Es la Adoración
Nocturna una asociación eucarística ,
cuya misión concreta es adorar al
Santísimo Sacramento durante las horas
de la noche. Está perfectamente
organizada y reglamentada, concretándose
su actuación en la asistencia a una
vigilia mensual, más otras tres
extraordinarias que se celebran en el
Jueves Santo, en el Corpus y en la
conmemoración de los Difuntos.
La Adoración Nocturna
tiene su origen en Roma, en l8l0, año en
que, con motivo de la persecución que
sufría la Iglesia, hombres de mucha fe,
pertenecientes a las Hermandades
Sacramentales se reunieron y acordaron
prolongar la adoración al Señor durante
las horas de la noche y muy pronto
terminó aquella persecución. Más
adelante, un destacado compositor de
origen judío, fundó la Adoración
Nocturna con 20 compañeros, celebrando
la 1ª vigilia de París, el 6 de
Diciembre de l848.
Ésta sí se extendió
por todo el mundo, celebrándose la 1ª
vigilia en España la noche del 3 de
Noviembre de l877, en el antiguo
convento de los PP. Capuchinos de
Madrid.
Las vigilias de la antigüedad, primer
precedente de la Adoración Nocturna
Las vigilias
mensuales de la Adoración Nocturna
continúan la tradición de aquellas
vigilias nocturnas de los primeros
cristianos, si bien éstos, como sabemos,
no prestaban todavía una especial
atención devocional a la Eucaristía
reservada. Los primeros cristianos,
movidos por la enseñanza y el ejemplo de
Cristo -«vigilad y orad»-, no sólamente
procuraban rezar varias veces al día, en
costumbre que dio lugar a la Liturgia de
las Horas, sino que -también por imitar
a Jesús, que solía orar por la noche (+Lc
6,12; Mt 26,38-41)-, se reunían a
celebrar vigilias nocturnas de oración.
Estas vigilias tenían
lugar en el aniversario de los mártires,
en la víspera de grandes fiestas
litúrgicas, y sobre todo en las noches
precedentes a los domingos. La más
importante y solemne de todas ellas era,
por supuesto, la Vigilia Pascual,
llamada por San Agustín «madre de todas
las santas vigilias» (ML 38,1088).
En las vigilias los
cristianos se mantenían vigiles, esto
es, despiertos, alternando oraciones,
salmos, cantos y lecturas de la Sagrada
Escritura. Así es como esperaban en la
noche la hora de la Resurrección, y
llegada ésta al amanecer, terminaban la
vigilia con la celebración de la
Eucaristía. Tenemos de esto un ejemplo
muy antiguo en la vigilia celebrada por
San Pablo con los fieles de Tróade (Hch
20, 7-12).
Con el nacimiento del
monacato en el siglo IV, se van
organizando en las comunidades
monásticas vigilias diarias, a las que a
veces, como en Jerusalén, se unen
también algunos grupos de fieles laicos.
Así lo refiere en el Diario de viaje la
peregrina española Egeria, del siglo V.
En todo caso, entre los laicos, las
vigilias más acostumbradas eran las que
semanalmente precedían al domingo.
La costumbre de las vigilias nocturnas
se hizo pronto bastante común. San
Basilio (+379), por ejemplo,
respondiendo a ciertas reticencias de
algunos clérigos de Neocesarea, habla
con gran satisfacción de tantos «hombres
y mujeres que perseveran día y noche en
las oraciones asistiendo al Señor», ya
que en este punto «las costumbres
actualmente vigentes en todas las
Iglesias de Dios son acordes y
unánimes»:
«El pueblo [para
celebrar las vigilias] se levanta
durante la noche y va a la casa de
oración, y en el dolor y aflicción, con
lágrimas, confiesan a Dios [sus
pecados], y finalmente, terminadas las
oraciones, se levantan y pasan a la
salmodia. Entonces, divididos en dos
coros, se alternan en el canto de los
salmos, al tiempo que se dan con más
fuerza a la meditación de las Escrituras
y centran así la atención del corazón.
Después, se encomienda a uno comenzar el
canto y los otros le responden. Y así
pasan la noche en la variedad de la
salmodia mientras oran. Y al amanecer,
todos juntos, como con una sola voz y un
solo corazón, elevan hacia el Señor el
salmo de la confesión [Sal 50], y cada
uno hace suyas las palabras del
arrepentimiento.
«Pues bien, si por
esto os apartáis de nosotros [con
vuestras críticas], os apartaréis de los
egipcios, os apartaréis de las dos
Libias, de los tebanos, los palestinos,
los árabes, los fenicios, los sirios y
los que habitan junto al Éufrates y, en
una palabra, de todos aquellos que
estiman grandemente las vigilias, las
oraciones y las salmodias en común» (MG
32,764).
Las vigilias
mensuales de la Adoración Nocturna
-también con oraciones e himnos, salmos
y lecturas de la Escritura- prolongan,
pues, una antiquísima tradición piadosa
del pueblo cristiano, que nunca se
perdió del todo, y que hoy sigue siendo
recomendada por la Iglesia. Así en la
Ordenación general de la Liturgia de las
Horas, de 1971:
«A semejanza de la
Vigilia Pascual, en muchas Iglesias hubo
la costumbre de iniciar la celebración
de algunas solemnidades con una vigilia:
sobresalen entre ellas la de Navidad y
la de Pentecostés. Tal costumbre debe
conservarse y fomentarse de acuerdo con
el uso de cada una de las Iglesias (71).
«Los Padres y autores
espirituales, con muchísima frecuencia,
exhortan a los fieles, sobre todo a los
que se dedican a la vida contemplativa,
a la oración en la noche, con la que se
expresa y se aviva la espera del Señor
que ha de volver: "A medianoche se oyó
una voz: `¡que llega el esposo, salid a
recibirlo´ (Mt 25,6)!; "Velad, pues no
sabéis cuándo vendrá el dueño de la
casa, si al atardecer o a medianoche, o
al canto del gallo o al amanecer: no sea
que venga inesperadamente y os encuentre
dormidos" (Mc 13,35-36). Son, por tanto,
dignos de alabanza los que mantienen el
carácter nocturno del Oficio de lectura»
(72).
En este mismo
documento se dan las normas para el modo
de proceder de «quienes deseen, de
acuerdo con la tradición, una
celebraciòn más extensa de la vigilia
del domingo, de las solemnidades y de
las fiestas» (73).
Otros precedentes
Las vigilias de los
antiguos cristianos, como sabemos, no
tenían, sin embargo, una referencia
devocional hacia la presencia real de
Cristo en la Eucaristía. En este
aspecto, los antecedentes de la devoción
eucarística de la AN han de buscarse más
bien en las Cofradías del Santísimo
Sacramento, de las que ya hemos hablado,
nacidas con el Corpus Christi (1264), y
acogidas después normalmente a la Bula
de 1539.
Son también
antecedente de la AN las Cuarenta horas.
Éstas tienen su origen en Roma, en el
siglo XIII; reciben en el XVI un gran
impulso en Milán, y Clemente VIII, con
la Bula de 1592, las extiende a toda la
Iglesia. Como las Cuarenta Horas de
adoración en un templo eran continuadas
sucesiva e ininterrumpidamente en otros,
viene a producirse así una adoración
perpetua.
Pero si buscamos
antecedentes más próximos de la
Adoración actual, los hallamos en la
Adoración Nocturna nacida en Roma en
1810, con ocasión del cautiverio de Pío
VII, por iniciativa del sacerdote
Santiago Sinibaldi. Y en la Adoración
Nocturna desde casa, fundada por Mons.
de la Bouillerie en 1844, en París.
Pues bien, en su
forma actual, la AN es iniciada, según
vimos, en Francia por Hermann Cohen y
dieciocho hombres el 6 de diciembre de
1848, con el fin de adorar en una
iglesia, con turnos sucesivos, al
Santísimo Sacramento en una vigilia
nocturna.
La Adoración
Nocturna en España
España conoce también
en su historia cristiana muchas
Cofradías del Santísimo Sacramento,
agregadas normalmente a Santa Maria
sopra Minerva, iglesia de los dominicos
en Roma, y que durante el XIX se
integran en el Centro Eucarístico. Pero
la AN, como tal, se inicia en Madrid, el
3 de noviembre de 1877, en la iglesia de
los Capuchinos.
Allí se reúnen siete
fieles: Luis Trelles y Noguerol -está en
curso su proceso de beatificación-,
Pedro Izquierdo, Juan de Montalvo,
Manuel Silva, Miguel Bosch, Manuel
Maneiro y Rafael González. Queda la
Adoración integrada al principio en el
Centro Eucarístico.
En cuanto Adoración
Nocturna Española (ANE) se constituye de
forma autónoma en 1893. A los comienzos
reúne en sus grupos sólamente a hombres,
pero más tarde, sobre todo en los turnos
surgidos en parroquias, forma grupos de
hombres y mujeres. En 1977 celebra en
Madrid, con participación internacional,
su primer centenario.
En 1925 nace en
Valencia la Adoración Nocturna Femenina
(ANFE), que desde 1953, cuando se
unifican experiencias de varias
diócesis, es de ámbito nacional.
ANE -ver apéndice (pág.
56)- y ANFE están hoy presentes en casi
todas las Diócesis españolas.
La Adoración Nocturna en el mundo
La AN, iniciada en
París en 1848 y en Madrid en 1877, llega
a implantarse en un gran número de
países, especialmente en aquellos que,
cultural y religiosamente, están más
vinculados con Francia y con España.
Alemania, Argentina,
Bélgica, Benin, Brasil, Camerún, Canadá,
Colombia, Costa de Marfil, Cuba, Congo,
Chile, Ecuador, Egipto, España, Estados
Unidos, Filipinas, Francia, Guinea
Ecuatorial, Honduras, India, Inglaterra,
Irlanda, Italia, Isla Mauricio,
Luxemburgo, México, Panamá, Polonia,
Portugal, Santo Domingo, Senegal, Suiza,
Vaticano y Zaire.
Todas estas
asociaciones de adoración nocturna,
desde 1962, están unidas en la
Federación Mundial de las Obras de la
Adoración Nocturna de Jesús
Sacramentado.
Naturaleza de la
Adoración Nocturna
Al describir en lo
que sigue la AN, nos referimos
concretamente al modelo de la AN
Española. Pero lo que decimos vale
también más o menos para ANFE y para
otros países, especialmente para los de
Hispanoamérica, ya que usan normalmente
el mismo Manual.
La AN es una
asociación de fieles que, reunidos en
grupos una vez al mes, se turnan para
adorar en la noche al Señor, realmente
presente en la Eucaristía, en
representación de la humanidad y en el
nombre de la Iglesia.
Los adoradores, una
vez celebrado el Sacrificio eucarístico,
permanecen durante la noche por turnos
ante el Sacramento, rezando la Liturgia
de las Horas y haciendo oración
silenciosa.
Fines principales
Los fines de la AN
son los mismos de la Eucaristía. Son
aquellos fines de la adoración
eucarística ya señalados por la Bula
Transiturus de 1264, por el concilio de
Trento, por la Mediator Dei o en la
Eucharisticum mysterium: adorar con amor
al mismo Cristo; adorar con Cristo al
Padre «en espíritu y en verdad»;
ofrecerse con Él, como víctimas
penitenciales, para la salvación del
mundo y para la expiación del pecado;
orar, permanecer amorosamente en la
presencia de Aquel que nos ama... Éstos
fines son los que una y otra vez han
subrayado los Papas al dirigirse a la
AN:
«El alma que ha
conocido el amor de su divino Maestro
tiene necesidad de permanecer largamente
ante la Hostia consagrada y de adoptar,
en la presencia de la humildad de Dios,
una actitud muy humilde y profundamente
respetuosa» (Pío XII, Alocución a la AN,
Roma, AAS 45, 1953, 417).
«La presencia
sacramental de Cristo es fuente de amor.
Amor, en primer lugar al mismo Cristo.
El encuentro eucarístico es un encuentro
de amor... Y amor a nuestros hermanos.
Porque la autenticidad de nuestra unión
con Jesús sacramentado ha de traducirse
en nuestro amor verdadero a todos los
hombres, empezando por quienes están más
próximos» (Juan Pablo II, Alocución a la
AN, Madrid 31-X-1982).
En la adoración
eucarística y nocturna, los fieles se
unen profundamente al Sacrificio de la
redención -centro absoluto de la
vigilia-, acompañan a Jesús en su
oración nocturna y dolorosa de
Getsemaní:
«Quedáos aquí y velad
conmigo... Velad y orad, para que no
caigáis en tentación... En medio de la
angustia, él oraba más intensamente, y
su sudor era como gotas de sangre que
corrían sobre la tierra» (Mt 26,38.41;
Lc 22,44).
Los adoradores alaban
al Señor y le dan gracias largamente. Le
piden por el mundo y por la Iglesia, por
tantas y tan gravísimas necesidades.
«En esas horas junto
al Señor, os encargo que pidáis
especialmente por los sacerdotes y
religiosos, por las vocaciones
sacerdotales y a la vida consagrada»
(Juan Pablo II, ib.).
Los adoradores, en
las vigilias nocturnas, permanecen
atentos al Señor de la gloria, el que
vino, el que viene, el que vendrá.
«¡Felices los
servidores a quienes el señor encuentra
velando a su llegada!. Yo os aseguro que
él mismo recogerá su túnica, les hará
sentarse a la mesa y se pondrá a
servirles. ¡Felices ellos, si el señor
llega a medianoche o antes del alba y
los encuentra así!» (Lc 12,37-38).
Los adoradores, perseverando en la noche
a la luz gloriosa de la Eucaristía,
esperan en realidad el amanecer de la
vida eterna, de la que precisamente la
Eucaristía es prenda anticipada y
ciertísima:
«La sagrada
Eucaristía, en efecto, además de ser
testimonio sacramental de la primera
venida de Cristo, es al mismo tiempo un
anuncio constante de su segunda venida
gloriosa, al final de los tiempos.
«Prenda de la
esperanza futura y aliento, también
esperanzado, para nuestra marcha hacia
la vida eterna. Ante la sagrada Hostia
volvemos a escuchar aquellas dulces
palabras: "venid a mí todos los que
estáis fatigados y cargados, que yo os
aliviaré" (Mt 11,28)» (Juan Pablo II, ib.).
Fines
complementarios
La AN no agota su
finalidad con la pura celebración de las
vigilias mensuales. A ella le
corresponde también, por Estatutos,
promover otras formas de devoción y
culto a la sagrada Eucaristía, siempre
dentro de la comunión de la Iglesia y la
obediencia a la Jerarquía apostólica.
Los adoradores, pues,
cada uno en su familia, en su parroquia
o allí donde puedan actuar -colegios,
asociaciones laicales y movimientos,
etc.-, han de promover la devoción a la
Eucaristía y el culto a la misma. Ésta
es la proyección apostólica específica
de la AN. Otras actividades apostólicas
podrán ser cumplidas por los adoradores
en cuanto feligreses de una comunidad
parroquial o miembros de determinados
movimientos laicales. Pero en cuanto
adoradores han de comprometerse en el
apostolado eucarístico. Señalaremos, a
modo de ejemplo, algunos de los
objetivos que los adoradores deben
pretender con todo empeño, con oración
insistente y esperanzada, y con trabajo
humilde y paciente:
-Practicar con
frecuencia las visitas al Santísimo y
difundir esta preciosa forma de oración.
Esto ha de ir por delante de todo. El
adorador nocturno ha de ser también un
adorador diurno.
-Conseguir que, según
lo que dispone la Iglesia (Ritual 8;
Código 937), haya iglesias que
permanezcan abiertas durante algunas
horas al día, de modo que no se abran
sólo para la Misa o los sacramentos. Al
menos en la ciudad y también en los
pueblos más o menos grandes, en
principio, es posible conseguirlo. Éste
es un asunto muy grave. La vida
espiritual del pueblo católico se
configura de un modo u otro según que
los fieles dispongan o no de templos, de
lugares idóneos no sólo para la
celebración del culto, sino para la
oración. El Ritual de la dedicación de
iglesias manifiesta muy claramente que
las iglesias católicas han de ser «casas
de oración».
-Procurar la dignidad
de los sagrarios y capillas del
Santísimo.
-Fomentar en la
parroquia, de acuerdo con el párroco y
en unión si es posible con otros
adoradores, algún modo habitual de culto
a la Eucaristía fuera de la Misa:
exposiciones del Santísimo diarias,
semanales o mensuales, celebración anual
de las Cuarenta Horas, o en fin, lo que
se estime más viable y conveniente.
-Promover en alguna
iglesia de la ciudad alguna forma de
adoración perpetua durante el día. Los
adoradores activos, y también los
veteranos, han de ofrecerse los primeros
para hacer posible la continuidad de los
turnos de vela.
-Cultivar grupos de
tarsicios, es decir, de adoradores niños
o adolescentes: animarles, formarles,
guiarles en sus reuniones de adoración
eucarística. San Tarsicio, en los siglos
III-IV, fue un niño romano, mártir de la
Eucaristía.
-Difundir la devoción
eucarística en colegios católicos,
reuniones de movimientos apostólicos,
Seminario, ejercicios espirituales,
catequesis, retiros y convivencias.
-Procurar que el
Corpus Christi sea celebrado con todo
esplendor, y guarde su identidad
genuina, la que es querida por Dios, de
tal modo que esta solemnidad litúrgica
no venga a desvanecerse, ocultada por
otras significaciones -por ejemplo, el
Día de la Caridad-. Por muy valiosas que
sean estas otras significaciones, son
diversas.
Insistamos en lo
primero. Si un adorador tiene de verdad
amor a Cristo en la Eucaristía, si
quiere ser de verdad fiel a su propia
vocación, la que Dios le ha dado, ¿cómo
podrá limitar su devoción y acción a una
vigilia mensual?
Vigilias mensuales
Las vigilias
mensuales se celebran normalmente en una
iglesia fija, que puede ser una
parroquia, un convento o a veces, donde
existe, el oratorio propio de la AN. Y
tienen «una duración mínima de cinco
horas de permanencia, incluida la santa
Misa». En ocasiones, ese tiempo se verá
reducido, cuando, por ejemplo, es el
grupo muy pequeño y no es posible
establecer varios turnos sucesivos de
vela.
En la vigilia un
sacerdote celebra la Eucaristía y, si le
es posible, administra antes el
sacramento de la penitencia a los
adoradores que lo desean, les acompaña
en la vigilia, y da la bendición final
con el Santísimo. Está prevista, sin
embargo, la manera de celebrar vigilias
sin sacerdote, allí donde por una u otra
razón no hay uno disponible.
Notas esenciales de
la AN son tanto la nocturnidad como la
adoración prolongada, que para poder
serlo se realiza normalmente en turnos
sucesivos. Es la modalidad tradicional
que el mismo Ritual de la Iglesia
recomienda, en referencia a comunidades
religiosas:
«Se ha de conservar
también aquella forma de adoración, muy
digna de alabanza, en la que los
miembros de la comunidad se van turnando
de uno en uno o de dos en dos, porque
también de esta forma, según las normas
del instituto aprobado por la Iglesia,
ellos adoran y ruegan a Cristo el Señor
en el Sacramento, en nombre de toda la
comunidad y de la Iglesia» (90).
Las vigilias de la AN
se desarrollan siguiendo un Manual
propio que es bastante amplio y variado
-la edición española tiene 670 páginas-,
en el que se incluyen un buen número de
modelos de vigilias, siguiendo los
tiempos litúrgicos, en las diversas
Horas. Recoge también otras oraciones y
cantos.
Fotos: Francisco
Santiago |