La fiesta del Corpus
tiene su origen en Lieja (Bélgica),
hacia 1246, por iniciativa de santa
Juliana, pasando a extenderse por toda
la cristiandad desde Orvieto, donde
residía el Papa, a partir del milagro de
la Misa de Bolsena de 1262, en que el
sacerdote Pedro de Praga supera sus
dudas cuando ve sangrar la forma y
empapar los manteles, que se conservan
en un admirable relicario de aquella
hermosísima catedral.
La piedad
postridentina declara su total adhesión
a la grandeza del día del Corpus cuando
en la sesión XIII de 1551 Trento
proclama: "El santo Concilio declara
piadosa y santísima la costumbre que se
ha introducido en la Iglesia de dedicar
cada año una fiesta especial para
celebrar, todo lo posible, al Augusto
Sacramento, así como llevarlo en
procesión por las calles y plazas con
todo honor. (...)
Si alguien dijere que
el Santo Sacramento no debe ser adorado
con culto de latría, incluso externo y
no ser llevado solemnemente en procesión
según laudable y universal rito de la
santa Iglesia o que no puede ser
expuesto a la pública adoración del
pueblo y que sus adoradores son
idólatras, sea anatema".
Desde Trento.
Desde la celebración
del Concilio de Trento (1545-1563)
parece concentrarse e intensificarse la
religiosidad española, en la creencia y
veneración del misterio de la
Inmaculada, y en la idea de la
Eucaristía y del Corpus Christi, como
centros condensadores de la piedad del
dogma católico. La solemnidad de la
fiesta eucarística del Corpus era,
quizás, la que con más pompa y animación
se celebraba en toda España.
Fotos: Francisco
Santiago |