Es sin duda uno de las pasajes de la
Pasión Muerte y Resurrección de Cristo
con más connotaciones dentro de nuestra
Semana Santa, en él encontramos a la vez
la ternura del rostro de Cristo
relajado, pero a la vez nos encontramos
con la frialdad de saber que
contemplamos un cadáver, aunque en este
caso sea el del Hijo de Dios.
Es de las Cofradías que más respeto
causan y a la vez de las que más
extrañas se hacen al visionarla, por su
cortejo multicolor, donde se mezclan
nazarenos con distinta túnica, ejércitos
de ayer y de hoy, personajes públicos y
otros que jamás hemos visto y muchos ni
sabían de su existencia.
Pero vamos a centrarnos en esta ocasión
directamente en la iconografía de Jesús
Yacente.
No hay una connotación directa en los
evangelios que describa a Cristo en su
sepulcro, si lo hay a la hora de indicar
donde fue depositado tras su muerte: “Y
lo puso en su sepulcro nuevo, que había
labrado en la peña; y después de hacer
rodar una gran peña, se fue” (Mat.
27,60).
También se hace referencia a los
preparativos para su embalsamamiento,
todo quizás con extrema prisa para
cumplir con los ritos festivos que
aquella época.
Aunque esta iconografía, tal y como hoy
la conocemos, no aparece hasta el siglo
XVI, podemos afirmar que sus orígenes
parten de las advocaciones que hacían
referencia a la Piedad y el Desenclavo,
también toma parte del misticismo
surgido con la contrareforma y el
Concilio de Trento y, por supuesto, de
la Orden Franciscana, custodia del Santo
Sepulcro de Jerusalén. También tiene
origen en las Ordenes militares tornadas
en cofradías del Santo Sepulcro.
Curiosamente, la Hermandad Sevillana del
Santo Entierro, dispone de tres pasos
que no representan directamente en
ningún pasaje evangélico ni en los
apócrifos, caso del Duelo, siendo
Alegórico el del Triunfo de la Santa
Cruz y, como ya se ha indicado, el de la
Urna con el Cristo Yacente, del cual
sólo se indica que fue depositado en un
sepulcro, sin más datos.
Las primeras representaciones del Duelo
hay que buscarlas en el siglo XIII,
enraizadas en la cultura mediterránea,
caso de la isla de Córcega o en los
iconos bizantinos conocidos como
“Trena”, pasando este directamente en el
medievo hasta Italia y a los peregrinos
que provienen de Tierra Santa o los
predicadores Franciscanos que hablan de
la piedra de la Unción donde se amortajó
a Cristo.
Ya en el siglo XV, contemplamos las
primeras representaciones donde aparecen
las siete personas implicadas en el
Entierro de Cristo: La Virgen, San Juan,
las Tres Marías, José de Arimatéa y
Nicodemo. Igualmente el hecho de hablar
de “un sepulcro nuevo”, está
directamente relacionado con evitar el
poder hablar de cambios de cadáveres.
El Duelo en sí (Las Lamentaciones) viene
en muchos casos con la imagen de San
Juan abrazando a la Virgen para evitar
su desmayo y el llanto desconsolado de
las Marías, mientras que el Santo
Entierro se representa a los personajes
con un rango: José de Arimatea junto a
la cabeza de Jesús, Nicodemo a sus píes,
y en el centro la Virgen y San Juan, no
teniendo una posición determinada para
las Marías.
El traslado al Sepulcro tiene sus
primeras representaciones en la obra
pictórica de Rafael y Andrea Mantegma,
apareciendo en el Barroco el tema de la
Piedad.
En la Escuela Castellana del siglo XVII,
es donde la representación del Cristo
Yacente encuentra su esplendor, de la
mano de Gregorio Fernández, convergiendo
con la escuela andaluza en un punto
importante: en ambos casos se toma como
referencia la Sábana Santa de Turín,
caso de la atribución a Juan de Mesa del
Yacente de la Hermandad del Santo
Entierro, aunque también se encuentran
notables diferencias entre ambos:
El Yacente de San Gregorio no forma
parte conjunta con el lecho, tiene más
sentido de la relajación muscular y los
brazos están ambos paralelos al cuerpo.
Otro punto importante es que el Yacente
atribuido a Mesa está realizado para
visionarse dentro de la Urna y a cierta
altura, de ahí que al contemplarlo de
cerca, nos pueda parecer extraño a la
vista según la perspectiva desde la que
miramos.
A partir de este momento, los siglos
XVIII y XIX son un intento reiterativo
de representar ambas escuelas, aportando
el “amaneramiento del siglo XVIII” y el
naturalismo y acentuación de los rasgos
de la muerte del XIX. El siglo XX ha
seguido los motivos imagineros del
barroco, mezclando incluso las técnicas
de ambas escuelas, habiendo llegado
quizás a su máximo esplendor en la obra
realizada por el profesor Juan Manuel
Miñarro donde se ha centrado con todo
los tipo de medios tecnológicos,
científicos y médicos, en la Sábana
Santa, que ha dado origen a la
Exposición “El Hombre de la Síndone”.
Bibliografía.
Revista Pasos febrero, marzo 2000.
Fotos del Cristo Yacente, (s. XVII),
atribuido a Juan de Mesa: Francisco
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