La historia de la
imaginería sevillana comienza a tomar
forma tras la Conquista de Sevilla por
Fernando III, allá por el año 1248. Por
entonces, muchas imágenes creadas en el
esplendor del gótico y otras aún con
reminiscencias del románico, son traídas
a Sevilla, aunque la mayoría de estas
procedían de la gubia y el cincel de
autores franceses. De esta época están
datas por ejemplo la Virgen de los
Reyes, La Virgen de las Batallas y la
Virgen de la Sede, todas ellas en la
Catedral Hispalense, además de otras de
similares carácterísticas que se fueron
extendiendo por Sevilla y su provincia
durante los siglos XIII y XIV.
Ya situados en el
siglo XV, aún con vigencias del gótico,
se comienza a extender el arte surgido
desde Borgoña, imponiéndose poco a poco
el manierismo y la influencia del
quattrocento italiano. Obras de
relevancia se acometen en la Catedral de
la mano de Lorenzo Mercadante, en esta
ocasión con el marmol y la terracota
como elementos principales, continuando
su trabajo Pedro Millán, discípulo del
primero que dejo constancia de su buen
hacer con los trabajos realizados ya en
el siglo XVI, caso del grupo del llanto
sobre Cristo Muerto, La Virgen del Pilar
o el Varón de Dolores. Aún con el gótico
como estandarte dentro de la escultura
catedralicia, muchos autores
participaron en la creación del Retablo
Mayor. Entre 1551 y 1561, Roque de
Balduque ejecuta las escenas de “Jesús
entre los Doctores”, “La Conversión de
Saulo”, “el juicio final”, “La
Conversión de San Pablo” y “La Huida a
Egipto”, esta última finalizada por Juan
Bautista Vázquez el Viejo, al fallecer
el maestro Balduque en 1561.
La influencia de
Sevilla con el comercio con Las Indias,
convierte a la ciudad en punto de mira
para multitud de artistas, sobre todo
italianos, destacando la labor realizada
por Pietro Torrigiano, en el monasterio
de San Jerónimo. De nuevo Juan Bautista
Vázques tiene que terminar el Retablo
Mayor de Santa María de las Cuevas, al
fallecer su realizador, Isidro de
Villoldo. De la escuela de “El Viejo”
surgen nombre de gran importancia dentro
de la imaginería, caso de Jerónimo
Hernández, Juan Bautísta “El Jóven”,
Juan de Oviedo o Andrés de Ocampo entre
otros.
El Manierismo, ya en
la etapa final del siglo XVI, da paso al
barroco, donde Sevilla destaca en todos
los aspectos y donde el nombre de
Martínez Montañés, crean una escuela que
aún hoy en día perdura en el estilo y de
cuyo taller surgieron nombres como Juan
de Mesa o Alonso Cano, sin olvidarnos de
la gubia del flamenco José de Arce.
El apogeo del barroco
llega en el siglo XVII con el taller de
Pedro Roldán, donde su hija, María Luisa
Roldán, conocida por “La Roldana”,
destaca sobremanera, sin olvidarnos de
Francisco Antonio Gijón a finales del
siglo XVII, junto a nombres de la talla
de Benito Hita del Castillo o José
Montes de Oca. Ya en el XVIII, Pedro
Duque y Cornejo, nieto de Pedro Roldán..
El siglo XIX y ya con
la imaginería por bandera, surgen los
nombres de Cristóbal Ramos, Juan y
Gabriel Astorga o Blas Molner, y en la
etapa final de esta centuria Antonio
Susillo, entre otros que también
tuvieron importancia en los comienzos
del siglo XX.
El XIX y el XX fueron
centurias muy destructivas para el arte
de la imaginería, donde la Revolución
Francesa, la Desamortización de
Mendizabal o la quema de iglesias de los
primeros años 30, hicieron que se
perdieran gran cantidad de obras, siendo
Castillo Lastrucci el nombre destacado a
la hora de realizar las nuevas imágenes
que habían desaparecido. Con gran
influencia en los finales del siglo XX y
con reconocido prestigio en el XXI,
destacar la labor de Luis Álvarez
Duarte, Antonio J. Dubé de Luque y la
última generación, en la cual destacan
José Antonio Navarro Arteaga, Manuel
Ramos Corona y muchos otros que,
procedentes de los talleres de los
anteriormente mencionados, continúan hoy
en día engrandeciendo el nombre arte de
la imaginería.
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