1. La coyuntura y
el sentido del documento
Los años de las
primeras décadas del siglo XX trajn
notables cambios en el mundo de las
hermandades sevillanas en un sentido muy
heterogéneo. Por una parte, se
produjeron transformaciones
fundamentales en las formas y en la
mentalidad religiosa; por otra, se
perfiló un modelo de Semana Santa muy
próximo al que hoy conocemos, con una
destacada pauta en cuanto a la fundación
de corporaciones, al tiempo que se
adoptaban patrones de comportamiento
interno y externo que se asemejan a los
que se consolidarían algo más tarde.
Cuando se proclamó la Segunda República
se hallaban las relaciones
Iglesia-Estado en un punto de indudable
inestabilidad, debiendo tenerse en
consideración que el ambiente
generalizado de propuestas contra la
religión, la Iglesia y los creyentes
venía definido desde distintas ópticas
ideológicas y políticas. A partir del 14
de abril de 1931 se abría un período
que, a todas luces, podría traer consigo
factores de zozobra en el ya complicado
sistema en las relaciones aludidas.
El prelado sevillano, cardenal Eustaquio
Ilundáin y Esteban, quien presidía la
Silla Hispalense desde 1921, era hombre
de acentuadas dotes y un sagaz
negociador en situaciones conflictivas.
Tal vez vislumbró los peligros que
podían acechar a la Iglesia en su
diócesis y, antes de acabar el mes de
abril de 1931, promulgó una exhortación
pastoral -firmada el día 30 de dicho
mes-, constituyendo todo un documento
que vaticina los males que podrían
acontecer, a la vez que procuraba
establecer unas pautas básicas a fin de
evitar enfrentamientos (1)
.
2. Contenido y
alcance de la exhortación pastoral.
El documento se
articulaba en torno a cuatro partes muy
bien diferenciadas, aunque en su
organización adoleciera de las
convenientes cesuras o estructuración,
motivo por el cual cabe tildarlo como
poco o nada operativo de cara a que
fuese leído a los fieles en las homilías
de la misa dominical. Esto vino a
significar que lo asumirían quienes
tenían acceso a la prensa diaria o al
Boletín del Arzobispado, donde se
insertó. En esta misma dirección, se
puede apuntar que el prelado intentaría
que la exhortación fuese conocida,
esencialmente, por quienes tenían mayor
ascendencia sobre los creyentes, es
decir, el clero y los sectores más
militantes del catolicismo sevillano
para, de este modo, concebirlos como
caja de resonancia que transmitiera el
mensaje. El fondo de la exhortación era
muy claro y rotundo. Valorar la
situación como compleja y con
posibilidades de que derivase en una
lucha, cimentar la misiva en los textos
sagrados y, finalmente, hacer un
llamamiento a los fieles, por un lado, y
al clero, por otro.
En la primera parte, el documento era
sobradamente explícito, argumentando que
“[....] venimos dando a los sacerdotes y
a los fieles los consejos saludables
oportunos para la dirección de sus
conciencias y normas prudentes de moral
cristiana en lo relativo a sus deberes
morales del católico como miembro de la
sociedad civil; a fin de armonizar en la
vida práctica los deberes del cristiano
con los deberes del ciudadano mayormente
en el trance en que se encuentra nuestra
amada patria España.
Desde que pudimos formarnos concepto
claro de la situación que de hecho ha
venido a España con el cambio de régimen
en la gobernación del Estado, no hemos
vacilado en aconsejar a nuestros
queridos hijos que la actitud del
católico español amante de su patria
debe ajustarse a un acatamiento sincero
y respetuoso al Gobierno actual de la
nación, obedeciendo las disposiciones de
los poderes que actualmente presiden los
destinos de España en cuanto ordenen al
bienestar público y al sostenimiento del
orden, base indispensable de la
prosperidad nacional. [....]
Si la sociedad quedase privada de la
autoridad acarrearía su ruina, el
desquiciamiento general, dada la
condición y los egoísmos de los hombres:
al querer cada ciudadano que
prevaleciese su criterio en el
funcionamiento del cuerpo social y en la
coordinación de las fuerzas y
actividades de los demás, se engendraría
una situación caótica, la más espantosa
confusión precursora de la anarquía o de
luchas fratricidas. [....]”
El prelado ponía énfasis en el
acatamiento de la legalidad vigente y en
la conveniencia de obrar con rectitud
moral y salvaguardando los intereses
generales de la nación. Como preámbulo
hacía referencia expresa a la
dificilísima situación política en la
que se hallaba España.
En la segunda parte del documento se
recurría a las Sagradas Escrituras para
hacer una argumentación que sostuviese
la posición planteada por el prelado. Si
bien es cierto que el episcopado español
fue cauto ante el advenimiento de la
República, también lo es que algunas
posturas individuales dentro de dicho
cuerpo eclesial eran discordantes. De
partida, el prelado hispalense dejaba
clara su opción por el entendimiento y
el alejamiento de cualquier tipo de
belicosidad.
En una tercera parte se hacía una
reflexión en torno al papel de la
Iglesia y de los católicos en la vida
pública, en términos muy generales, al
afirmar que
“[....] Consecuentemente la santa
Iglesia con su misión moralizadora y de
paz, inculca a sus hijos el cumplimiento
de los deberes sociales y cívicos,
especialmente respecto de los que
ejercen las funciones de la autoridad en
las funciones civiles, sean Imperios,
sean Repúblicas, sea cual fuere la
organización política de cada Estado.
Deja incólumes a los miembros de cada
nación sus derechos políticos, y se
mantiene ajena a la determinación de la
voluntad de cada Estado, salva la
justicia y honestidad en lo referente a
su forma de régimen [....]”
Quedaba patente la intención del prelado
de dejar sentada la dirección de no
interferir en las cuestiones del Estado,
llamando a los católicos al acatamiento
de la forma de estado imperante entonces
en el país.
En una cuarta parte, se marcaban pautas
a los fieles y sacerdotes de la
diócesis, a fin de evitar roces o
enfrentamientos. A los primeros se les
instaba al “[....] Acatamiento a la
autoridad del Gobierno que rige
actualmente los destinos de España;
Obediencia a las leyes y decretos del
Poder público que no estén en oposición
a las leyes divinas o a los derechos de
la Iglesia; Cooperar al orden público y
al bienestar general de la Nación y al
mejoramiento de la condición económica
del menestral, sin utopías absurdas,
pero con espíritu de verdadero amor al
prójimo y compasión de sus males;
Fomentar cada uno la moralidad en la
vida privada y pública; Ejercitar el
derecho de sufragio que las leyes
otorgan, usando de éste según las normas
de la moral cristiana, para que sean
elegidos el mayor número posible de
sujetos dignos, dispuestos a procurar el
bien de la Religión y de la Patria;
[....]”
Con respecto al
clero, se proponía que debía
“[....] éste sustraer
de ingerencias políticas el ejercicio de
su ministerio; Mantenerse en los límites
de una sana prudencia en sus actos de
ciudadanía, conforme al canon 141 del
Código canónico y a las prescripciones
que la Santa Sede tiene anteriormente
dadas, y Abstenerse de asuntos o
alusiones políticas en la predicación
[....]”
3. El prelado de
la diócesis de Sevilla marcó propuestas
de paz y se anticipó a una posible
contienda.
El documento deja
establecido, con nitidez, que el prelado
de la diócesis de Sevilla captó la
gravedad de la situación política
española, valoró que podía desembocar en
una contienda fratricida, hizo
llamamientos a acatar el orden político
recién instaurado y formuló pautas de
comportamiento para fieles y sacerdotes,
en un intento de evitar fricciones que
deteriorasen el endeble entramado
sociopolítico.
Su entendimiento no le engañó, en tanto
que el posterior desarrollo de los
acontecimientos le dio la razón en lo
referente a la gravedad del momento y a
las posibles tristes consecuencias del
mismo. La Iglesia sevillana, en
principio, se encontraba advertida y
consecuentemente pastoreada, motivo por
el cual cabe señalar que posteriores
cambios de orientación, llevados a cabo
por los laicos o el clero, serían
adoptados sobre la base de argumentos o
actuaciones esgrimidos contra la
Iglesia, y que a lo largo de los
primeros meses del período republicano
se dejaron ver. Entre ellos cabe
subrayar los atentados o la destrucción
llevados a cabo contra edificios y
bienes de la Iglesia, la creciente
virulencia anticlerical y el clima de
tensión e inestabilidad imperante a
partir de mayo de 1931.
Como se aprecia en la posición del
prelado sevillano, la primera intención
de la jerarquía eclesiástica en Sevilla
fue de apaciguamiento. Los
acontecimientos que posteriormente se
desarrollaron pudieron hacer bascular
tal posición, hasta hacerla casi
diametralmente opuesta. La evolución
desde ese planteamiento primero, regido
por la cautela, hasta otro muy distante,
estuvo marcado por la sierpes de hechos
que ni el clero ni los fieles podían
asumir. Distinto es que la toma de
posiciones derivó en el clero y la
jerarquía hacia terrenos emparentados
con el pensamiento y la acción más
conservadora, e incluso con claras
vinculaciones con los sectores
ideológicos que se oponían de forma
visceral a los derroteros que tomaba la
situación política (2)
.
(1).- El documento se
publicó en el Boletín Oficial
Eclesiástico del Arzobispado de Sevilla,
así como en distintas publicaciones
diarias. Vid. La Unión, 5-V-1931.
(2).- El tratamiento de
esta amplia y difusa temática, centrado
en el ambiente religioso en la Sevilla
de la Segunda República, así como
algunas apreciaciones acerca de la
proyección de la mentalidad en religión
y política en DOMÍNGUEZ LEÓN, J., La
Semana Santa sevillana de 1932 y la
cuestión del miedo, Actas del I Congreso
Nacional de Cofradías de Semana Santa,
Diputación de Zamora, Zamora, 1988, pp.
391 410; El estado de la cuestión sobre
la Guerra Civil. Una aproximación
estructural, en La Guerra Civil
Española, U.N.E.D., Centro Asociado de
Sevilla, 1988, pp. 61 80; Cambio
político y actitudes religiosas en la
Sevilla de 1928 1932, en Hispania Sacra,
C.S.I.C., 1986, vol. XXXVIII, núm. 77,
pp. 127 149; Aspectos religiosos de la
Sevilla de 1936. Los católicos ante la
Guerra Civil, Actas del VII Congreso de
Hespérides, Baena, 1989, pp. 403 421;
Educación y adoctrinamiento religioso en
Andalucía durante la Restauración, en
Anuario de Investigación de Hespérides,
nº 2, 1994, pp. 213-229; Catolicismo
social frente a violencia política en la
España Contemporánea (1868-1950), en
CASTAÑEDA, P. y MARTÍN DE LA HOZ, J. C.,
Violencia y hecho religioso, Cajasur,
Córdoba, 1995, pp. 143-163; La visita ad
límina de la diócesis de Sevilla en
1932, Actas del VI Congreso de
Hespérides, Córdoba, 1988, pp. 221 235;
Religiosidad popular y anticlericalismo
en la Andalucía del siglo XIX.
Aproximación metodológica, en RODRÍGUEZ
BECERRA, S. (Coordinador), Religión y
Cultura, vol. 2, Fundación Machado -
Consejería de Cultura de la Junta de
Andalucía, Sevilla, 1999, pp.517-531.
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