosamente
hacia la derecha. El pelo se resuelve
con suaves surcos y guedejas a ambos
lados del rostro, la barba es bífida. A
su rostro, de cuidadas facciones, aflora
una pena honda, lacerante, resignada; su
mirada es serena y expresiva, dulce y
angustiada a la vez.
Este Nazareno, al
parecer, representa la Primera Caída
entierra. Cristo, a pesar de su talante
doliente y angustiado, aún posee la
entereza física necesaria para continuar
su camino hacia el Calvario. Bernales
Ballesteros apunta una posible
inspiración en un grabado veneciano,
dada la figuración doliente de Jesús
caído con tres puntos de apoyo y la
composición frontal. La mano derecha se
apoya en el suelo y la izquierda aguanta
la Cruz que carga sobre sus hombros.
Puede estar inspirado también, pero más
lejanamente, en el famoso cuadro de
Rafael Sanzio titulado El Pasmo de
Sicilia. Esta imagen, cerrado el
Convento del Carmen en 1868, se trasladó
en 1870 a la Parroquia de San Vicente,
colocándose en un altar a los pies de la
nave de la Epístola. Rafael Barbero
Medina realizó una espléndida
restauración en 1980. Resanó ensambles,
repuso espinas perdidas, encarnó la
nariz y limpió la frente y los
pabellones auditivos.
La imagen de la
Virgen de los Dolores procede de una
Esclavitud de Siervos de María que ya
existía en el siglo XVIII (1718) en la
Parroquia de San Vicente. Se situaba en
un retablo del lado derecho de la
Capilla Sacramental. Su propia
advocación alude a la Virgen como
Corredentora del género humano, ya que
en su corazón purísimo sufrió los
dolores que su Divino Hijo padeció para
redimir al hombre. Alejandro Guichot en
1925, atribuyó esta Dolorosa a Blas
Molner (fines del siglo XVIII),
discípulo de Cristóbal Ramos. Juan
Carrero estima que dicha atribución no
tiene consistencia, pues por
comparaciones de obras del escultor
valenciano, existe una diferenciación de
su tipología como se puede apreciar en
la documentada de Nuestra Señora de las
Angustias, del Convento Madre de Dios,
de Lucena (Córdoba) (1799), o en la
Virgen de la Soledad, de una colección
particular de Morón de la Frontera, que
tiene en la espalda una inscripción
indicando que la hizo dicho imaginero.
Se puede fijar, desde luego, como obra
anónima (siglo XVIII).
Sería interesante
seguir una pista que da González de León
sobre una obra de Blas Molner procedente
de la iglesia de San Miguel y que
pudiera tener relación con esta imagen.
Otra pista es la gaditana, ya que la
Virgen del Mayor Dolor (de la hermandad
del Cristo de la Buena Muerte) de la
iglesia de San Agustín de Cádiz recuerda
en todos sus rasgos y mirada a la de
nuestra Hermandad, como asimismo son
semejantes las manos que posee. Puede
que las dos las labrase el mismo
escultor, tal vez un escultor
italiano...
María Santísima de
los Dolores es una imagen de candelero,
para vestir, tallada únicamente el
rostro y las manos; concebida para
atraer hacia ella la devoción del fiel.
La Virgen de los Dolores ahonda en los
postulados estéticos del Academicismo
sevillano de fines del siglo XVIII: la
cabeza de tamaño natural, el rostro
aparece frontal y ligeramente inclinado
a la derecha, la mirada se dirige hacia
lo alto, el óvalo del rostro es
redondeado, el semblante lánguido, las
carnaciones pálidas con enrojecimiento
en los párpados, los ojos de etistal,
surcando sus mejillas siete lágtimas
representativas de sus dolores, las
cejas trazadas como a tiralíneas, la
nariz de buen dibujo y modelado como
asimismo la boca, ligeramente abierta,
en la que asoman dientes tallados de
marfil; las manos abiertas y suavemente
flexionadas. En definitiva, todo obedece
al ideal de belleza femenina del
momento. El busto está desbastado y a él
se une el candelero. Mide 1,59 m de
alto.
Esta efigie mariana
ha sufrido varias restauraciones: en
1926 la retocó José Ordóñez; en 1954 la
intervino Narciso Gallego; en 1965 la
consolidó, encarnó y policromó Sebastián
Santos Rojas y en 1985 la volvió a
consolidar José Rodríguez
Rivero-Carrera. La imagen de San Juan
Evangelista, situada frente a la Virgen
en la Capilla y a la derecha del Señor,
es obra reciente de José Antonio Navarro
Arteaga, realizada en 1992.
De esta manera se
unieron en 1875 la Virgen de los
Dolores, que se encontraba desde antaño
en la parroquia de San Vicente, y el
Señor de las Penas que acababa de llegar
del Convento del Carmen, para fundar
nuestra Hermandad y Cofradía de
Nazarenos de Nuestro Padre Jesús de las
Penas y María Santísima de los Dolores,
posteriormente reorganizada en 1923, y
que desde entonces es una de las más
señeras y ejemplares del Lunes Santo y
de toda la Semana Santa de Sevilla.
ALTAR DE LA VIRGEN
DEL ROSARIO
Es obra de Cristóbal
Ramos (siglo XVIII). La Virgen del
Rosario es una egregia imagen, de
elevada prestancia y categoría. No sólo
es titular de la Hermandad Sacramental,
sino que además debemos considerarla
como Patrona o protectora de esta
aristocrática feligresía. Artísticamente
parece una escultura del siglo XVII,
cuya calidad se aprecia a primera vista.
González de León afirma que el autor de
la imagen es Cristóbal Ramos (siglo
XVIII). Hernández Díaz duda de esta
autoría. Otros investigadores sostienen
que la talla es anterior, del círculo de
Felipe de Ribas, aunque puede que fuera
reformada por Cristóbal Ramos en el
rostro y manos. En cualquier caso, no se
ha hallado hasta el momento documento
probatorio alguno.
Era imagen de talla
completa que en el siglo XVIII
desmocharon para vestirla, lo cual
impide hacer un análisis más detallado
sobre su paternidad. Una acertada
restauración, dirigida en 1982-83 por
Peláez del Espino, ha devuelto la imagen
a su condición original de talla
completa, reconstruyendo
imaginativamente las partes que faltaban
a tenor de los elementos subsistentes y
de algunos indicios como unos grabados
dieciochescos. La imagen luce vestiduras
ricamente policromadas y estofadas, en
color rojo la tónica con estofado de
flores y en color azul el manto, que se
sujeta por un broche a la altura del
pecho.
El rostro de la
Virgen, con una encarnadura un tanto
blanquecina, es de gran elegancia y
finura; expresa cierta melancolía
mientras dirige la mirada hacia su
1-lijo que, sentado en su brazo
izquierdo, a su vez la contempla
reflejando ansiedad en su rostro, pleno
de ingenuidad infantil. El Niño Jesús
también destaca por su factura, muy
vivaz y realista. Tiene estupendos
atributos de orfebrería (coronas y
ráfaga del siglo XVIII, cetro del siglo
XIX, etc.), bordados (mantos, sayas) y
otros aderezos (media luna).
Sin duda la tradición
rosariana de Sevilla tiene aquí uno de
sus más augustos puntos de referencia:
Reina y Madre, esta elegante Señora goza
de un sello propio por el cual destaca
con méritos indudables dentro de la
Mariología Hispalense. En la
restauración del año 2001 se la ha
situado en un Altar de nueva planta, en
la cabecera del lado del Evangelio, en
el que la acompañan a un lado Santa
Teresa (siglo XVIII), procedente del
Convento Casa Grande del Carmen y obra
de carácter anónimo, y al otro Santa
Bárbara, que perteneció al retablo
antiguo (Mayor) y obra asimismo de autor
anónimo (siglo XVII) y que algunos
investigadores (por su buena factura)
han llegado a situar en el círculo de
Juan Martínez Montañés. Precisamente
sobre el altar de la Virgen del Rosario
y formando un conjunto se han situado
cuatro pinturas del antiguo retablo
mayor tratando de recomponerlo. Son
escenas de la Vida de San Vicente, obra
de Juan de Uceda (2) y de Francisco
Varela (2).
En los últimos años
de su vida Juan de Uceda contrató la
ejecución de las pinturas del retablo
mayor de la iglesia de San Vicente. La
realización comenzó en 1629 y en 1631,
año de su muerte, aún no había
concluido, correspondiendo esta tarea a
Francisco Varela. Las dos obras que
corresponden a Uceda, como las restantes
del retablo, se encuentran en nuestros
días oscurecidas y repintadas, siendo
difícil su correcta valoración. Son
estas dos pinturas “El martirio de San
Vicente en el potro” y “La historia de
la cama de rosas”. En 1631, Francisco
Varela se encargó de concluir las
pinturas de dicho retablo. En este
conjunto pictórico realizó “El Martirio
de San Vicente en la parrilla” y “San
Vicente con el obispo Valerio ante el
emperador Decio”, obras que están
firmadas por Varela y cuya fecha es
1636. La primera fue recientemente
restaurada.
CAPILLA HERMANDAD
DE LAS SIETE PALABRAS.
La Capilla de la
Hermandad de las Siete Palabras es de
planta cuadrangular, cubierta por una
bóveda ochavada, sustentada por medio de
trompas. Preside la misma el Santísimo
Cristo de las Siete Palabras, imagen del
escultor Felipe Martínez (1681-82); a
sus pies se halla la efigie de Nuestra
Señora de los Remedios, talla de Manuel
Gutiérrez Reyes-Cano (1865) y también
San Juan Evangelista, obra de José
Sánchez (1859). En el paso de misterio
estas figuras son acompañadas por las
Tres Marías, realizadas por Manuel
Gutiérrez Reyes-Cano (1865-66).
El Cristo de las
Siete Palabras es obra del escultor
Felipe Martínez (1681-82). Atribuida
tradicionalmente tanto al círculo de
Pedro Roldán (Antonio Hernández
Parrales, Palomero) como al de Jerónimo
Hernández (José Hernández Díaz, el
propio Palomero, F. García de la
Concha). Procede de la extinguida
iglesia del convento de San Francisco de
Paula y le fue cedida en depósito a la
hermandad de las Siete Palabras en 1881,
que lo convierte en su imagen titular.
En dicha iglesia tan sólo existía un
crucificado que perteneció a la
extinguida hermandad del Cristo de la
Sangre. Y precisamente para esta
hermandad el imaginero Felipe Martínez
en 1681 se compromete a realizar un
Cristo crucificado de madera de cedro o
ciprés, de dos varas de alto y que se
había de entregar acabado de policromía,
en 1682. La iconografía representada era
la de Cristo de la Sangre o Cristo como
Fuente de la Vida.
Se puede identificar
al Crucificado contratado por Felipe
Martínez con la imagen hoy titular de la
hermandad de las Siete Palabras. En
primer lugar, dimensiones y materiales
coinciden. El crucificado de las Siete
Palabras mide 1,67 m. (dos vara
aproximadamente) y es de madera de
cedro. En segundo lugar, se trata de un
crucificado vivo, adecuado para la
iconografía representada por la
hermandad de las Siete Palabras en su
paso de misterio. Se podría objetar que
el actual crucificado de las Siete
Palabras carece de la quinta llaga, la
del costado, que es consustancial a las
representaciones de Cristo de las
Sangre.
Pero un detenido
estudio mediante luz rasante de la zona
del costado derecho de la talla y a la
altura donde podría situarse la llaga
producida por la lanzada revela la
existencia de una pequeña estructura
rectangular de madera, a modo de tapa,
que se incrusta en la talla intentando
disimular la huella de la llaga que en
origen tendría. Así se comprende la
restauración de Emilio Pizarro para
adaptar su iconografía: eliminación de
la llaga del costado mediante la pieza
de madera estucada, repolicromía de la
imagen en tonos claros y sustitución de
la cruz arbórea.
El análisis
estilístico de la imagen revela
caracteres formales propios del barroco
de la segunda mitad del siglo XVII y no
del romanismo de fines del siglo XVI. En
el conjunto de la talla puede observarse
una técnica de ejecución suelta y
desenfadada: el tratamiento de la
anatomía, de carácter naturalista,
presenta un modelado blando y
simplificado que proporciona suaves
transiciones de luz; el sudario,
seguramente original, es de reducido
tamaño y con cuerda que lo sujeta y
permite observar una técnica abocetada,
a liase de grandes planos; la expresiva
cabeza, en fin, de acusados perfiles en
el rostro y con cabellera y barba
talladas a base de amplios golpes de
gubia que dibujan masas compactas remite
claramente a la técnica empleada en
Sevilla desde mediados del siglo XVII.
Felipe Martínez es un
escultor prácticamente desconocido, pero
hijo del también escultor Alonso
Martínez, abijado del flamenco José de
Arce y yerno del pintor Juan Valdés
Leal. Pertenece a la generación de La
Roldana y Francisco A. Ruiz Gijón.
Rememora las Siete Palabras de Cristo en
la Cruz (concretamente la Tercera).
En el año 1992 volvió
a ser restaurado por Enrique Gutiérrez
Carrasquilla y Pedro Manzano, que le
devolvieron su policromía original,
seguramente alternada por Emilio
Pizarro, y le entreabrieron los ojos
entre otras cosas. Sustituyó como
Titular de la Hermandad a otra imagen
Cristífera que se encuentra hoy en día
en la localidad onubense de Cartaya.
Actualmente (agosto de 1988), está a la
espera de volver al taller de Pedro
Manzano, sitio en el que ya estuvo en
febrero de este mismo año para realizar
trabajos centrados en la policromía de
la zona de las potencias, de la espalda
y del sudario. En la próxima visita al
taller se realizarán trabajos de
policromía en manos y cara, realizándose
previamente un TAC y sin descartar más
trabajos. Será en el mes de septiembre
de 2008 y se pretende que esté listo
para los cultos cuaresmales.
La Virgen de los
Remedios ofrece la particularidad de ser
la única dolorosa antigua que tiene sus
ojos de cristal en color más claro que
lo habitual, como azulados. Dirige su
mirada hacia arriba, pues compone la
clásica y devota escena del Calvario,
junto a San Juan.
En el lado del
Evangelio de la Capilla se halla la
imagen dolorosa de Nuestra Señora de la
Cabeza, realizada por Emilio Pizarro
(1878) (originariamente como el Angel de
la Justicia del Misterio alegórico del
Corazón de Jesús) y reconvertida en
Virgen por Manuel Escamilla (1956).
La imagen de la
Virgen de la Cabeza tiene el rostro
menudo, de cálidas carnaciones, animado
por los ojos de cristal sombreados por
espesas pestañas, las lágrimas que
surcan sus mejillas y la espléndida
cabellera de pelo natural que asoma
tímidamente bajo el tocado. Imagen de
candelero, de vestir. Desde finales de
julio de 2008, La Titular se encuentra
en el taller de Pedro Manzano para su
restauración. Concretamente el 29 de
julio la Virgen partió del templo para
realizarle un TAC. Una vez en el taller
de Manzano la Titular será restaurada
íntegramente, pues nunca lo había sido
anteriormente. Se le va a realizar un
nuevo candelero pues el que tiene es
entelado y se encuentra en malas
condiciones. También se le realizará un
arreglo integral del cuerpo, así como en
la policromía de manos y cara.
En el lado de la
Epístola de la Capilla se sitúa la
maravillosa talla completa de la Virgen
de la Cabeza (de Gloria), obra de Roque
Balduque (hacia 1550-54). Es una
verdadera joya artística, como otras
efigies del mismo autor y círculo i c o
no gr 5 fi e o. Destacan los sinuosos
drapeados de rítmicos pliegues ora
curvilíneos ora verticales, que caen con
aplomo casi de cariátide, virtuosamente
esculpidos en la madera. El porte
señorial, majestuoso, de auténtica “teotocos”.
El encanto del Niño Jesús, que parece
surgir de nuevo del vientre materno,
cariñosamente ceñido a la cintura de la
Virgen. La gravedad, gracia y frescura
de su divino semblante. En definitiva,
la imagen toda.
En el mismo sector se
encuentra una magnífica pintura de la
Virgen de los Remedios, obra de Pedro
Villegas Marmolejo (hacia 1590). La
Virgen de los Remedios es una bellísima
pintura sobre tabla, rematada en medio
punto. Constituía la tabla central del
retablo de Villegas que existía en la
capilla de los Vargas de la Parroquia de
San Vicente. En ella aparece la firma
del pintor.
La pintura supone la
plena integración de las formas
rafaelescas en la obra del maestro
sevillano. La Virgen aparece en un
espacio irreal, configurado por nubes.
Se distingue también por la claridad de
su composición: la Virgen sentada al
centro, con su Divino Hijo sobre las
rodillas, adorada por dos pequeños
ángeles músicos en la parte baja y por
otros dos ángeles genuflexos sobre nubes
en la parte alta, formando un esquema de
simetría armónica y rigurosa. Con ello
Villegas rompe el esquema quatrocentista
de la Virgen de la Rosa de Alejo
Fernández y siguiendo a Pedro de Campaña
y un grabado de Marco Antonio Raimondi,
inspirado en un dibujo de Rafael, inicia
el camino del naturalismo de las
Vírgenes de la posterior pintura
sevillana. La imagen presenta un volumen
plenamente escultórico, con un ritmo de
distribución de las masas y de los
plegados de los paños, similar al que
muestra la Virgen de Juan Bautista
Vázquez el Viejo que aparece en la
portada de la Antigua Universidad de
Sevilla.
Recientemente ha sido
restaurada y se le ha devuelto su
colorido primitivo, desaparecido en una
anterior restauración (1873). Los
colores indecisos, desmaterializados
fueron sustituidos por otros vivos y
uniformes, que contribuyeron a acentuar
la relación de esta imagen con las
Vírgenes de Murillo. Tendencia al
naturalismo que se acentúa con la
aparición del cestillo de flores y
frutos. Elegantísimo gesto de la
Madonna, significativa muestra del
estilo llamado “romanista” (dibujo y
color con finura puramente italiana).
TRÁNSITO A PLAZA
DE TERESA ENRÍQUEZ
Busto del Ecce-Homo
(siglo XVII) en una hornacina. Advocado
originariamente como el Señor de la
Humildad y Paciencia. Procede del
colegio de San Buenaventura y fue donado
a la hermandad sacramental en 1810.
Azulejería trianera
(siglo XVII). Testigo, dejado en la
restauración del 2001, de la fábrica del
templo por ser la zona más antigua del
mismo (medieval). Lauda sepulcral, antes
en Capilla Sacramental. Pintura de la
Piedad (siglo XVIII). Hasta la
restauración del 2001 se alzaba en el
centro de esta salida, la Cruz del
antiguo cementerio parroquial de San
Vicente, que estaba en la actual plaza
de Teresa Enríquez. Está fechada en 1582
y es de estilo Renacimiento. Es de
mármol y una de las más bellas de
Sevilla. Consiste en una columna
abalaustrada sobre un basamento y
rematada por un capitel compuesto, sobre
el que se alza la Cruz con Cristo por
delante y la Virgen por detrás. Desde
l84l se halla en el interior del templo
y en el 2001 se ha situado a los pies de
la nave del Evangelio. Junto a la cruz
se ha situado la Pila Bautismal que es
también Renacentista. El pie es un
balaustre y la taza, una venera.
Bibliografía.
Adame de Araiztegui,
José Manuel. Licenciado en Historia del
Arte. Parroquia de San Vicente Mártir.
Boletín de la Hermandad de Las Penas nº
127, 128 y 129 (Noviembre 2007, Febrero
2008 y Noviembre 2008)
Fotos: Francisco Santiago |