La Cruz es para el cofrade de
Sevilla, fiel compañera del cuerpo lánguido del Hijo
de Dios, es modulo de armonía estética, es sabedora
de su sufrimiento, es Sagrada Madera que acaricia
los estigmas del cuerpo del Salvador.
En los cultos de cuaresma y
cuando las hermandades celebran los devotos
besapiés, es altamente normal una vez besado los
pies de Cristo crucificado, tocar sensiblemente con
las yemas de los dedos el leño de donde pende el
cuerpo del señor, en una actitud quizás de
acariciar.
Para decretar el origen del
fervor crucero es esta ciudad nuestra, hay que ser
consciente de la profunda veneración, el amor y la
devoción a la Cruz de Cristo que se profesaba en los
monasterios pertenecientes a la orden franciscana,
cuyos religiosos contribuyeron a difundir
ampliamente este culto en todos aquellos lugares
donde iban estableciéndose.
Y precisamente fueron ellos, los
frailes terceros de la orden de San Francisco, los
que fundan en las décadas posteriores a la
reconquista de la ciudad de Sevilla, el convento
situado en la plaza del mismo nombre, hoy día, sede
del excelentísimo ayuntamiento de la ciudad.
Y desde este lugar emplazado en
las plazas de San Francisco y la hoy día conocida
por Plaza Nueva, es desde donde ejercerían una
notable influencia en la religiosidad popular de la
ciudad de Sevilla, llegando a fundar en el año de
1448 esta insigne y seráfica Hermandad de la Santa.
Vera-Cruz, inspirada en la
veneración al Sagrado Madero, aunque, ya en el año
de 1.370 se reunían devotos de la Santa Vera Cruz en
ese convento casa grande de San Francisco, con la
única misión de dar culto a la Cruz, símbolo por
excelencia del cristianismo, ya que la Cruz es la
imagen medular del cristiano, no obstante en los
primeros tiempos de la cristiandad no llego a
representarse a cristo en la Cruz, ya que la
crucifixión se consideraba infamante, teniéndonos
que retroceder en el tiempo hasta los siglos V y VI
para hallar las primeras representaciones de
crucificados.
A partir de su abolición por
Constantino, es cuando la Cruz se transforma en
signo de redención, y con ello se motiva su culto.
Estas cofradías, fundadas por los padres
franciscanos centraban su piedad en el misterio de
la crucifixión de Cristo, y acostumbraban también a
celebrar cada tres de Mayo la fiesta de la invención
de la Cruz, completando así el ciclo pascual con la
conmemoración del triunfo de la Resurrección a
través de un ceremonial en torno a una Cruz gloriosa
y florida.
Con el paso del tiempo, el
carácter festivo y jubiloso relacionado con el Santo
Madero iría concediéndose de la originaria condición
penitencial de la hermandad. Otro de los hechos que
incurrieron para engrandecer el origen de esta
fiesta, fue la creciente importancia que a partir
del siglo XVI fue adquiriendo en toda la
archidiócesis de Sevilla la recreación del Vía
Crucis.
Este ejercicio pasional,
actualmente muy desarrollado por nuestras
hermandades como acto cuaresmal, partía
habitualmente de una parroquia, y las diferentes
estaciones eran simbolizadas por cruces instaladas
en hornacinas y que eran después motivo de
exaltación y alegría durante la festividad del tres
de Mayo.
A lo largo del pasado siglo XIX
se reafirma el acervo devocional al santo madero,
desligado ya del culto penitencial iniciado por esta
hermandad de la Vera Cruz y animado por un cariz
pagano heredero de las celebraciones clásicas que
tenían lugar con motivo del retorno de la primavera.
Cada calle o cada sector urbano construía una
sencilla Cruz de madera que quedaba albergada en
casas particulares y eran expuestas durante la
fiesta del mes de Mayo recibiendo culto popular en
los patios de vecinos, debidamente exornados, aunque
manteniendo aún su primigenio carácter sacro con
algunas funciones de orden religioso, carácter este,
hoy día ausente.
Las Cruces de Mayo, son reducto
de una religiosidad atada a la noche de los tiempos,
las cruces se levantaban, cuajadas de flores, en las
plazas, pasajes y recintos abiertos, adornados con
la naturaleza que el mismo mes de mayo nos
proporciona, además de mantones bordados con motivos
florales, colchas multicolores y la sabiduría
popular en el exorno.
Fueron pasando los años, llegando
hasta principios del siglo pasado, donde las
celebraciones de las Cruces de Mayo llegan a
alcanzar su máximo esplendor, tanto en las casas
señoriales de la ciudad, como en los corralones de
vecinos, donde de verdad se celebraban la auténtica,
espontánea y sincera fiesta popular.
En estos corralones y patios de
vecinos es donde se palpaba todo el sentimiento
desde los días previos. El montaje de la cruz, que
habrá sido celosamente instalada en las vísperas,
por las mujeres de la vecindad, que habrán estado
trabajando sin descanso no solo en la decoración de
la cruz de mayo, si no en la labor de hacer
vecindad, de hacer hermandad, de compartir los
problemas y las ilusiones, en ahuyentar el
desarraigo y en fortalecer la convivencia.
El centro del patio era el altar
donde se colocaba la Cruz de Mayo, que sin duda era
y es la protagonista del acontecimiento. Días antes
se baldeaba, se fregaba rodilla en tierra con
estropajo y jabón verde y se encalaba de blanco
impoluto todo el patio, se pintaban de verde
esperanza todas las rejas y barandillas que asomaban
al patio, se hacían guirnaldas, cadenetas y flores
de papel de multicolores, se abrían baúles y
armarios para airear el olor del alcanfor, los
mantones, las colchas que primorosamente estaban
guardados por formar parte del ajuar de las hijas
mayores de las casas.
Llegada la primera noche de la
celebración de la Cruz de Mayo, aparecerán las
mujeres de la casa de vecinos, aireando sobre el
colindante de sus mejillas, extensos corales
engarzados en oro, sus cabellos exornados con una
moña de jazmines que ellas mismas se habrán hecho
con las flores del jazminero de corralón, y
aparecerán en el patio vestidas de flamenca, con
batas de volantes y engalanadas con mantones
bordados en sedas de colores, en sus manos revuelos
de abanicos y sus rostros llenos de satisfacción y
prestas a vivir la intensa noche de la Cruz de Mayo.
Asociaciones de vecinos,
hermandades de penitencia, hermandades de gloria y
sacramentales, así como peñas y entidades son las
encargadas de rememorar esas estampas ya
desaparecidas. A estas instituciones se les
encomiendan hacer de Sevilla hoy día, un escenario
de antaño y llenar las calles de fiesta por estas
fechas en nuestra ciudad.
El mes de Mayo tiene la magia de
esas fiestas que se adornan de soñadas tradiciones,
que se envuelven en el mito y la leyenda. La Cruz no
es sólo flor; es también canto, lírica, verso y
escenificación dramática. Por dondequiera que brota
en el aire la copla, y una constante musiquilla que
simboliza el cancionero, el cancionero de la Cruz de
Mayo, una vieja creación del pueblo venida no se
sabe de donde, para alabarla y piropearla. Allí
donde hay una cruz salta la copla:
Cruz bendita de Mayo
siempre resplandeciente,
bendita y alabada
seas para siempre.
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Fotos:
Francisco Santiago© |