Tras la reconquista
cristiana, Sevilla se convirtió en la
capital de un extenso reino, de
perdurable vigencia civil y
eclesiástica. Fernando III permaneció en
la ciudad hasta su muerte en 1252; en la
catedralicia Capilla Real, a los pies de
la Virgen de los Reyes que tanto
venerara en vida, reposa su cuerpo
incorrupto, en la espléndida urna de
plata que labrara el orfebre barroco
Juan Laureano de Pina con motivo de su
canonización en 1671. Su epitafio,
redactado en castellano, latín, árabe y
hebreo, testimonia la antigua veneración
que los sevillanos sintieron por el
Santo Rey, afirmando que fue "...el más
leal e el más verdadero e el más franco
e el más esforzado e el más apuesto e el
más granado e el más sofrido e el más
homildoso e el que más temíe a Dios e el
que más le fazía servicio, el que
quebrantó e destruyó a todos sus
enemigos e el que alzó e ondró a todos
sus amigos, e conquissó la cibdad de
Sevilla que es cabeza de toda Espanna...".
Su hijo y sucesor
Alfonso X el Sabio sintió siempre
verdadera debilidad por Sevilla,
viéndose correspondido con creces por
sus habitantes, sobre todo durante los
últimos años de su reinado. El "No
madeja do" (NO8DO) que campea en el
escudo de la ciudad es el resultado de
una poética tradición que confirma la
inquebrantable fidelidad de los
sevillanos hacia este monarca, autor de
las Cantigas de Santa María y de Las
Siete Partidas, quien quiso erigir en
Triana un templo gótico a Santa Ana, "la
abuela de Cristo", en agradecimiento por
haberle sanado la vista.
Una de las figuras
que mayor número de leyendas y
tradiciones ha suscitado en el contexto
de la Sevilla medieval es la del rey
Pedro I, llamado por unos "el
Justiciero" y por otros "el Cruel". A
pesar de que nunca sintió verdadero amor
por su esposa legítima, doña Blanca de
Borbón, mandó asesinar en 1358 al
infante don Fadrique, gran Maestre de la
Orden de Santiago, por haber cometido
adulterio con ella; la escena tuvo lugar
presumiblemente en la Sala de la
Justicia de los Reales Alcázares. Este
palacio de origen abbadí, el más antiguo
de los monarcas castellanos, rezuma la
personalidad de Pedro I, quien erigió
nuevas estancias y camufló otras con una
exuberante decoración mudéjar; una
inscripción en la portada principal del
Patio de la Montería nos aclara que: "EL
MUI ALTO E MUI NOBLE ET MUI PODEROSO E
MUI CONQUERIDOR DON PEDRO, POR LA GRACIA
DE DIOS REY DE CASTIELLA ET DE LEON,
MANDO FAZER ESTOS ALCAZARES E ESTOS
PALACIOS E ESTAS PORTADAS, QUE FUE FECHO
EN LA ERA DE MIL ET CUATROCIENTOS E DOS"
(1364). La verdadera pasión hispalense
del rey es evocada por el vulgo en los
denominados Baños de Doña María de
Padilla, en realidad unos aljibes
situados bajo el Patio del Crucero de
los Alcázares.
También es conocido
el insistente requerimiento de amores
que sufrió la egregia dama doña María
Fernández Coronel por parte de Pedro I.
Tras el fallecimiento de su marido, don
Juan de la Cerda, encarcelado y muerto
por mandato del monarca, sufrió
múltiples penalidades que la imaginación
del vulgo se encargó de enriquecer, con
el fin de enaltecer aún más sus
virtudes.
Dispuesta a rechazar
definitivamente el asedio real, decidió
desfigurar horriblemente su rostro
vertiendo sobre el mismo aceite
hirviendo, suceso que acaeció en la
cocina del convento de Santa Clara. Una
vez que accedió al trono Enrique II
Trastámara, fundó el convento de Santa
Inés en 1374, en cuyo coro descansa su
cuerpo momificado vestido con el hábito
de la orden franciscana, quedando
expuesto a la veneración de los fieles
cada 2 de diciembre.
Poetas y novelistas
airearon la leyenda de la Cabeza del Rey
don Pedro, que aún en nuestros días da
nombre a una calle sevillana. En efecto,
dentro de una hornacina todavía puede
contemplarse el busto del monarca
ejecutado por el escultor Marcos Cabrera
en 1599, que vino a sustituir a una
primitiva cabeza de barro cocido, tenida
por el pueblo como la que el propio rey
mandó colocar en aquel lugar,
señalándose a sí mismo como el autor de
un terrible crimen nocturno, tras la
declaración de una anciana que lo había
reconocido.
Durante el reinado de
Pedro I se produjo el gran seísmo de
1356, de importantes consecuencias
arquitectónicas para la ciudad, pues dio
ocasión para que se reedificaran
importantes templos parroquiales, como
los de San Miguel, Omnium Sanctorum,
Santa Marina y San Román.
Los años posteriores
a la reconquista de Sevilla conocieron
el asentamiento en la ciudad de una
nutrida colonia de judíos, la segunda
más relevante del reino después de la
toledana. En 1391, tras las
enardecedoras prédicas del arcediano de
Ecija Ferrán Martínez, la comunidad
hebrea fue objeto de un violento asalto,
con numerosas muertes y saqueos. Sobre
la antigua judería hispalense, otrora
rodeada por una cerca, se conformaron
los actuales barrios de Santa Cruz y San
Bartolomé.
En el año 1401, el
cabildo de la Catedral de Sevilla adoptó
un acuerdo trascendental para la
historia religiosa de la ciudad; nada
menos que la construcción de una nueva
iglesia metropolitana la cual, en
palabras de uno de los prebendados,
fuera tan grande "que los que la vieren
acabada nos tengan por locos". En buena
medida, este deseo capitular se vio
colmado, pues la Catedral de Santa María
de la Sede se convirtió en el templo
gótico más grande del mundo y el tercero
en extensión de toda la Cristiandad,
tras San Pedro de Roma y San Pablo de
Londres. Esta colosal empresa congregó
en la urbe a un sinfín de artistas de
primera talla: canteros, albañiles,
carpinteros, herreros, escultores,
tallistas, pintores, doradores,
plateros, bordadores, vidrieros,
ceramistas, etc.
La Catedral de
Sevilla, consagrada en 1507 y con
numerosas estancias añadidas en estilo
renacentista y manierista, es un inmenso
recinto plurifuncional, pues además de
ser Casa de Dios, es un Museo de
primerísima categoría, ingente Panteón y
receptáculo de inestimables Archivos y
Bibliotecas. Tres veces al año, según
tradición guardada con mimo desde el
siglo XVI, bailan los niños Seises ante
el Santísimo Sacramento en la Capilla
Mayor: Triduo de Carnaval y Octavas del
Corpus Christi y de la Inmaculada
Concepción.
El siglo XV es una
época de frecuentes tensiones políticas,
y Sevilla no fue una excepción,
conociendo continuas disputas entre las
casas nobiliarias de los Guzmán y los
Ponce de León por apoderarse del
gobierno municipal. Entre julio de 1477
y diciembre de 1478, la ciudad se
convirtió prácticamente en la corte de
los Reyes Católicos, y tres años más
tarde en la primera sede del Tribunal de
la Santa Inquisición. La guerra contra
el reino nazarita de Granada, principal
empresa bélica de esta centuria, contó
con el insustituible apoyo militar y
económico de los sevillanos, que así
contribuyeron a culminar el proceso de
unificación de España, en esa fecha
emblemática de 1492.
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Bibliografía:
- Roda, J.: "Sevilla, hitos y
mitos". Ayuntamiento de Sevilla.
Sevilla. 48 pp.
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