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Paso de Palio.-

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Si Sevilla Abriera una cátedra de estética, la primera lección sería explicar un paso de palio. Es un logro definitivo, una fórmula conquistada, como el capital Corintio o el soneto. Porque el palio tiene de todo; de arquitectura y de poema, de plástica y de lírica. Un palio es un soneto realizado en plata y de claveles. Soneto por la técnica, pero por el fondo es un madrigal de Sevilla para una mujer: la Virgen.

Un madrigal de 12 versos medidos y perfectos que son sus doce varales de plata; pulidos y trabajados por orfebre, como sus sílabas completas, para sostener el techo del palio y lo suficientemente gráciles para cimbrearse en el viento delgado de la noche... Doce versos que llevan la rima exacta de un color; verde de las dos Esperanzas, granate de la Amargura, blanco, la Paz... Doce varales, doce versos de un madrigal, entre cuyas doce rejas de plata va llorando la más hermosa de las mujeres. Tiene en su proporción las cualidades de lo plástico, la mesura. Se puede abarcar y gozar con la mirada de una vez.

Como la fachada del Partenón. Sacia el espíritu sin dejarlo inquieto como lo desmesurable e inacabable del barroco. Y es sin embargo, una creación del barroco sevillano, que tiene mucho de clásico como Montañés. Su figura se inscribe perfectamente en un cubo. está formado esencialmente por ángulos y líneas rectas. y sin embargo, da una sensación indefinible de gracia y feminidad.

La teoría de palio, es a mi ver, circunscribir y cautivar una masa cúbica del espacio, de aire, para embellecerla y depurarla y hacer con ella un fanal donde vaya la Virgen. esto lo logra Sevilla con dos planos paralelos - suelo y cielo del paso- unidos por doce varales de plata. Fórmula mágica. Y parece que el espacio interior está aislado y separado del exterior. Y parece que hay unos cristales invisibles entre los varales; como si todo el palio fuese una caja de cristal llena de luces, de flores, con reflejos de oro y de lágrimas de Vírgenes.

Pero va de noche, sobre los hombros móviles de los costaleros y entonces el palio se balancea, se mece... y todo él es un fanal purísimo, como una llama oscilante... y parece incendiada la caja inmensa de cristal y hay momentos en que espera uno el instante en que va a estallar saltando los cristales y las luces en una lluvia de estrellas sobre el aire perfumado de incienso.

¡Un paso de palio! Yo lo he visto reflejado en las pupilas expectantes de los que lo veían pasar. Todo él, íntegro, como una gota de luz en los ojos maravillosos, negros abiertos hasta lo sumo en la oscuridad maravillosa de la noche. Todo él disminuido, reducido, como en perfecta miniatura, pero íntegro, completo, perfecto...

Y la visión se repite en todos los años, en todos los días de la Semana Santa de Sevilla... Qué escuela de arte para los ojos. ¡Qué ejercicio de visión para las pupilas! Y una vez que pasa la Virgen, los párpados se cierran, como para guardar la imagen y al fondo del corazón y del recuerdo bajan las visiones de los palios sevillanos. Yo allí las tengo coleccionadas en un álbun vivo de luz entre las entretelas calientes del corazón.

El paso de palio está perfectamente pensado. Tiene una perspectiva única visto de frente. Es un sueño fugitivo cuando pasa de lado. y es un recuerdo inolvidable visto por detrás. Está uno esperando la procesión en una bocacalle estrecha. El primer anuncio del palio es la claridad como de incienso movible que avanza por el aire y las paredes de cal. Luego, de repente, aparece el palio. E indefectiblemente se le crispan a uno los nervios, se le dilatan las pupilas, se le entreabren los labios, se acelera el corazón y se estiran inconscientemente las puntas de los pies para verlo mejor y se le escapa de los labios una plegaria muda o frito contenido: ¡Míralo! Ya está ahí la Virgen...

Aquellos ojos ya no se apartan del paso. están ciegos revoloteando en su luz como mariposa de noche... El paso de frente es una hoguera dorada; dorados los cirios, doradas las llamas, dorados los bordados del palio y dorados los reflejos; y en medio de aquél oro incandescente del aire, el rostro de la Virgen dorado también en la tez morena de sus mejillas.

¡La Virgen que llora! Y parece que las lágrimas hechas de luz recuerdan inflamadas en aquel espacio incandescente de oro. Luego, pasa el palio junto a nosotros, de lado. Y es la Virgen que camina de perfil... pero como se la ve a través de las seis varas que cortan los espacios, se la ve en la lejanía y parece que anda y es más misteriosa y más triste y más bonita, a través de esas líneas de plata de los varales, a través de esa celosía de cristales iluminados... y parece que es más lento su desfile tras los cinco espacios en que queda dividido el palio por los varales.

Y luego viene la vista del palio por detrás. ¡Tormento delicioso de los ojos y el corazón! ¿Quién inventaría tan estético y fino contraste? Por delante es luz, es hoguera, es oro, es la ilusión que llega por la calle... Por detrás, es despedida, es nostalgia, es pena... Es ese ese manto que se alarga en pliegues -desde la corona de la Virgen hasta las cabezas de la multitud- iluminado temblorosamente por los candelabros de cola que se alargan también con el manto. Y parece que los ojos quisieran alargar más todavía la visión...

Aquel manto largo es como el camino de oro que queda atrás, es como la estela de reflejos que va dejando a su paso por el mar movible de sus cabezas... Es como una red de oro y brocado, en la ropa de aquel nave de cristal, donde van quedando prendidos los corazones y los ojos. ¡Pesca maravillosa! ¡Nostalgia del paso de palio por detrás!¡Ya se va1 Y se quedan las pupilas enredadas en los flecos invisibles del manto... Todos sueñan y esperan inconscientes que aquella Virgen vuelva la cabeza por última vez... ¡En vano! El palio dobló la esquina. Y la muchedumbre se lanza a ver a la otra Virgen que ahora debe estar pasando por aquella calle... Y así trascurren las noches de la Semana Santa de Sevilla.

Un paso de palio es como un condensador de aire que va pasando abierto por las calles, purificando el espacio. Y queda todo el aire en Sevilla, estremecido, depurado, iluminado. lleno de reflejos y aromas, de latidos de Vírgenes, de lágrimas estrelladas, que vibran fugaces en la oscuridad.

Cada palio, con tener la misma técnica, es distinto. Tiene su personalidad propia. Y el principio de individualización lo tiene de la Virgen que lleva dentro; y la Virgen determina su dolor y ornamentación y su riqueza. cada palio tiene su cara propia y personalidad.

El palio del Rosario es como un juego de campanillas de plata donde repican en sus varales blancos rosarios oscilantes. El de la Merced es una brazada inmensa de cardos dorados y góticos bordados en azul, entre los que llora -azucena entre cardos- la Virgen... Si me preguntan la receta técnica para hacer un paso de palio sevillano, yo les diría la lista de los elementos. todos ellos nobles y exquisitos.

Doce varales de plata repujada. un juego de jarras de plata y otro de candelabros. Un bosque de cirios. una carga de claveles. Dos candelabros de cola. Un manto bordado en oro. Una corona. las joyas para la Virgen. Y el último elemento, el más difícil; saber amarlo. saber usar los elementos. Para un soneto hacen falta catorce versos. Pero no son catorce versos solos un soneto. Es algo más. para hacer un soneto hay que ser poeta. Y para armar un palio hay que nacer en Sevilla. Y con eso, ¿ya está todo? ¡Ni así! Falta lo principal. falta la Virgen ¡Y por Vírgenes hay que venir a Sevilla! ¡Y la que está en los cielos! ¿Que así deben de pasearla los ángeles por la Gloria!

Un Hermano de Monte-Sión

Paso de Palio
Del Boletín nº 55 de Monte-Sión

 

 

 

 

 

Fotos y Texto: Francisco Santiago©

Conocer Sevilla 2004 - Francisco Santiago©