La historia de
Sevilla está íntimamente ligada a la del
río Guadalquivir, pues desde sus
orígenes desempeñó el papel de puerto
fluvial y puente entre el Océano
Atlántico y el interior de la región
andaluza. Tampoco podemos olvidar el
protagonismo de Sevilla como encrucijada
de caminos terrestres entre el Norte, el
Este y el Oeste de la Península Ibérica.
Ya en los albores del primer milenio
a.C., el suelo sevillano estaba
predestinado a convertirse en la sede
del gran emporio del Guadalquivir. La
Sevilla primitiva nació allí donde el
cauce del río dejaba de ser navegable
para las grandes embarcaciones. Las
excavaciones arqueológicas emprendidas
en la Cuesta del Rosario permiten
afirmar que el asentamiento humano se
hizo estable hacia el siglo IX a.C.
Durante siglos,
analistas y eruditos reclamaron para
Hércules, el más popular de los héroes
mitológicos, el honor de haber marcado
con seis pilares de piedra el lugar
donde Julio César fundaría la ciudad de
Sevilla. El ilustre general romano la
llamó Iulia Romula Hispalis: Iulia por
su propio nombre, Romula por el de Roma
e Hispalis, según declara San Isidoro en
sus Etimologías, porque muchas de sus
casas estaban cimentadas mediante postes
hincados en el subsuelo. Las posteriores
investigaciones históricas nunca
lograron desterrar de la mente popular
su más firme creencia en los orígenes
míticos de Sevilla, hasta el punto de
seguirse repitiendo los célebres versos:
"Hércules me edificó,
Julio César me cercó
de muros y torres altas,
y el Rey Santo me ganó
con Garci Pérez de Vargas".
Esta rendida
admiración de los sevillanos por sus
legendarios fundadores les llevó en el
siglo XVI a erigirles sendas estatuas en
el recién creado paseo de la Alameda de
Hércules, que fueron labradas por el
escultor Diego de Pesquera. Allí pueden
admirarse todavía, erguidas sobre los
capiteles corintios de dos columnas
procedentes del templo romano de la
calle Mármoles.
Sabemos que en el año
206 a.C. Escipión el Africano, a raíz de
la derrota que infligió a los
cartagineses en Ilipa Magna (Alcalá del
Río), estableció un contingente de
soldados veteranos en Itálica, a pocos
kilómetros de Sevilla. Sin duda, se
trata de un lugar de visita obligado
para todos aquellos que quieran
comprender el alto grado de desarrollo
que alcanzó la provincia Bética durante
la época imperial. La cuna de Trajano y
Adriano vivió días de esplendor durante
los siglos II, III y IV d.C. De entre
sus edificios públicos brilla con luz
propia el anfiteatro, cuya capacidad
total alcanzaría los 25.000
espectadores. No menos interesantes son
sus calzadas porticadas, protegiendo a
los viandantes del sol y de la lluvia.
La arquitectura doméstica ofrece
ejemplos de excepción, como las Casas de
la Exedra, de los Pájaros o de Hylas,
que cuentan con espléndidos mosaicos.
Aun así, debemos advertir que la mayor
parte de los hallazgos materiales de
importancia se guardan en el Museo
Arqueológico de Sevilla y en la Casa de
la Condesa de Lebrija, sita en la calle
Cuna.
También a fines del
siglo III a.C. comenzaría la
reconstrucción de la propia Hispalis,
tras ser arrasada por los cartagineses.
Su nombre apareció por vez primera en la
historiografía antigua en el año 49
a.C., cinco años antes de que Julio
César le concediera, con motivo de su
victoria sobre Pompeyo, el estatuto de
Colonia. Esta es la verdad histórica que
subyace bajo el mito.
En el actual trazado
urbanístico de Sevilla pueden rastrearse
las huellas de las dos vías principales
de la Hispalis romana: el tramo oriental
del Decumano Máximo coincidiría con la
calle Aguilas, al par que la calle
Alhóndiga sería el tramo septentrional
del Cardo Máximo; por tanto, la Plaza de
la Alfalfa, en la intersección de ambas,
pudo ser el Foro imperial de la ciudad,
mientras que la cercana Plaza del
Salvador debió ser la sede de la Curia
con su edificio basilical.
A finales del
Imperio, y al decir del poeta
galorromano Ausonio, Hispalis, "la del
nombre ibérico, junto a la que fluye un
río marinero", se había convertido en la
urbe más importante de Hispania y en la
undécima del mundo. Ya por entonces,
Sevilla resplandecía como un decisivo
foco del cristianismo pensinsular, con
poderosa ascendencia sobre otras
ciudades como Mérida y Astorga. En el
año 287, las alfareras Justa y Rufina
murieron martirizadas por negarse a
adorar un ídolo de Salambó. Las dos
hermanas, como copatronas de la ciudad,
fueron inmortalizadas por los pinceles
de Murillo (Museo de Bellas Artes) y
Goya (Catedral), y sus delicadas
imágenes esculpidas en el siglo XVIII
por Duque Cornejo abren todos los años
la magna procesión del Corpus Christi
sevillano.
En el año 411, los
vándalos silingos se apoderaron de la
provincia Bética. La toma de Hispalis se
produjo en el 426 por parte del vándalo
Gunderico, quien según la tradicion
murió fulminado tras profanar la
basílica mayor cristiana, donde se
custodiaban las reliquias de San Vicente
desde época constantiniana. Estas
"bárbaras" huestes abandonaron la región
en el 429, embarcándose hacia Túnez.
Pocos años después aconteció la
ocupación de Sevilla por el suevo
Réquila, por fortuna también
transitoria.
Mayor repercusión
tuvo la etapa de dominación visigoda. En
efecto, coincidiendo con el reinado en
Constantinopla del emperador Justiniano
(527-565), los visigodos se replegaron
sobre Hispania desde la Galia. Parece
que Sevilla pudo ser el escenario de dos
regicidios perpetrados contra los
monarcas Teudis y Teudiselo. Pero uno de
los sucesos que en mayor medida
conmovieron los cimientos de la Sevilla
visigoda fue la sublevación política
encabezada por Hermenegildo, convertido
al cristianismo, contra su padre el rey
Leovigildo, quien a la postre logró
sitiar y tomar la ciudad, capturando en
Córdoba a su hijo, quien fue desterrado
a Valencia, y muerto después en
Tarragona a manos de un tal Sisberto.
Una vez más, las
fuentes históricas se contradicen con la
secular tradición que afirma que el
príncipe rebelde fue mandado encarcelar
por su padre en un torreón adherido a la
sevillana Puerta de Córdoba, donde fue
degollado en el año 584. Una lápida de
mármol sigue recordando en aquel lugar
al viandante: "OH TU, CUALQUIERA QUE
PASAS, VENERA RENDIDO ESTE LUGAR,
CONSAGRADO CON LA SANGRE DEL REY
HERMENEGILDO".
Con la conversión de
Recaredo al catolicismo en el año 589 se
alcanzó no sólo una paz religiosa, sino
también política. Sevilla conocerá
entonces una espléndida bonanza
cultural, gracias a dos personalidades
de inconmensurable talla: sus obispos
Leandro e Isidoro, a la sazón hermanos,
y los dos santos. Este último, autor de
las Etimologías, se convirtió en el
principal transmisor de todo el saber de
la Antigüedad, siendo unánimemente
considerado "honra de la Españas y
Doctor aplaudido por todas las
Naciones". A él le está dedicada una de
las parroquias más añejas de Sevilla,
por cierto recién restaurada, y junto a
su hermano San Leandro fue pintado en
diversas ocasiones por Murillo.
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Bibliografía:
- Roda, J.: "Sevilla, hitos y
mitos". Ayuntamiento de Sevilla.
Sevilla. 48 pp.
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