A pesar de la
opulencia vivida durante la centuria
anterior, la Sevilla del siglo XVII no
pudo sustraerse a la grave crisis
económica que por entonces afectaba a
Europa en general, y a España en
particular. Esta decadencia, agravada en
nuestra urbe por frecuentes calamidades
públicas, caso de las nefastas riadas y
epidemias de peste, por fortuna no se
correspondió con el florecimiento que
experimentaron las Artes en todas sus
manifestaciones.
Sevilla, inflamada de
espíritu contrarreformista, se
transforma urbanísticamente en una
ciudad-convento. Baste señalar que en
1671 podían contarse 45 monasterios de
frailes, siendo 28 el número de cenobios
femeninos. Franciscanos, dominicos,
agustinos y jesuitas ocupaban los
primeros puestos de este particular
"ranking". Espléndido escenario para las
procesiones penitenciales de Semana
Santa, que tras el Sínodo convocado en
1604 por el Cardenal Fernando Niño de
Guevara, por fuerza habían de dirigirse
a la Santa Iglesia Catedral. Nos
encontramos, pues, ante los orígenes de
la actual "Carrera Oficial", que se
inicia en la Campana y, tras cruzar la
calle Sierpes y la Plaza de San
Francisco, enfila la Avenida de la
Constitución para ir a culminar en las
naves del templo metropolitano.
Ya por entonces
estaban fundadas las principales
Cofradías sevillanas, algunas de cuyas
advocaciones han alcanzado renombre
universal, caso del Gran Poder o la
Macarena. Por cierto, que estas dos
señeras imágenes de Nazareno y Dolorosa,
la primera obra de Juan de Mesa en 1620
y la segunda atribuida al círculo de
Pedro Roldán en la segunda mitad del
siglo XVII, se veneran en las dos únicas
basílicas menores que existen en la
ciudad.
Resulta indudable el
peso de lo religioso en la Sevilla
barroca del siglo XVII. La ciudad se
convierte en un inmenso escenario sacro
en las impresionantes fiestas de
canonización que se suceden a lo largo
de la centuria. Las de San Ignacio, San
Francisco Javier, Santa Teresa de Jesús
y San Felipe Neri en 1622 y, sobre todo,
la de San Fernando en 1671,
sobresalieron por su esplendor en el
empleo de arquitecturas efímeras,
funciones sagradas y otros festejos
populares.
Durante estos años,
Sevilla se ganó a pulso el calificativo
de "Tierra de María Santísima", que
cristalizaría en 1946 con la
incorporación del título de "Muy
Mariana" al escudo de la ciudad. Ello
explica que la urbe y sus habitantes se
volcaran en lo que se conoce como la
"polémica inmaculista", desatada entre
franciscanos y dominicos en septiembre
de 1613, actuando los primeros como
defensores del misterio de la Inmaculada
Concepción frente a los ataques de los
segundos.
Evidentemente, el
pueblo sevillano tomó partido por los
franciscanos, intentando ridiculizar a
los dominicos mediante coplillas que
pronto se hicieron célebres: "Aunque le
pese a Molina/ y a los frailes de
Regina,/ al Prior y al Provincial,/ fue
María concebida/ sin pecado original".
Mayor popularidad aún adquirieron las
coplas compuestas en 1615 por Miguel Cid
con música del Padre Bernardo de Toro, y
que todavía hoy se siguen cantando por
los Seises, rezando así su estrofa
principal: "Todo el mundo en general/ a
voces, Reina escogida,/ diga que sois
concebida/ sin Pecado Original". El tema
de la Inmaculada se convirtió en
recurrente para los principales artistas
de la ciudad, siendo Martínez Montañés
en escultura y Murillo en pintura sus
principales mentores, creando verdaderas
obras maestras.
Las secuelas de la
tristemente célebre epidemia de peste de
1649 fueron terribles, como se adivina
contemplando el lienzo anónimo que se
conserva en el Hospital del Pozo Santo,
regido por una comunidad de monjas
terciarias franciscanas. La población
sevillana se vio reducida a la mitad,
asestándose un golpe durísimo a la
economía local. Entre las víctimas se
encontraba el eximio escultor Juan
Martínez Montañés, que fue enterrado en
la parroquia de Santa María Magdalena.
Un paulatino descontento fue
apoderándose de todas las capas
sociales, pero especialmente de las más
humildes, teniendo una de sus más
airadas manifestaciones en el motín de
la calle Feria, ocurrido en 1652 por la
escasez y alto precio del pan. Calle
ruidosa que todos los jueves del año,
desde hace siglos, ofrece las
mercaderías más variopintas a la
curiosidad del viandante, teniendo
especial presencia los objetos de
almoneda.
La figura de D.
Miguel de Mañara y Vicentelo de Leca,
Caballero de la Orden de Calatrava, está
indisolublemente unida a la del Hospital
y Hermandad de la Santa Caridad, fundada
en 1578 para dar sepultura a los
desamparados y ajusticiados, ampliándose
posteriormente su instituto para acoger
ancianos desvalidos. El analista Ortiz
de Zúñiga comenta que tras la muerte de
su esposa, a Mañara se le serenaron sus
pensamientos bizarros, sufriendo una
profunda conversión que le llevó a
encaminar sus pasos hacia dicha
institución, de la que fue Hermano Mayor
desde 1664 hasta su muerte en 1679.
No tienen ningún
fundamento histórico quienes piensan que
Tirso de Molina se inspiró en Mañara
para crear en 1630 el personaje
literario de Don Juan en su obra El
Burlador de Sevilla y Convidado de
Piedra, que pronto ascendería a la
categoría de mito universal. En efecto,
el Tenorio, símbolo por antonomasia del
seductor impenitente, ha sido
protagonista de innumerables obras de
teatro, como las de Antonio de Zamora o
Zorrilla e incluso de óperas, caso de la
compuesta por Mozart. Sevilla recuerda
con simpatía a este alegre libertino en
el monumento que le alzó en la Plaza de
los Refinadores del Barrio de Santa
Cruz.
El espíritu del
Venerable Miguel de Mañara sigue estando
vivo en el Hospital de la Santa Caridad.
El mismo se encuentra hoy sepultado en
una cripta bajo el altar mayor del
templo, aunque su deseo fue permanecer
enterrado en la misma puerta, para que
su lápida fuera pisoteada por todos lo
que en él entraran, no sin antes leer su
escalofriante epitafio: "Aquí yacen los
huesos y cenizas del peor hombre que ha
habido en el mundo. Ruegue a Dios por
él".
Mañara reflejó su
pensamiento en un librito titulado
Discurso de la Verdad, paradigma de la
mentalidad de todo un siglo, donde hace
patente su desprecio por los bienes y
placeres terrenales, poniendo como única
meta del hombre conseguir el regalo de
la vida eterna, mediante el ejercicio de
las obras de misericordia. Complejo
programa de vida que fue plasmado en ese
joyel barroco que es su iglesia dedicada
a San Jorge, de mano de los artistas más
reputados del momento: el retablista
Bernardo Simón de Pineda, el escultor
Pedro Roldán y los pintores Juan de
Valdés Leal y Bartolomé Esteban Murillo.
Una de las huellas
más entrañables que de Mañara se
conservan en el Hospital de la Caridad
son los ocho rosales que, según la
tradición, él mismo plantara en unos
tiestos hace más de trescientos años,
sin que desde entonces se hayan
marchitado o dejado de florecer.
Otro Hospital, el de
los Venerables Sacerdotes, fue fundado
en 1675 por el canónigo D. Justino de
Neve, con el fin de atender a los muchos
clérigos enfermos y desamparados que por
entonces deambulaban por la ciudad. Su
iglesia, poblada por hermosas pinturas
murales de Valdés Leal y de su hijo
Lucas, fue la primera que se consagró a
San Fernando. Tan piadosa institución,
creada en pleno corazón del barrio de
Santa Cruz, se extinguió no hace muchas
décadas, y en su edificio, concebido en
el más genuino estilo barroco por
Leonardo de Figueroa, se ubica desde
1991 la Fundación Cultural FOCUS.
En 1681 tuvo lugar el
nacimiento del Colegio Seminario de San
Telmo, cuya función había de ser, en
palabras del rey Carlos II, "recoger,
criar y educar muchachos huérfanos y
desamparados que sirvan en la marinería
de las Armadas y Flotas de la carrera de
las Indias". El Palacio de San Telmo,
emblemático monumento civil de la
Sevilla barroca, ha sufrido con
posterioridad los más diversos destinos;
entre otros, residencia decimonónica de
los Duques de Montpensier, Seminario
metropolitano durante buena parte del
siglo XX y, finalmente, sede
institucional de la Presidencia de la
Junta de Andalucía, desde septiembre de
1989.
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Bibliografía:
- Roda, J.: "Sevilla, hitos y
mitos". Ayuntamiento de Sevilla.
Sevilla. 48 pp.
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