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Parroquia de San Vicente.-

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a parroquia de San Vicente Mártir de Sevilla se halla ubicada entre la plaza de doña Teresa Enríquez y las calles Miguel Cid, Cardenal Cisneros y San Vicente, en el aristocrático ya la vez popular barrio del mismo nombre. San Vicente (siglo III) fue diácono del obispo Valerio de Tarragona y siempre fue un ardoroso defensor de la fe cristiana. Detenidos, ambos fueron conducidos ante el pretor Daciano. Mientras el obispo fue desterrado, San Vicente fue sometido a diversos tormentos para hacerle abjurar de su fe. Entre ellos sufrió el martirio en el potro, posteriormente atado al ecúleo o cruz aspada donde sus miembros fueron desgarrados con rastrillos de hierro.

Después fue quemado sobre una parrilla. De todos salió con vida. Entonces fue encarcelado para hacerle morir de hambre. En la celda se transfiguró y los carceleros, al ver el prodigio, se convirtieron. Pensando las autoridades que estaban vencidas, quisieron congraciarse con él y le colocaron en un blando lecho, pero el santo murió. Después de muerto, su cuerpo padeció varias afrentas, como ser arrojado a un muladar, para que lo devorasen las alimañas, pero allí fue defendido por un cuervo. Luego le ataron una piedra de molino al cuello y lo arrojaron al mar; pero flotó y las olas lo devolvieron a la playa, siendo su cuerpo recogido por cristianos y recibiendo por fin cristiana sepultura. Desde entonces es venerado como Mártir.

Por lo que respecta a la sevillana iglesia parroquial de San Vicente sus orígenes son remotos, pues hay autores que afirman que fue una Basílica visigoda. Se dice fundada por el arzobispo Evidio, tercer prelado hispalense, que la dedicó al santo valenciano Vicente Mártir. Poseía parte de las reliquias del Santo Diácono. Entre los hechos legendarios que acontecieron en este primitivo templo, cabe señalar dos:

El primero es que su recinto fue el escogido por el Santo Arzobispo Isidoro para morir en el año 636. Como recuerdo de esto, existe en la Sacristía una pequeña y preciosa capilla llamada del Tránsito de San Isidoro. El segundo aconteció cuando el rey vándalo Gunderico quiso apropiarse de los tesoros del templo, entrando a caballo para saquearlo. Pero a la entrada fue atormentado y muerto por un demonio, como castigo a su gesto profanatorio. De ambos acontecimientos hay recuerdos tanto en la fachada (lápida en castellano antiguo) como en el interior (pinturas en el presbiterio) del templo. La erección de la actual iglesia parroquial de San Vicente hay que buscarla en el siglo XIV formando parte del arrabal de los Humeros.

ARQUITECTURA EXTERIOR E INTERIOR

Los caracteres arquitectónicos del templo actual definen una construcción de la ptimera mitad del siglo XIV Aunque hay que afirmar que la parroquia de San Vicente se crea por San Fernando tras la Reconquista de la ciudad. La iglesia se construyó en estilo gótico-mudéjar, y ha sufrido dos grandes restauraciones, una en el siglo XVIII (tras el terremoto de Lisboa, de 1755) en la que se repararon la torre que había sufrido daños y la zona de los pies donde se cegó la puerta principal de San Vicente, y se construyó la Capilla Sacramental; y otra en el siglo XIX (1884-85) en la que se añadieron las dos capillas neogóticas de la zona de los pies y la decoración de cardina de los pilares, suprimidas en la última restauración finalizada ahora hace unos años.

De la etapa medieval del templo se conserva la estructura general, así como los pilares que sujetan arcos apuntados, y también la capilla de las Siete Palabras. Asimismo las cubiertas del templo, pero reformadas ene1 siglo XVIII. En el exterior hay que destacar el acceso habitual al templo, por la nave de la Epístola (c/ Cardenal Cisneros).

La portada de esta zona fue construida cn 1559, en un marcado estilo clasicista. Se sostiene por medio de unas pilastras acanaladas con capiteles jónicos, que sujetan un dintel en donde aparece la inscripción: “Domus Dei et Porta Celi” (Casa de Dios y Puerta del Cielo). Se remata por medio de un frontón, en cuyo tímpano hay un hermoso relieve con la figura del Padre Eterno. Todo el conjunto se encuentra culminado por tres jarrones. A un lado de la puerta hay una lápida alusiva a la Muerte de San Isidoro y a la profanación de Gunderico y al otro, un hermoso retablo cerámico de N. P. Jesús de las Penas, que fue realizado por Manuel García Montalbán en 1927, por encargo de la junta de Gobierno de su Hermandad. Se halla bajo un bonito tejaroz de forja rematado por una cruz e iluminado por dos farolitos. En la fachada del templo del lado del Evangelio (Plaza de Teresa Enríquez), se halla la ventana correspondiente a la Capilla Sacramental del templo, ricamente decorada y rematada con una Custodia en su parte superior, y una sencilla portada de ladrillo visto con arco de medio punto. En la zona de los pies del templo (e/ San Vicente) se encuentra la puerta principal de la Parroquia constituida por una portada gótica, con arquivoltas apuntadas, felizmente recuperada el año pasado. En su parte superior está rematada por tres sencillos óculos.

En esta misma zona del templo se dispone la torre, que es de gran sencillez. Tiene dos cuerpos, con ventanas en el primero y con arcos de medio punto en el segundo. Se remata por medio de un sencillo chapitel ochavado, cubierto por cerámica, con jarrones en los lados del mismo material y sobre él una Veleta con el Cuervo, símbolo parlante de San Vicente. Asimismo aquí se halla el exterior de la Capilla Sacramental. Su exterior es barroco, con un mareado juego de volúmenes.

Presenta pilastras toscanas con una cornisa muy acodada. Sobre ella se disponen los cuerpos superiores, que tienen una finalidad más decorativa que constructiva. Se organizan por medio de una serie de columnas exentas de orden jónico, que sostienen una gran cornisa, decorada con grandes ménsulas. Todo ello se remata por medio de una elegante balaustrada en parte ciega. El ábside, poligonal al exterior, conserva todavía restos primitivos (ventanales, contrafuertes).

En el interior del templo hay que destacar que tiene una planta basilical de tres naves, divididas en cuatro tramos, con presbiterio amplio y puerta principal a los pies. Se sostiene por medio de pilares sobre los que apean arcos apuntados. La cubrición se realiza por artesa de madera en la nave central, sujetada por tirantes, mientras que en las laterales son de colgadizo. El presbiterio se separa del resto de la fábrica por medio de un gran arco triunfal y se forma por medio de dos tramos, cubierto con bóveda de crucería.

RETABLO MAYOR Y PRESBITERIO

Es obra de Cristóbal de Guadix (1690-1706). Consta de banco o predela, un gran cuerpo central, dividido en tres calles, y ático. Se sostiene por medio de grandes columnas salomónicas. En la calle central se superponen el Sagrario, un templete a modo de ciborio o baldaquino, que cobija la escultura de San Vicente, obra del taller de Roldán, y el manifestador, que guarda actualmente una pequeña imagen de la Inmaculada, de finales del XVII.

Se remata por medio de un Calvario. El Cristo es de Roque Balduque y Juan de Giralte, tallado a mediados del siglo XVI, mientras que la Virgen y San Juan son de 1704, del taller de Roldán. En las calles laterales se disponen relieves con escenas de la vida del Santo titular: la Muerte de San Vicente en la cama y el Martirio en la parrilla en el lado de la Epístola y el Santo en el acúleo (cruz espada o de San Andrés) y ante Daciano en el del Evangelio. En la parte superior se hallan esculturas de San Isidoro y San Leandro.

En el lado del Evangelio del Presbiterio hay dos grandes cuadros en forma de lunetos, con las escenas de la Muerte de San Isidoro y el Castigo de Gunderico, obras de 1753 de Joaquín y Juan Cano. En los laterales del Presbiterio hay también dos ángeles lampadarios, realizados en 1747 por Marcelino Roldán Serrallonga.

En los muros laterales del Presbiterio se ha colocado asimismo, en la restauración del año 2001, la sillería del coro, realizada en madera, con diversos relieves con cabezas de Santos, y que fue tallada por Luis de Vilehes (1736-39). Es de buena factura, dentro de su sencillez.

Algunas piezas de ella se han reaprovechado para construir los nuevos Altar y Ambón de la Parroquia de San Vicente. Antes de la restauración, la sillería se hallaba situada a los pies de la nave central, sobre el muro que cegaba la puerta de la calle San Vicente; originariamente en el penúltimo tramo.

CAPILLA DE LA HERMANDAD DE LAS PENAS

La Capilla de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús de las Penas y María Santísima de los Dolores se halla en la cabecera de la nave de la Epístola. Se cierra por medio de magnífica reja del siglo XVII. La Capilla se construyó en el siglo XVI (1584) y consta de dos tramos, cubierto el primero por una pequeña cópula elíptica con linterna y el segundo por una cópula semiesférica que apean sobre pechinas. Un arco toral separa los dos tramos y de él cuelgan unos ángeles lampadarios (siglo XVIII).

Este recinto en la antigüedad estaba subdividido realmente en dos capillas; una al fondo, con entrada por el Altar Mayor, donde se veneraba la Virgen del Rosario. Cuando le fue cedida a la Hermandad figuraba en ella el Señor de la Divina Misericordia, ya que dicha Virgen pasó a presidir la Capilla Sacramental en el siglo XIX (1885); otra, delantera, en la que en un altar se veneraba una pequeña imagen de la Inmaculada, ahora en el Retablo Mayor. Anteriormente, en esta primera capilla estuvo colocado el relieve del Descendimiento.

La Capilla le fue concedida a la Hermandad en 1946 y fue restaurada bajo la supervisión del arquitecto José Granados. Sus paredes están recubiertas por un bello zócalo de azulejos, realizado por Hernando de Valladares (1602). Figuran en él escudos de los Ponce de León, patronos de la Capilla, y su tipología es similar a otros paños de azulejos que se encuentran en el Alcázar y en diversas iglesias sevillanas.

El retablo de la capilla es de estilo barroco, dorado, del siglo XVIII, como lo delatan sus estípites. Se desconoce de donde procede, ya que aparece cortado y adaptado a las dimensiones del lugar que ocupa. Fue recompuesto en 1785. Tiene dos cuerpos, divididos en tres calles. En el ático aparece un tondo con el Crucificado, Cristo en la Cruz; mientras que en las calles laterales hay diferentes lienzos con temas marianos: Desposorios con San José, Nacimiento de Jesús, Anunciación y Presentación en el Templo. Obras de escuela sevillana, coetáneas del retablo.

En el año 1996 y durante la restauración de la parroquia fueron sustraídas dos de ellas (El Nacimiento y La Anunciación) que han sido sustituidas tras la reapertura de la misma por dos lienzos representando a San Isidoro y San Juan Bautista, obras del pintor contemporáneo R. Navas. La calle central, que se adelanta respecto a las otras, está presidida por un camarín en el que se veneró basta el cierre de la parroquia en 1994, la imagen de María Santísima de los Dolores, pues la de Nuestro Padre Jesús de la Penas no cabía en el mismo. Encima, a considerable altura, pues el segundo cuerpo de la calle es superior al de las laterales, se enmarca un lienzo pictórico representando a Cristo Crucificado, con sudario de amplio movimiento. Remata el cuerpo, encima de la cornisa, el anagrama de María, orlado de resplandores en dorado y dos grandes jarras de flores sobre molduras que arrancan del segundo cuerpo. Las calles laterales rematan también en jarras.

Tras la restauración del 2001, se ha cerrado el camarín y se ha situado delante del Retablo, en un pedestal de mármol la imagen de Nuestro Padre Jesús de las Penas, colocándose la Virgen de los Dolores, en otro pedestal marmóreo, en el lado de la Epístola de la Capilla, en el lugar que antaño y hasta 1994 ocupara el Señor de las Penas, y en el lado del Evangelio, frontero a Ella la nueva talla de San Juan Evangelista, en similar disposición, ambos enmarcados por unos arcos dorados y forrados de terciopelo granate.

La imagen de Nuestro Padre Jesús de las Penas es obra anónima, del círculo de Pedro Roldán (hacia 1700). Escultura en madera policromada. Mide 1,34 m de alto. La talla, derivada de las creaciones de Roldán, hace gala de una estética barroca más avanzada, más preocupada por acentuar la belleza de rasgos 3 proporciones que por resaltar aspectos monumentales. Es, por tanto, obra inmediatamente posterior a la irrupción de Roldán en el panorama artístico sevillano. Se circunscribe, pues, al ámbito de los colaboradores y herederos del maestro. No es efigie procesional sino de retablo, destinada a ocupar una hornacina en el Claustro Principal de lo que fue Convento Casa- Grande del Carmen. De ahí, su carácter marcadamente frontal y decorativo.

Es una imagen de talla completa, de bellísimo estofado con rico esgrafiado de oro en relieve en el frente visible de la tónica y sólo dibujado en el dorso, salpicado con pequeños ramos de flores sobre el color grisáceo-azulado de fondo. En el siglo XVIII, la imagen fue mutilada, al objeto de poderla vestir. Con tal motivo, hicieron desaparecer los pliegues tallados del cuello, tórax y mangas de la vestidura, y le fue seccionado el brazo derecho. Solamente se aprecia el pie derecho al tener atrasada esta pierna, el izquierdo no se pormenoriza por caer bajo la túnica.

Es quizás la escultura que mejor representa la caída de Cristo en tierra, o mejor aún, el momento previo a la caída total, en un concepto esencialmente dinámico de movimiento inestable. La espléndida cabeza, con la corona de espinas tallada en bloque al gusto de la primera mitad del siglo XVII, gira angustiosamente hacia la derecha. El pelo se resuelve con suaves surcos y guedejas a ambos lados del rostro, la barba es bífida. A su rostro, de cuidadas facciones, aflora una pena honda, lacerante, resignada; su mirada es serena y expresiva, dulce y angustiada a la vez.

Este Nazareno, al parecer, representa la Primera Caída entierra. Cristo, a pesar de su talante doliente y angustiado, aún posee la entereza física necesaria para continuar su camino hacia el Calvario. Bernales Ballesteros apunta una posible inspiración en un grabado veneciano, dada la figuración doliente de Jesús caído con tres puntos de apoyo y la composición frontal. La mano derecha se apoya en el suelo y la izquierda aguanta la Cruz que carga sobre sus hombros. Puede estar inspirado también, pero más lejanamente, en el famoso cuadro de Rafael Sanzio titulado El Pasmo de Sicilia. Esta imagen, cerrado el Convento del Carmen en 1868, se trasladó en 1870 a la Parroquia de San Vicente, colocándose en un altar a los pies de la nave de la Epístola. Rafael Barbero Medina realizó una espléndida restauración en 1980. Resanó ensambles, repuso espinas perdidas, encarnó la nariz y limpió la frente y los pabellones auditivos.

La imagen de la Virgen de los Dolores procede de una Esclavitud de Siervos de María que ya existía en el siglo XVIII (1718) en la Parroquia de San Vicente. Se situaba en un retablo del lado derecho de la Capilla Sacramental. Su propia advocación alude a la Virgen como Corredentora del género humano, ya que en su corazón purísimo sufrió los dolores que su Divino Hijo padeció para redimir al hombre. Alejandro Guichot en 1925, atribuyó esta Dolorosa a Blas Molner (fines del siglo XVIII), discípulo de Cristóbal Ramos. Juan Carrero estima que dicha atribución no tiene consistencia, pues por comparaciones de obras del escultor valenciano, existe una diferenciación de su tipología como se puede apreciar en la documentada de Nuestra Señora de las Angustias, del Convento Madre de Dios, de Lucena (Córdoba) (1799), o en la Virgen de la Soledad, de una colección particular de Morón de la Frontera, que tiene en la espalda una inscripción indicando que la hizo dicho imaginero. Se puede fijar, desde luego, como obra anónima (siglo XVIII).

Sería interesante seguir una pista que da González de León sobre una obra de Blas Molner procedente de la iglesia de San Miguel y que pudiera tener relación con esta imagen. Otra pista es la gaditana, ya que la Virgen del Mayor Dolor (de la hermandad del Cristo de la Buena Muerte) de la iglesia de San Agustín de Cádiz recuerda en todos sus rasgos y mirada a la de nuestra Hermandad, como asimismo son semejantes las manos que posee. Puede que las dos las labrase el mismo escultor, tal vez un escultor italiano...

María Santísima de los Dolores es una imagen de candelero, para vestir, tallada únicamente el rostro y las manos; concebida para atraer hacia ella la devoción del fiel. La Virgen de los Dolores ahonda en los postulados estéticos del Academicismo sevillano de fines del siglo XVIII: la cabeza de tamaño natural, el rostro aparece frontal y ligeramente inclinado a la derecha, la mirada se dirige hacia lo alto, el óvalo del rostro es redondeado, el semblante lánguido, las carnaciones pálidas con enrojecimiento en los párpados, los ojos de etistal, surcando sus mejillas siete lágtimas representativas de sus dolores, las cejas trazadas como a tiralíneas, la nariz de buen dibujo y modelado como asimismo la boca, ligeramente abierta, en la que asoman dientes tallados de marfil; las manos abiertas y suavemente flexionadas. En definitiva, todo obedece al ideal de belleza femenina del momento. El busto está desbastado y a él se une el candelero. Mide 1,59 m de alto.

Esta efigie mariana ha sufrido varias restauraciones: en 1926 la retocó José Ordóñez; en 1954 la intervino Narciso Gallego; en 1965 la consolidó, encarnó y policromó Sebastián Santos Rojas y en 1985 la volvió a consolidar José Rodríguez Rivero-Carrera. La imagen de San Juan Evangelista, situada frente a la Virgen en la Capilla y a la derecha del Señor, es obra reciente de José Antonio Navarro Arteaga, realizada en 1992.

De esta manera se unieron en 1875 la Virgen de los Dolores, que se encontraba desde antaño en la parroquia de San Vicente, y el Señor de las Penas que acababa de llegar del Convento del Carmen, para fundar nuestra Hermandad y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús de las Penas y María Santísima de los Dolores, posteriormente reorganizada en 1923, y que desde entonces es una de las más señeras y ejemplares del Lunes Santo y de toda la Semana Santa de Sevilla.

ALTAR DE LA VIRGEN DEL ROSARIO

Es obra de Cristóbal Ramos (siglo XVIII). La Virgen del Rosario es una egregia imagen, de elevada prestancia y categoría. No sólo es titular de la Hermandad Sacramental, sino que además debemos considerarla como Patrona o protectora de esta aristocrática feligresía. Artísticamente parece una escultura del siglo XVII, cuya calidad se aprecia a primera vista. González de León afirma que el autor de la imagen es Cristóbal Ramos (siglo XVIII). Hernández Díaz duda de esta autoría. Otros investigadores sostienen que la talla es anterior, del círculo de Felipe de Ribas, aunque puede que fuera reformada por Cristóbal Ramos en el rostro y manos. En cualquier caso, no se ha hallado hasta el momento documento probatorio alguno.

Era imagen de talla completa que en el siglo XVIII desmocharon para vestirla, lo cual impide hacer un análisis más detallado sobre su paternidad. Una acertada restauración, dirigida en 1982-83 por Peláez del Espino, ha devuelto la imagen a su condición original de talla completa, reconstruyendo imaginativamente las partes que faltaban a tenor de los elementos subsistentes y de algunos indicios como unos grabados dieciochescos. La imagen luce vestiduras ricamente policromadas y estofadas, en color rojo la tónica con estofado de flores y en color azul el manto, que se sujeta por un broche a la altura del pecho.

El rostro de la Virgen, con una encarnadura un tanto blanquecina, es de gran elegancia y finura; expresa cierta melancolía mientras dirige la mirada hacia su 1-lijo que, sentado en su brazo izquierdo, a su vez la contempla reflejando ansiedad en su rostro, pleno de ingenuidad infantil. El Niño Jesús también destaca por su factura, muy vivaz y realista. Tiene estupendos atributos de orfebrería (coronas y ráfaga del siglo XVIII, cetro del siglo XIX, etc.), bordados (mantos, sayas) y otros aderezos (media luna).

Sin duda la tradición rosariana de Sevilla tiene aquí uno de sus más augustos puntos de referencia: Reina y Madre, esta elegante Señora goza de un sello propio por el cual destaca con méritos indudables dentro de la Mariología Hispalense. En la restauración del año 2001 se la ha situado en un Altar de nueva planta, en la cabecera del lado del Evangelio, en el que la acompañan a un lado Santa Teresa (siglo XVIII), procedente del Convento Casa Grande del Carmen y obra de carácter anónimo, y al otro Santa Bárbara, que perteneció al retablo antiguo (Mayor) y obra asimismo de autor anónimo (siglo XVII) y que algunos investigadores (por su buena factura) han llegado a situar en el círculo de Juan Martínez Montañés. Precisamente sobre el altar de la Virgen del Rosario y formando un conjunto se han situado cuatro pinturas del antiguo retablo mayor tratando de recomponerlo. Son escenas de la Vida de San Vicente, obra de Juan de Uceda (2) y de Francisco Varela (2).

En los últimos años de su vida Juan de Uceda contrató la ejecución de las pinturas del retablo mayor de la iglesia de San Vicente. La realización comenzó en 1629 y en 1631, año de su muerte, aún no había concluido, correspondiendo esta tarea a Francisco Varela. Las dos obras que corresponden a Uceda, como las restantes del retablo, se encuentran en nuestros días oscurecidas y repintadas, siendo difícil su correcta valoración. Son estas dos pinturas “El martirio de San Vicente en el potro” y “La historia de la cama de rosas”. En 1631, Francisco Varela se encargó de concluir las pinturas de dicho retablo. En este conjunto pictórico realizó “El Martirio de San Vicente en la parrilla” y “San Vicente con el obispo Valerio ante el emperador Decio”, obras que están firmadas por Varela y cuya fecha es 1636. La primera fue recientemente restaurada.

CAPILLA HERMANDAD DE LAS SIETE PALABRAS.

La Capilla de la Hermandad de las Siete Palabras es de planta cuadrangular, cubierta por una bóveda ochavada, sustentada por medio de trompas. Preside la misma el Santísimo Cristo de las Siete Palabras, imagen del escultor Felipe Martínez (1681-82); a sus pies se halla la efigie de Nuestra Señora de los Remedios, talla de Manuel Gutiérrez Reyes-Cano (1865) y también San Juan Evangelista, obra de José Sánchez (1859). En el paso de misterio estas figuras son acompañadas por las Tres Marías, realizadas por Manuel Gutiérrez Reyes-Cano (1865-66).

El Cristo de las Siete Palabras es obra del escultor Felipe Martínez (1681-82). Atribuida tradicionalmente tanto al círculo de Pedro Roldán (Antonio Hernández Parrales, Palomero) como al de Jerónimo Hernández (José Hernández Díaz, el propio Palomero, F. García de la Concha). Procede de la extinguida iglesia del convento de San Francisco de Paula y le fue cedida en depósito a la hermandad de las Siete Palabras en 1881, que lo convierte en su imagen titular. En dicha iglesia tan sólo existía un crucificado que perteneció a la extinguida hermandad del Cristo de la Sangre. Y precisamente para esta hermandad el imaginero Felipe Martínez en 1681 se compromete a realizar un Cristo crucificado de madera de cedro o ciprés, de dos varas de alto y que se había de entregar acabado de policromía, en 1682. La iconografía representada era la de Cristo de la Sangre o Cristo como Fuente de la Vida.

Se puede identificar al Crucificado contratado por Felipe Martínez con la imagen hoy titular de la hermandad de las Siete Palabras. En primer lugar, dimensiones y materiales coinciden. El crucificado de las Siete Palabras mide 1,67 m. (dos vara aproximadamente) y es de madera de cedro. En segundo lugar, se trata de un crucificado vivo, adecuado para la iconografía representada por la hermandad de las Siete Palabras en su paso de misterio. Se podría objetar que el actual crucificado de las Siete Palabras carece de la quinta llaga, la del costado, que es consustancial a las representaciones de Cristo de las Sangre.

Pero un detenido estudio mediante luz rasante de la zona del costado derecho de la talla y a la altura donde podría situarse la llaga producida por la lanzada revela la existencia de una pequeña estructura rectangular de madera, a modo de tapa, que se incrusta en la talla intentando disimular la huella de la llaga que en origen tendría. Así se comprende la restauración de Emilio Pizarro para adaptar su iconografía: eliminación de la llaga del costado mediante la pieza de madera estucada, repolicromía de la imagen en tonos claros y sustitución de la cruz arbórea.

El análisis estilístico de la imagen revela caracteres formales propios del barroco de la segunda mitad del siglo XVII y no del romanismo de fines del siglo XVI. En el conjunto de la talla puede observarse una técnica de ejecución suelta y desenfadada: el tratamiento de la anatomía, de carácter naturalista, presenta un modelado blando y simplificado que proporciona suaves transiciones de luz; el sudario, seguramente original, es de reducido tamaño y con cuerda que lo sujeta y permite observar una técnica abocetada, a liase de grandes planos; la expresiva cabeza, en fin, de acusados perfiles en el rostro y con cabellera y barba talladas a base de amplios golpes de gubia que dibujan masas compactas remite claramente a la técnica empleada en Sevilla desde mediados del siglo XVII.

Felipe Martínez es un escultor prácticamente desconocido, pero hijo del también escultor Alonso Martínez, abijado del flamenco José de Arce y yerno del pintor Juan Valdés Leal. Pertenece a la generación de La Roldana y Francisco A. Ruiz Gijón. Rememora las Siete Palabras de Cristo en la Cruz (concretamente la Tercera).

En el año 1992 volvió a ser restaurado por Enrique Gutiérrez Carrasquilla y Pedro Manzano, que le devolvieron su policromía original, seguramente alternada por Emilio Pizarro, y le entreabrieron los ojos entre otras cosas. Sustituyó como Titular de la Hermandad a otra imagen Cristífera que se encuentra hoy en día en la localidad onubense de Cartaya. Actualmente (agosto de 1988), está a la espera de volver al taller de Pedro Manzano, sitio en el que ya estuvo en febrero de este mismo año para realizar trabajos centrados en la policromía de la zona de las potencias, de la espalda y del sudario. En la próxima visita al taller se realizarán trabajos de policromía en manos y cara, realizándose previamente un TAC y sin descartar más trabajos. Será en el mes de septiembre de 2008 y se pretende que esté listo para los cultos cuaresmales.

La Virgen de los Remedios ofrece la particularidad de ser la única dolorosa antigua que tiene sus ojos de cristal en color más claro que lo habitual, como azulados. Dirige su mirada hacia arriba, pues compone la clásica y devota escena del Calvario, junto a San Juan.

En el lado del Evangelio de la Capilla se halla la imagen dolorosa de Nuestra Señora de la Cabeza, realizada por Emilio Pizarro (1878) (originariamente como el Angel de la Justicia del Misterio alegórico del Corazón de Jesús) y reconvertida en Virgen por Manuel Escamilla (1956).

La imagen de la Virgen de la Cabeza tiene el rostro menudo, de cálidas carnaciones, animado por los ojos de cristal sombreados por espesas pestañas, las lágrimas que surcan sus mejillas y la espléndida cabellera de pelo natural que asoma tímidamente bajo el tocado. Imagen de candelero, de vestir. Desde finales de julio de 2008, La Titular se encuentra en el taller de Pedro Manzano para su restauración. Concretamente el 29 de julio la Virgen partió del templo para realizarle un TAC. Una vez en el taller de Manzano la Titular será restaurada íntegramente, pues nunca lo había sido anteriormente. Se le va a realizar un nuevo candelero pues el que tiene es entelado y se encuentra en malas condiciones. También se le realizará un arreglo integral del cuerpo, así como en la policromía de manos y cara.

En el lado de la Epístola de la Capilla se sitúa la maravillosa talla completa de la Virgen de la Cabeza (de Gloria), obra de Roque Balduque (hacia 1550-54). Es una verdadera joya artística, como otras efigies del mismo autor y círculo i c o no gr 5 fi e o. Destacan los sinuosos drapeados de rítmicos pliegues ora curvilíneos ora verticales, que caen con aplomo casi de cariátide, virtuosamente esculpidos en la madera. El porte señorial, majestuoso, de auténtica “teotocos”. El encanto del Niño Jesús, que parece surgir de nuevo del vientre materno, cariñosamente ceñido a la cintura de la Virgen. La gravedad, gracia y frescura de su divino semblante. En definitiva, la imagen toda.

En el mismo sector se encuentra una magnífica pintura de la Virgen de los Remedios, obra de Pedro Villegas Marmolejo (hacia 1590). La Virgen de los Remedios es una bellísima pintura sobre tabla, rematada en medio punto. Constituía la tabla central del retablo de Villegas que existía en la capilla de los Vargas de la Parroquia de San Vicente. En ella aparece la firma del pintor.

La pintura supone la plena integración de las formas rafaelescas en la obra del maestro sevillano. La Virgen aparece en un espacio irreal, configurado por nubes. Se distingue también por la claridad de su composición: la Virgen sentada al centro, con su Divino Hijo sobre las rodillas, adorada por dos pequeños ángeles músicos en la parte baja y por otros dos ángeles genuflexos sobre nubes en la parte alta, formando un esquema de simetría armónica y rigurosa. Con ello Villegas rompe el esquema quatrocentista de la Virgen de la Rosa de Alejo Fernández y siguiendo a Pedro de Campaña y un grabado de Marco Antonio Raimondi, inspirado en un dibujo de Rafael, inicia el camino del naturalismo de las Vírgenes de la posterior pintura sevillana. La imagen presenta un volumen plenamente escultórico, con un ritmo de distribución de las masas y de los plegados de los paños, similar al que muestra la Virgen de Juan Bautista Vázquez el Viejo que aparece en la portada de la Antigua Universidad de Sevilla.

Recientemente ha sido restaurada y se le ha devuelto su colorido primitivo, desaparecido en una anterior restauración (1873). Los colores indecisos, desmaterializados fueron sustituidos por otros vivos y uniformes, que contribuyeron a acentuar la relación de esta imagen con las Vírgenes de Murillo. Tendencia al naturalismo que se acentúa con la aparición del cestillo de flores y frutos. Elegantísimo gesto de la Madonna, significativa muestra del estilo llamado “romanista” (dibujo y color con finura puramente italiana).

TRÁNSITO A PLAZA DE TERESA ENRÍQUEZ

Busto del Ecce-Homo (siglo XVII) en una hornacina. Advocado originariamente como el Señor de la Humildad y Paciencia. Procede del colegio de San Buenaventura y fue donado a la hermandad sacramental en 1810.

Azulejería trianera (siglo XVII). Testigo, dejado en la restauración del 2001, de la fábrica del templo por ser la zona más antigua del mismo (medieval). Lauda sepulcral, antes en Capilla Sacramental. Pintura de la Piedad (siglo XVIII). Hasta la restauración del 2001 se alzaba en el centro de esta salida, la Cruz del antiguo cementerio parroquial de San Vicente, que estaba en la actual plaza de Teresa Enríquez. Está fechada en 1582 y es de estilo Renacimiento. Es de mármol y una de las más bellas de Sevilla. Consiste en una columna abalaustrada sobre un basamento y rematada por un capitel compuesto, sobre el que se alza la Cruz con Cristo por delante y la Virgen por detrás. Desde l84l se halla en el interior del templo y en el 2001 se ha situado a los pies de la nave del Evangelio. Junto a la cruz se ha situado la Pila Bautismal que es también Renacentista. El pie es un balaustre y la taza, una venera.

Bibliografía.

Adame de Araiztegui, José Manuel. Licenciado en Historia del Arte. Parroquia de San Vicente Mártir. Boletín de la Hermandad de Las Penas nº 127, 128 y 129 (Noviembre 2007, Febrero 2008 y Noviembre 2008)

Fotos: Francisco Santiago

Conocer Sevilla 2004 - Francisco Santiago©