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La Sevilla Renacentista.-

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Con el Descubrimiento de América en 1492 se inicia la Edad Moderna y Sevilla se erige, durante más de dos siglos, en puerto y puerta del Nuevo Mundo. Encuentro de culturas en un continuo flujo y reflujo, cual si de vasos comunicantes se tratara, la imagen de Sevilla quedaría grabada de manera indeleble en las retinas de cuantos se disponían a emprender la Carrera de Indias. La riqueza económica generada por el nuevo mercado americano transformó a Sevilla en la meca del comercio occidental, atrayendo tanto a comediantes como a banqueros extranjeros, artistas y navegantes de nombradía, misioneros deseosos de convertir almas y aventureros sin escrúpulos. La urbe de los Siglos de Oro, que llegó a ser llamada "Roma triunfante en ánimo y nobleza" se convirtió durante el Quinientos en la principal ciudad de España y en una de las diez ciudades mayores de Europa.

Cristóbal Colón, Almirante de la Mar Océana, estuvo en Sevilla en 1492, 1493 y 1501; varios siglos después, en 1899, sus restos llegaron a la ciudad procedentes de La Habana, y hoy reposan en el mausoleo historicista creado por el escultor Arturo Mélida en el crucero de la Catedral hispalense. Su hijo Hernando Colón legó a este mismo templo metropolitano varios miles de manuscritos, códices miniados e incunables que componen el fondo principal de la Biblioteca Colombina, enclavada en dependencias de la propia Catedral.

En los Reales Alcázares de Sevilla se creó en 1503 la Casa de la Contratación, organismo fundamental para regular las relaciones mercantiles, científicas y judiciales con América. De este organismo resta el Cuarto del Almirante, presidido por la espléndida pintura de la Virgen de los Navegantes, debida a los pinceles de algún discípulo de Alejo Fernández hacia 1535; en realidad es un políptico de cinco tablas que posee un alto interés no sólo artístico, sino también histórico e iconográfico, pues en la representación mariana central se retrataron famosos protagonistas de la empresa descubridora, así como la arquitectura naval de aquella época.

En los primeros años del siglo XVI, la preocupación por contar en Sevilla con estudios superiores se plasmó en la fundación del Colegio de Santa María de Jesús por Maese Rodrigo Fernández de Santaella, quien obtuvo del Papa Julio II la bula fundacional en 1505. Esta institución, germen de la futura Universidad hispalense, se ubicó en las inmediaciones de la Puerta de Jerez. Su primitiva portada tardogótica se encuentra desde 1920 en el compás del convento de Santa Clara, mientras que del edificio original tan sólo subsiste su recoleta Capilla de intenso sabor mudéjar.

Una gran trascendencia tuvo el viaje a Tierra Santa que emprendió en 1518 el primer Marqués de Tarifa, don Fadrique Henríquez de Ribera. En Jerusalén pudo participar en el piadoso ejercicio del Vía Crucis, instaurando dicha devoción al regresar a Sevilla casi tres años más tarde. Para ello, estableció la Primera Estación en su noble palacio, que desde entonces comenzó a llamarse por el vulgo Casa de Pilatos, y la última en el humilladero gótico-mudéjar de la Cruz del Campo, extramuros de la ciudad; en total, 997 metros, aproximadamente la misma distancia que iba desde el Pretorio hasta el Monte Calvario. Ese primitivo Vía Crucis, que tanta importancia tuvo para los orígenes de las Cofradías penitenciales sevillanas, se sigue rememorando cada primer viernes de Cuaresma por el interior del palacio ducal.

El emperador Carlos I de España y V de Alemania eligió a Sevilla como sede de su enlace matrimonial con Isabel de Portugal; los esponsales se celebraron en 1526 en los Reales Alcázares, muchas de cuyas estancias y patios, como el de las Doncellas, quedaron remodelados al gusto renacentista. En los deliciosos y amplios jardines aún destaca la armoniosa silueta del Pabellón de Carlos V, en cuya solería se perpetuó el nombre de su constructor o renovador, el maestro mayor de obras Juan Hernández en 1546.

Las bodas imperiales pusieron de manifiesto, una vez más, que la ubicación de las Casas Consistoriales en el caótico Corral de los Olmos, junto al Palacio Arzobispal, no era la más adecuada. Por ello, a finales de 1526, se acordó el traslado de sede, edificándose el nuevo Ayuntamiento en la Plaza de San Francisco, que así se convirtió en el centro cívico por excelencia y en un espacio urbano de alto contenido simbólico; no en balde, los flancos restantes quedaron acotados por la Cárcel Real, la Audiencia y el Convento Casa Grande de San Francisco.

La fundación del Consulado de Indias data de 1543 y en él quedaron representados todos los mercaderes que no eran extranjeros. Careciendo de local propio, muchos de los tratos mercantiles se realizaban en las gradas de la Catedral, por lo que el Cabildo eclesiástico, con el fin de evitar que los tratantes entraran en el templo, incluso con cabalgaduras, acordaron rodearlo con cadenas que todavía se conservan. El remedio definitivo llegó con la edificación de la Casa Lonja, terminada en 1598 siguiendo la estética herreriana. Pasado el tiempo, el monarca Carlos III ordenó la adaptación del monumento para albergar el Archivo General de Indias.

En los Anales de la ciudad figura con letras de oro el recibimiento que dispensaron los sevillanos en 1570 a su monarca Felipe II, cuya entrada triunfal fue narrada con todo lujo de detalles por el notable humanista Juan de Mal Lara. El ingreso del nutrido cortejo real en la urbe se produjo a través de la Puerta de Goles, que a partir de entonces cambió su nomenclatura por la de Puerta Real. El cronista Luis Cabrera de Córdoba nos cuenta que Felipe II "gozó de ver la Ciudad grande, hermosa, rica, noble, leal, aficionada a su Príncipe, compuesta de lo mejor que otras tienen, grandes Señores, ilustres Caballeros, Letrados, Mercaderes, excelencia de artífices, de ingenios, templanza de aire, serenidad de cielo, fertilidad del suelo en todo lo que la naturaleza puede desear, el apetito procurar, el regalo inventar, la gula demandar la salud, y apetecer la enfermedad".

En junio de 1579 se produjo el solemne traslado a la nueva Capilla Real de la Catedral hispalense de las veneradas imágenes góticas de la Virgen de las Batallas y de Nuestra Señora de los Reyes, patrona de la Archidiócesis sevillana, así como de la espada y pendón de San Fernando, de las reliquias de San Leandro y, por último, de los cuerpos reales de Fernando III el Santo, Doña Beatriz de Suabia, Alfonso X el Sabio, Pedro I, Doña María de Padilla y de los infantes Don Alonso, Don Pedro y Don Fadrique, donde todavía permanecen.

A lo largo de esta centuria, la magna procesión del Corpus Christi se consolidó como la principal del calendario litúrgico sevillano. Era característica la integración de sus componentes lúdicos y religiosos, la vistosa decoración callejera, así como la participación activa en el cortejo de todos los estamentos sociales. En 1587 se estrenó la imponente Custodia procesional labrada en plata de ley por Juan de Arfe, que en nuestros días sigue asombrando a propios y extraños por sus dimensiones y por su riqueza decorativa.

Miguel de Cervantes, inmortal literato español, conoció bien el ambiente social y económico que reinaba en la Sevilla de finales del siglo XVI. De la ciudad llegó a decir que era "amparo de pobres y refugio de dechados, que en su grandeza no sólo caben los pequeños, pero no se echa de ver los grandes". Rufianes, hampones y pícaros poblaban las calles de la ciudad, atraídos por su extraordinaria opulencia; personajes que, como Rinconete y Cortadillo, protagonizan infinidad de páginas cervantinas, quizás redactadas durante sus días de presidio en la Cárcel Real. Precisamente, el monumento a Cervantes esculpido en bronce por Sebastián Santos Rojas recuerda, en la calle Francisco Bruna, el emplazamiento de dicho edificio carcelario, ya inexistente. 

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Bibliografía:

  • Roda, J.: "Sevilla, hitos y mitos". Ayuntamiento de Sevilla. Sevilla. 48 pp.

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Conocer Sevilla 2004 - Francisco Santiago©