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La Sevilla Islámica.-

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Durante los cinco siglos de dominación islámica, Sevilla desempeñó un papel político y cultural de primer orden. El nombre romano de Hispalis se trocó por el de Isbiliya, desde que la ciudad fue conquistada en el año 712, tras el asedio de Musa b. Nusayr. En el transcurso de los siglos VIII y IX, numerosos contingentes árabes fueron asentándose en Sevilla, especialmente de yemeníes.Estos protagonizaron numerosas revueltas internas durante el emirato de Abd al-Rahman I (756-788), además de pugnar continuamente contra la administración omeya de Córdoba, urbe que ostentaba la capitalidad de al-Andalus desde el año 716.

Tras unos años de tranquilidad, coincidentes con los emiratos de Hisam I (788-796) y al-Hakam I (796-822), sucedió la terrible invasión de los normandos en el año 844, ya en tiempos de Abd al-Rahman II (822-852). Isbiliya fue salvada por tropas cordobesas, tras un mes y medio de saqueos por toda Andalucía Occidental. Poco antes, en el año 829, se había construido la primera mezquita mayor que tuvo Isbiliya, la de Ibn Adabbas, sobre cuyo solar se edificaría siglos después la parroquia barroca del Divino Salvador, aun conservando su sahn o patio de los naranjos y el arranque del alminar. A su alrededor se organizó la Alcaicería de la Loza, cuyo intrincado entramado viario todavía puede adivinarse en el dédalo de tortuosas calles que unen la Plaza del Pan con las de la Alfalfa y la Encarnación.

Durante el siglo X volverá a imperar la calma y la prosperidad, merced a la eficaz gestión emprendida por el califa Abd al-Rahman III. La caída del califato cordobés en 1035 provocó la desintegración de la unidad territorial andalusí, surgiendo una serie de reinos independientes, entre los cuales se encontraba el de Sevilla. Durante el período de gobierno de los monarcas abbadíes, Isbiliya alcanzó no sólo su máxima expansión territorial -desde el Algarve hasta Murcia, incluyendo la propia Córdoba-, sino también una total preponderancia sobre las demás taifas. Inolvidables resultaron los reinados de al-Mutadid (1042-1068) y, sobre todo, el de su hijo al-Mutamid (1068-1091), el rey poeta que acabó tristemente sus días desterrado en Agmat, recordando las excelencias de Isbiliya y la belleza de su esposa Rumaykiyya. Podemos imaginarnos a la corte literaria de al-Mutamid reunida en alguno de los patios o salones de al-Muwarak, el Alcázar de la Bendición, transformado radicalmente por el rey Pedro I de Castilla en el siglo XIV.

Paralelamente, una intensa presión militar y tributaria hizo que el reino sevillano estuviera hipotecado al de Castilla y León. Para frenar el ansia expansionista de Alfonso VI, los reyes musulmanes de Badajoz, Granada y Sevilla, entre otros, acordaron pedir auxilio del exterior, y no había otra fuerza más próxima que la de los beréberes africanos almorávides. A la postre, el poder almorávid se revolvió contra los propios reinos de taifas, adueñándose de Sevilla en el 1091.

Durante la etapa almorávide, Sevilla se transformó en un puerto indispensable para el desembarco de tropas procedentes del Magreb, y en lugar de concentración de los cuerpos del ejército. Los más recientes hallazgos arqueológicos confirman que fueron los almorávides quienes levantaron la última de las murallas con que ha contado la ciudad, cuyo tramo más extenso transcurre entre el Arco de la Macarena y la Puerta de Córdoba, tachonado por ocho torreones. La extremada rigidez religiosa y la intolerancia social impuestas por esta dinastía desencantó al pueblo, que enseguida se organizó en movimientos independentistas. Todo ello, unido a la amenaza que representaba el rey castellano Alfonso VII, provocó la llegada al país de los almohades, quienes desembarcaron en Cádiz en 1146.

Los almohades impusieron a Sevilla como capital administrativa de al-Andalus. Por fin llegaron los días de bienestar y prosperidad, aunque entremezclados con otros de inquietud, a causa de las frecuentes incursiones castellanas en el territorio y de las periódicas crecidas del Guadalquivir. Ello no impidió que los almohades desarrollaran un importante programa constructivo, en el que se incluyeron la edificación a extramuros del palacio de La Buhaira y la instalación de un puente de barcas que unía la ciudad con el arrabal de Triana. Pero, sobre todo, a partir de 1172 se erigió una nueva mezquita mayor donde hoy se alza la imponente mole de la Catedral hispalense; el esplendor de dicha edificación lo siguen proclamando su airoso patio de los naranjos y el cuerpo de su alminar decorado con labor de sebka, que en origen se rematara con un yamur de cuatro manzanas doradas decrecientes, y desde 1568 con un etéreo cuerpo de campanas coronado por una veleta, el Giraldillo, que dio nombre a esta torre universal, la Giralda, rosa de los vientos cristianizada.

Hacia el año 1220 el poder almohade camina hacia su total declive. La reparación de las murallas y la construcción de la dodecagonal Torre del Oro con fines defensivos, no pudieron impedir que Sevilla fuera implacablemente sitiada durante más de quince meses por Fernando III, quien al fin logró la firma de las capitulaciones de rendición el 23 de noviembre de 1248, entrando triunfalmente en la ciudad el 22 de diciembre del mismo año.

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Bibliografía:

  • Roda, J.: "Sevilla, hitos y mitos". Ayuntamiento de Sevilla. Sevilla. 48 pp.

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Conocer Sevilla 2004 - Francisco Santiago©