D CAELI REGINAM
CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA DE S.S. PÍO XII,
SOBRE LA REALEZA DE MARÍA DEL 11 DE
OCTUBRE DE 1954
A la Reina del Cielo,
ya desde los primeros siglos de la
Iglesia católica, elevó el pueblo
cristiano suplicantes oraciones e himnos
de loa y piedad, así en sus tiempos de
felicidad y alegría como en los de
angustia y peligros; y nunca falló la
esperanza en la Madre del Rey divino,
Jesucristo, ni languideció aquella fe
que nos enseña cómo la Virgen María,
Madre de Dios, reina en todo el mundo
con maternal corazón, al igual que está
coronada con la gloria de la realeza en
la bienaventuranza celestial.
Y ahora, después de
las grandes ruinas que aun ante Nuestra
vista han destruido florecientes
ciudades, villas y aldeas; ante el
doloroso espectáculo de tales y tantos
males morales que amenazadores avanzan
en cenagosas oleadas, a la par que vemos
resquebrajarse las bases mismas de la
justicia y triunfar la corrupción, en
este incierto y pavoroso estado de cosas
Nos vemos profundamente angustiados,
pero recurrimos confiados a nuestra
Reina María, poniendo a sus pies, junto
con el Nuestro, los sentimientos de
devoción de todos los fieles que se
glorían del nombre de cristianos.
INTRODUCCIÓN
2. Place y es útil
recordar que Nos mismo, en el primer día
de noviembre del Año Santo, 1950, ante
una gran multitud de Eminentísimos
Cardenales, de venerables Obispos, de
Sacerdotes y de cristianos, llegados de
las partes todas del mundo -decretamos
el dogma de la Asunción de la Beatísima
Virgen María al Cielo, donde, presente
en alma y en cuerpo, reina entre los
coros de los Ángeles y de los Santos, a
una con su unigénito Hijo. Además, al
cumplirse el centenario de la definición
dogmática -hecha por Nuestro Predecesor,
Pío IX, de i. m.- de la Concepción de la
Madre de Dios sin mancha alguna de
pecado original, promulgamos el Año
Mariano, durante el cual vemos con suma
alegría que no sólo en esta alma Ciudad
–singularmente en la Basílica Liberiana,
donde innumerables muchedumbres acuden a
manifestar públicamente su fe y su
ardiente amor a la Madre celestial- sino
también en toda las partes del mundo
vuelve a florecer cada vez más la
devoción hacia la Virgen Madre de Dios,
mientras los principales Santuarios de
María han acogido y acogen todavía
imponentes peregrinaciones de fieles
devotos.
Y todos saben cómo
Nos, siempre que se Nos ha ofrecido la
posibilidad, esto es, cuando hemos
podido dirigir la palabra a Nuestros
hijos, que han llegado a visitarnos, y
cuando por medio de las ondas
radiofónicas hemos dirigido mensajes aun
a pueblos alejados, jamás hemos cesado
de exhortar a todos aquellos, a quienes
hemos podido dirigirnos, a amar a
nuestra benignísima y poderosísima Madre
con un amor tierno y vivo, cual cumple a
los hijos.
Recordamos a este
propósito particularmente el
Radiomensaje que hemos dirigido al
pueblo de Portugal, al ser coronada la
milagrosa Virgen de Fátima, Radiomensaje
que Nos mismo hemos llamado de la
"Realeza" de María.
3. Por todo ello, y
como para coronar estos testimonios
todos de Nuestra piedad mariana, a los
que con tanto entusiasmo ha respondido
el pueblo cristiano, para concluir útil
y felizmente el Año Mariano que ya está
terminando, así como para acceder a las
insistentes peticiones que de todas
partes Nos han llegado, hemos
determinado instituir la fiesta
litúrgica de la "Bienaventurada María
Virgen Reina".
Cierto que no se trata de una nueva
verdad propuesta al pueblo cristiano,
porque el fundamento y las razones de la
dignidad real de María, abundantemente
expresadas en todo tiempo, se encuentran
en los antiguos documentos de la Iglesia
y en los libros de la sagrada liturgia.
Mas queremos recordarlos ahora en la
presente Encíclica para renovar las
alabanzas de nuestra celestial Madre y
para hacer más viva la devoción en las
almas, con ventajas espirituales.
I.– TRADICIÓN
4. Con razón ha
creído siempre el pueblo cristiano, aun
en los siglos pasados, que Aquélla, de
la que nació el Hijo del Altísimo, que
reinará eternamente en la casa de Jacob
y [será] Príncipe de la Paz, Rey de los
reyes y Señor de los señores, por encima
de todas las demás criaturas recibió de
Dios singularísimos privilegios de
gracia. Y considerando luego las íntimas
relaciones que unen a la madre con el
hijo, reconoció fácilmente en la Madre
de Dios una regia preeminencia sobre
todos los seres.
Por ello se comprende fácilmente cómo ya
los antiguos escritores de la Iglesia,
fundados en las palabras del arcángel
San Gabriel que predijo el reinado
eterno del Hijo de María, y en las de
Isabel que se inclinó reverente ante
ella, llamándola Madre de mi Señor, al
denominar a María Madre del Rey y Madre
del Señor, querían claramente significar
que de la realeza del Hijo se había de
derivar a su Madre una singular
elevación y preeminencia.
5. Por esta razón San
Efrén, con férvida inspiración poética,
hace hablar así a María: Manténgame el
cielo con su abrazo, porque se me debe
más honor que a él; pues el cielo fue
tan sólo tu trono, pero no tu madre.
¡Cuánto más no habrá de honrarse y
venerarse a la Madre del Rey que a su
trono!. Y en otro lugar ora él así a
María: ... virgen augusta y dueña,
Reina, Señora, protégeme bajo tus alas,
guárdame, para que no se gloríe contra
mí Satanás, que siembra ruinas, ni
triunfe contra mí el malvado enemigo.
-San Gregorio Nacianceno llama a María
Madre del Rey de todo el universo, Madre
Virgen, [que] ha parido al Rey de todo
el mundo. Prudencio, a su vez, afirma
que la Madre se maravilló de haber
engendrado a Dios como hombre sí, pero
también como Sumo Rey. -Esta dignidad
real de María se halla, además,
claramente afirmada por quienes la
llaman Señora, Dominadora, Reina. -Ya en
una homilía atribuida a Orígenes, Isabel
saluda a María Madre de mi Señor, y aun
la dice también: Tú eres mi señora. -Lo
mismo se deduce de San Jerónimo, cuando
expone su pensamiento sobre las varias
"interpretaciones" del nombre de
"María": Sépase que María en la lengua
siriaca significa Señora.
E igualmente se
expresa, después de él, San Pedro
Crisólogo: El nombre hebreo María se
traduce Domina en latín; por lo tanto,
el ángel la saluda Señora para que se
vea libre del temor servil la Madre del
Dominador, pues éste, como hijo, quiso
que ella naciera y fuera llamada Señora.
-San Epifanio, obispo de Constantinopla,
escribe al Sumo Pontífice Hormisdas, que
se ha de implorar la unidad de la
Iglesia por la gracia de la santa y
consubstancial Trinidad y por la
intercesión de nuestra santa Señora,
gloriosa Virgen y Madre de Dios, María.
-Un autor del mismo tiempo saluda
solemnemente con estas palabras a la
Bienaventurada Virgen sentada a la
diestra de Dios, para que pida por
nosotros: Señora de los mortales,
santísima Madre de Dios. -San Andrés de
Creta atribuye frecuentemente la
dignidad de reina a la Virgen, y así
escribe: [Jesucristo] lleva en este día
como Reina del género humano, desde la
morada terrenal [a los cielos] a su
Madre siempre Virgen, en cuyo seno, aun
permaneciendo Dios, tomó la carne
humana. Y en otra parte: Reina de todos
los hombres, porque, fiel de hecho al
significado de su nombre, se encuentra
por encima de todos, si sólo a Dios se
exceptúa. -También San Germán se dirige
así a la humilde Virgen: Siéntate,
Señora: eres Reina y más eminente que
los reyes todos, y así te corresponde
sentarte en el puesto más alto; y la
llama Señora de todos los que en la
tierra habitan. -San Juan Damasceno la
proclama Reina, Dueña, Señora y también
Señora de todas las criaturas; y un
antiguo escritor de la Iglesia
occidental la llama Reina feliz, Reina
eterna, junto al Hijo Rey, cuya nivea
cabeza está adornada con áurea corona.
-Finalmente, San Ildefonso de Toledo
resume casi todos los títulos de honor
en este saludo: ¡Oh Señora mía!, ¡oh
Dominadora mía!: tú mandas en mí, Madre
de mi Señor..., Señora entre las
esclavas, Reina entre las hermanas.
6. Los Teólogos de la
Iglesia, extrayendo su doctrina de estos
y otros muchos testimonios de la antigua
tradición, han llamado a la Beatísima
Madre Virgen Reina de todas las cosas
creadas, Reina del mundo, Señora del
universo.
7. Los Sumos Pastores
de la Iglesia creyeron deber suyo el
aprobar y excitar con exhortaciones y
alabanzas la devoción del pueblo
cristiano hacia la celestial Madre y
Reina.
Dejando aparte
documentos de los Papas recientes,
recordaremos que ya en el siglo séptimo
Nuestro Predecesor San Martín llamó a
María nuestra Señora gloriosa, siempre
Virgen; San Agatón, en la carta sinodal,
enviada a los Padres del Sexto Concilio
Ecuménico, la llamó Señora nuestra,
verdadera y propiamente Madre de Dios; y
en el siglo octavo, Gregorio II en una
carta enviada al patriarca San Germán,
leída entre aclamaciones de los Padres
del Séptimo Concilio Ecuménico,
proclamaba a María Señora de todos y
verdadera Madre de Dios y Señora de
todos los cristianos.
Recordaremos
igualmente que Nuestro Predecesor, de i.
m., Sixto IV, en la bula Cum praexcelsa,
al referirse favorablemente a la
doctrina de la inmaculada concepción de
la Bienaventurada Virgen, comienza con
estas palabras: Reina, que siempre
vigilante intercede junto al Rey que ha
engendrado. E igualmente Benedicto XIV,
en la bula Gloriosae Dominae llama a
María Reina del Cielo y de la tierra,
afirmando que el Sumo Rey le ha confiado
a ella, en cierto modo, su propio
imperio.
Por ello San Alfonso
de Ligorio, resumiendo toda la tradición
de los siglos anteriores, escribió con
suma devoción: Porque la Virgen María
fue exaltada a ser la Madre del Rey de
los reyes, con justa razón la Iglesia la
honra con el título de Reina.
II.- LITURGIA
8. La sagrada
Liturgia, fiel espejo de la enseñanza
comunicada por los Padres y creída por
el pueblo cristiano, ha cantado en el
correr de los siglos y canta de
continuo, así en Oriente como en
Occidente, las glorias de la celestial
Reina.
9. Férvidos resuenan
los acentos en el Oriente: Oh Madre de
Dios, hoy eres trasladada al cielo sobre
los carros de los querubines, y los
serafines se honran con estar a tus
órdenes, mientras los ejércitos de la
celestial milicia se postran ante Ti. -Y
también: Oh justo, beatísimo [José], por
tu real origen has sido escogido entre
todos como Esposo de la Reina
Inmaculada, que de modo inefable dará a
luz al Rey Jesús. Y además: Himno
cantaré a la Madre Reina, a la cual me
vuelvo gozoso, para celebrar con alegría
sus glorias... Oh Señora, nuestra lengua
no te puede celebrar dignamente, porque
Tú, que has dado a la luz a Cristo Rey,
has sido exaltada por encima de los
serafines. ... Salve, Reina del mundo,
salve, María, Señora de todos nosotros.
-En el Misal Etiópico se lee: Oh María,
centro del mundo entero..., Tú eres más
grande que los querubines plurividentes
y que los serafines multialados. ... El
cielo y la tierra están llenos de la
santidad de tu gloria.
10. Canta la Iglesia
Latina la antigua y dulcísima plegaria
"Salve Regina", las alegres antífonas
"Ave Regina caelorum", "Regina caeli
laetare alleluia" y otras recitadas en
las varias fiestas de la Bienaventurada
Virgen María: Estuvo a tu diestra como
Reina, vestida de brocado de oro; La
tierra y el cielo te cantan cual Reina
poderosa; Hoy la Virgen María asciende
al cielo; alegraos, porque con Cristo
reina para siempre.
A tales cantos han de
añadirse las Letanías Lauretanas que
invitan al pueblo católico diariamente a
invocar como Reina a María; y hace ya
varios siglos que, en el quinto misterio
glorioso del Santo Rosario, los fieles
con piadosa meditación contemplan el
reino de María que abarca cielo y
tierra.
11. Finalmente, el
arte, al inspirarse en los principios de
la fe cristiana, y como fiel intérprete
de la espontánea y auténtica devoción
del pueblo, ya desde el Concilio de
Efeso, ha acostumbrado a representar a
María como Reina y Emperatriz que,
sentada en regio trono y adornada con
enseñas reales, ceñida la cabeza con
corona, y rodeada por los ejércitos de
ángeles y de santos, manda no sólo en
las fuerzas de la naturaleza, sino
también sobre los malvados asaltos de
Satanás. La iconografía, también en lo
que se refiere a la regia dignidad de
María, se ha enriquecido en todo tiempo
con obras de valor artístico, llegando
hasta representar al Divino Redentor en
el acto de ceñir la cabeza de su Madre
con fúlgica corona.
12. Los Romanos
Pontífices, favoreciendo a esta devoción
del pueblo cristiano, coronaron
frecuentemente con la diadena, ya por
sus propias manos, ya por medio de
Legados pontificios, las imágenes de la
Virgen Madre de Dios, insignes
tradicionalmente en la pública devoción.
III.- RAZONES
TEOLÓGICAS
13. Como ya hemos
señalado más arriba, Venerables
Hermanos, el argumento principal, en que
se funda la dignidad real de María,
evidente ya en los textos de la
tradición antigua y en la sagrada
Liturgia, es indudablemente su divina
maternidad. De hecho, en las Sagradas
Escrituras se afirma del Hijo que la
Virgen dará a luz: Será llamado Hijo del
Altísimo, y el Señor Dios le dará el
trono de David, su padre, y reinará en
la casa de Jacob eternamente, y su reino
no tendrá fin; y, además, María es
proclamada Madre del Señor. Síguese de
ello lógicamente que Ella misma es
Reina, pues ha dado vida a un Hijo que,
ya en el instante mismo de su
concepción, aun como hombre, era Rey y
señor de todas las cosas, por la unión
hipostática de la naturaleza humana con
el Verbo.
San Juan Damasceno
escribe, por lo tanto, con todo derecho:
Verdaderamente se convirtió en Señora de
toda la creación, desde que llegó a ser
Madre del Creador; e igualmente puede
afirmarse que fue el mismo arcángel
Gabriel el primero que anunció con
palabras celestiales la dignidad regia
de María.
14. Mas la Beatísima
Virgen ha de ser proclamada Reina no tan
sólo por su divina maternidad, sino
también en razón de la parte singular
que por voluntad de Dios tuvo en la obra
de nuestra eterna salvación.
¿Qué cosa habrá para
nosotros más dulce y suave -como
escribía Nuestro Predecesor, de f. m.,
Pío XI- que el pensamiento de que Cristo
impera sobre nosotros, no sólo por
derecho de naturaleza, sino también por
derecho de conquista adquirido a costa
de la Redención? Ojalá que todos los
hombres, harto olvidadizos, recordasen
cuánto le hemos costado a nuestro
Salvador; "Fuisteis rescatados, no con
oro o plata, ... sino con la preciosa
sangre de Cristo, como de un Cordero
inmaculado". No somos, pues, ya
nuestros, puesto que Cristo "por precio
grande" nos ha comprado.
Ahora bien, en el
cumplimiento de la obra de la Redención,
María Santísima estuvo, en verdad,
estrechamente asociada a Cristo; y por
ello justamente canta la Sagrada
Liturgia: Dolorida junto a la cruz de
nuestro Señor Jesucristo estaba Santa
María, Reina del cielo y de la tierra.
Y la razón es que,
como ya en la Edad Media escribió un
piadosísimo discípulo de San Anselmo:
Así como... Dios, al crear todas las
cosas con su poder, es Padre y Señor de
todo, así María, al reparar con sus
méritos las cosas todas, es Madre y
Señor de todo: Dios es el Señor de todas
las cosas, porque las ha constituido en
su propia naturaleza con su mandato, y
María es la Señora de todas las cosas,
al devolverlas a su original dignidad
mediante la gracia que Ella mereció. La
razón es que, así como Cristo por el
título particular de la Redención es
nuestro Señor y nuestro Rey, así también
la Bienaventurada Virgen [es nuestra
Señora y Reina] por su singular concurso
prestado a nuestra redención, ya
suministrando su sustancia, ya
ofreciéndolo voluntariamente por
nosotros, ya deseando, pidiendo y
procurando para cada uno nuestra
salvación.
15. Dadas estas
premisas, puede argumentarse así: Si
María, en la obra de la salvación
espiritual, por voluntad de Dios fue
asociada a Cristo Jesús, principio de la
misma salvación, y ello en manera
semejante a la en que Eva fue asociada a
Adán, principio de la misma muerte, por
lo cual puede afirmarse que nuestra
redención se cumplió según una cierta
"recapitulación", por la que el género
humano, sometido a la muerte por causa
de una virgen, se salva también por
medio de una virgen; si, además, puede
decirse que esta gloriosísima Señora fue
escogida para Madre de Cristo
precisamente para estar asociada a El en
la redención del género humano "y si
realmente fue Ella, la que, libre de
toda mancha personal y original, unida
siempre estrechísimamente con su Hijo,
lo ofreció como nueva Eva al Eterno
Padre en el Gólgota, juntamente con el
holocausto de sus derechos maternos y de
su maternal amor, por todos los hijos de
Adán manchados con su deplorable
pecado"; se podrá de todo ello
legítimamente concluir que, así como
Cristo, el nuevo Adán, es nuestro Rey no
sólo por ser Hijo de Dios, sino también
por ser nuestro Redentor, así, según una
cierta analogía, puede igualmente
afirmarse que la Beatísima Virgen es
Reina, no sólo por ser Madre de Dios,
sino también por haber sido asociada
cual nueva Eva al nuevo Adán.
Y, aunque es cierto
que en sentido estricto, propio y
absoluto, tan sólo Jesucristo -Dios y
hombre- es Rey, también María, ya como
Madre de Cristo Dios, ya como asociada a
la obra del Divino Redentor, así en la
lucha con los enemigos como en el
triunfo logrado sobre todos ellos,
participa de la dignidad real de Aquél,
siquiera en manera limitada y analógica.
De hecho, de esta unión con Cristo Rey
se deriva para Ella sublimidad tan
espléndida que supera a la excelencia de
todas las cosas creadas: de esta misma
unión con Cristo nace aquel regio poder
con que ella puede dispensar los tesoros
del Reino del Divino Redentor;
finalmente, en la misma unión con Cristo
tiene su origen la inagotable eficacia
de su maternal intercesión junto al Hijo
y junto al Padre.
No hay, por lo tanto,
duda alguna de que María Santísima
supera en dignidad a todas las
criaturas, y que, después de su Hijo,
tiene la primacía sobre todas ellas. Tú
finalmente -canta San Sofronio- has
superado en mucho a toda criatura...
¿Qué puede existir más sublime que tal
alegría, oh Virgen Madre? ¿Qué puede
existir más elevado que tal gracia, que
Tú sola has recibido por voluntad
divina?. Alabanza, en la que aun va más
allá San Germán: Tu honrosa dignidad te
coloca por encima de toda la creación:
Tu excelencia te hace superior aun a los
mismos ángeles. Y San Juan Damasceno
llega a escribir esta expresión:
Infinita es la diferencia entre los
siervos de Dios y su Madre.
16. Para ayudarnos a
comprender la sublime dignidad que la
Madre de Dios ha alcanzado por encima de
las criaturas todas, hemos de pensar
bien que la Santísima Virgen, ya desde
el primer instante de su concepción, fue
colmada por abundancia tal de gracias
que superó a la gracia de todos los
Santos.
Por ello -como
escribió Nuestro Predecesor Pío IX, de
f. m., en su Bula- Dios inefable ha
enriquecido a María con tan gran
munificencia con la abundancia de sus
dones celestiales, sacados del tesoro de
la divinidad, muy por encima de los
Angeles y de todos los Santos, que Ella,
completamente inmune de toda mancha de
pecado, en toda su belleza y perfección,
tuvo tal plenitud de inocencia y de
santidad que no se puede pensar otra más
grande fuera de Dios y que nadie, sino
sólo Dios, jamás llegará a comprender.
17. Además, la
Bienaventurada Virgen no tan sólo ha
tenido, después de Cristo, el supremo
grado de la excelencia y de la
perfección, sino también una
participación de aquel influjo por el
que su Hijo y Redentor nuestro se dice
justamente que reina en la mente y en la
voluntad de los hombres. Si, de hecho,
el Verbo opera milagros e infunde la
gracia por medio de la humanidad que ha
asumido, si se sirve de los sacramentos,
y de sus Santos, como de instrumentos
para salvar las almas, ¿cómo no servirse
del oficio y de la obra de su santísima
Madre para distribuirnos los frutos de
la Redención?
Con ánimo
verdaderamente maternal -así dice el
mismo Predecesor Nuestro, Pío IX, de i.
m.- al tener en sus manos el negocio de
nuestra salvación, Ella se preocupa de
todo el género humano, pues está
constituida por el Señor Reina del cielo
y de la tierra y está exaltada sobre los
coros todos de los Angeles y sobre los
grados todos de los Santos en el cielo,
estando a la diestra de su unigénito
Hijo, Jesucristo, Señor nuestro, con sus
maternales súplicas impetra
eficacísimamente, obtiene cuanto pide, y
no puede no ser escuchada.
A este propósito,
otro Predecesor Nuestro, de f. m., León
XIII, declaró que a la Bienaventurada
Virgen María le ha sido concedido un
poder casi inmenso en la distribución de
las gracias; y San Pío X añade que María
cumple este oficio suyo como por derecho
materno.
18. Gloríense, por lo
tanto, todos los cristianos de estar
sometidos al imperio de la Virgen Madre
de Dios, la cual, a la par que goza de
regio poder, arde en amor maternal.
Mas, en estas y en
otras cuestiones tocantes a la
Bienaventurada Virgen, tanto los
Teólogos como los predicadores de la
divina palabra tengan buen cuidado de
evitar ciertas desviaciones, para no
caer en un doble error; esto es,
guárdense de las opiniones faltas de
fundamento y que con expresiones
exageradas sobrepasan los límites de la
verdad; mas, de otra parte, eviten
también cierta excesiva estrechez de
mente al considerar esta singular,
sublime y -más aún- casi divina dignidad
de la Madre de Dios, que el Doctor
Angélico nos enseñara que se ha de
ponderar en razón del bien infinito, que
es Dios.
Por lo demás, en este como en otros
puntos de la doctrina católica, la
"norma próxima y universal de la verdad"
es para todos el Magisterio, vivo, que
Cristo ha constituido "también para
declarar lo que en el depósito de la fe
no se contiene sino oscura y como
implícitamente".
19. De los monumentos
de la antigüedad cristiana, de las
plegarias de la liturgia, de la innata
devoción del pueblo cristiano, de las
obras de arte, de todas partes hemos
recogido expresiones y acentos, según
los cuales la Virgen Madre de Dios
sobresale por su dignidad real; y
también hemos mostrado cómo las razones,
que la Sagrada Teología ha deducido del
tesoro de la fe divina, confirman
plenamente esta verdad. De tantos
testimonios reunidos se entreforma un
concierto, cuyos ecos resuenan en la
máxima amplitud, para celebrar la alta
excelencia de la dignidad real de la
Madre de Dios y de los hombres, que ha
sido exaltada a los reinos celestiales,
por encima de los coros angélicos.
IV.- INSTITUCIÓN
DE LA FIESTA
20. Y ante Nuestra
convicción, luego de maduras y
ponderadas reflexiones, de que seguirán
grandes ventajas para la Iglesia si esta
verdad sólidamente demostrada
resplandece más evidente ante todos,
como lucerna más brillante en lo alto de
su candelabro, con Nuestra Autoridad
Apostólica decretamos e instituimos la
fiesta de María Reina, que deberá
celebrarse cada año en todo el mundo el
día 31 de mayo. Y mandamos que en dicho
día se renueve la consagración del
género humano al Inmaculado Corazón de
la bienaventurada Virgen María. En ello,
de hecho, está colocada la gran
esperanza de que pueda surgir una nueva
era tranquilizada por la paz cristiana y
por el triunfo de la religión.
Procuren, pues, todos
acercarse ahora con mayor confianza que
antes, todos cuantos recurren al trono
de la gracia y de la misericordia de
nuestra Reina y Madre, para pedir
socorro en la adversidad, luz en las
tinieblas, consuelo en el dolor y en el
llanto, y, lo que más interesa, procuren
liberarse de la esclavitud del pecado, a
fin de poder presentar un homenaje
insustituible, saturado de encendida
devoción filial, al cetro real de tan
grande Madre. Sean frecuentados sus
templos por las multitudes de los
fieles, para en ellos celebrar sus
fiestas; en las manos de todos esté la
corona del Rosario para reunir juntos,
en iglesias, en casas, en hospitales, en
cárceles, tanto los grupos pequeños como
las grandes asociaciones de fieles, a
fin de celebrar sus glorias. En sumo
honor sea el nombre de María más dulce
que el néctar, más precioso que toda
joya; nadie ose pronunciar impías
blasfemias, señal de corrompido ánimo,
contra este nombre, adornado con tanta
majestad y venerable por la gracia
maternal; ni siquiera se ose faltar en
modo alguno de respeto al mismo. Se
empeñen todos en imitar, con vigilante y
diligente cuidado, en sus propias
costumbres y en su propia alma, las
grandes virtudes de la Reina del Cielo y
nuestra Madre amantísima. Consecuencia
de ello será que los cristianos, al
venerar e imitar a tan gran Reina y
Madre, se sientan finalmente hermanos,
y, huyendo de los odios y de los
desenfrenados deseos de riquezas,
promuevan el amor social, respeten los
derechos de los pobres y amen la paz.
Que nadie, por lo tanto, se juzgue hijo
de María, digno de ser acogido bajo su
poderosísima tutela si no se mostrare,
siguiendo el ejemplo de ella, dulce,
casto y justo, contribuyendo con amor a
la verdadera fraternidad, no dañando ni
perjudicando, sino ayudando y
consolando.
21. En muchos países
de la tierra hay personas injustamente
perseguidas a causa de su profesión
cristiana y privadas de los derechos
humanos y divinos de la libertad: para
alejar estos males de nada sirven hasta
ahora las justificadas peticiones ni las
repetidas protestas. A estos hijos
inocentes y afligidos vuelva sus ojos de
misericordia, que con su luz llevan la
serenidad, alejando tormentas y
tempestades, la poderosa Señora de las
cosas y de los tiempos, que sabe aplacar
las violencias con su planta virginal; y
que también les conceda el que pronto
puedan gozar la debida libertad para la
práctica de sus deberes religiosos, de
tal suerte que, sirviendo a la causa del
Evangelio con trabajo concorde, con
egregias virtudes, que brillan
ejemplares en medio de las asperezas,
contribuyan también a la solidez y a la
prosperidad de la patria terrenal.
22. Pensamos también
que la fiesta instituida por esta Carta
encíclica, para que todos más claramente
reconozcan y con mayor cuidado honren el
clemente y maternal imperio de la Madre
de Dios, pueda muy bien contribuir a que
se conserve, se consolide y se haga
perenne la paz de los pueblos ,
amenazada casi cada día por
acontecimientos llenos de ansiedad.
¿Acaso no es Ella el arco iris puesto
por Dios sobre las nubes, cual signo de
pacífica alianza?. Mira al arco, y
bendice a quien lo ha hecho; es muy
bello en su resplandor; abraza el cielo
con su cerco radiante y las Manos del
Excelso lo han extendido. Por lo tanto,
todo el que honra a la Señora de los
celestiales y de los mortales -y que
nadie se crea libre de este tributo de
reconocimiento y de amor- la invoque
como Reina muy presente, mediadora de la
paz; respete y defienda la paz, que no
es la injusticia inmune ni la licencia
desenfrenada, sino que, por lo
contrario, es la concordia bien ordenada
bajo el signo y el mandato de la
voluntad de Dios: a fomentar y aumentar
concordia tal impulsan las maternales
exhortaciones y los mandatos de María
Virgen.
Deseando muy de veras
que la Reina y Madre del pueblo
cristiano acoja estos Nuestros deseos y
que con su paz alegre a los pueblos
sacudidos por el odio, y que a todos
nosotros nos muestre, después de este
destierro, a Jesús que será para siempre
nuestra paz y nuestra alegría, a
Vosotros, Venerables Hermanos, y a
vuestros fieles, impartimos de corazón
la Bendición Apostólica, como auspicio
de la ayuda de Dios omnipotente y en
testimonio de Nuestro amor.
Dado en Roma, junto a
San Pedro, en la fiesta de la Maternidad
de la Virgen María, el día 11 de octubre
de 1954, decimosexto de Nuestro
Pontificado.
Fotos: Hermandad
Sagrada Cena |