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Ahora, Agustín. José Cretario.-

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«Sabe Dios qué angustia te acompañó; qué dolores viejos calló tu voz...»
M. Sosa

Todos deberíamos haberlo hecho Agustín hace unos años, unos meses, quizá solo unos días, cuando tus llamadas de socorro, elegantes, cordiales, sin perder esa compostura que mantuviste derecha en la mayor adversidad, pasaron a ser un grito si eco. «¿Qué le pasa a Agustín?» «El Hepburn está muy decaído». Lo sabía de antiguo José Luis tu compañero del alma. Lo advirtió el lunes tu amiga Belén: «Hay que hacer algo ya porque he visto a Agustín muy mal...» Iban a hacerlo, me aseguran, cuando en el reloj sonaron las campanadas de la madrugada maldita. Cuánta responsabilidad hay en todos los que te conocimos. Cuánto error. Me lo comentaba turbado a primeras horas del viernes un Manuel Román desecho y abatido -«todos somos un poco culpables»- que después, en la puerta de tu estancia, le vi devolverte parte del cariño que le entregaste a él, a la Iglesia y a las Cofradías haciendo de padre y de hermano mayor en esta cofradía de la tristeza que salió a la calle al alba del viernes al conocer tu muerte. Ahora Agustín algo ha cambiado. Los problemas para los tuyos, esos que no te dejaban vivir, puede que se hayan terminado. Lo dramático es el enorme precio que has tenido que pagar por ello.

A ti los días Agustín se te habrán parecido mucho a la puerta de San Esteban, o la de San Julián. Había que hacer enormes esfuerzos para salvar a diario la ojiva de la adversidad; minuto a minuto, varal a varal. Pero en tu trabajo (sobre el que tanto hemos hablado por ese estilo tuyo de hacer las cosas, cómo nos desgarramos ahora por lo que dijimos ) apenas notábamos que los días para ti eran un ejercicio de supervivencia. Noche a noche., verano o invierno aparecía la exuberancia de tu verbo narrando un pontifical o contando un traslado; lo mismo con el Cardenal -cómo has dejado al Cardenal, Agustín- que con Santizo. Y después, con tu pequeña cámara, a grabar esas cosillas que te encargaban las hermandades o los grupos municipales y que te ayudaban a fajarte el día siguiente. Otro día, otra ojiva, otro día, otra ojiva...

Manolo Bará más que un maestro, Agustín, fue para ti una estrella de oriente. El te dejó en herencia su estilo y tu le honraste al convertirte en el albacea de su memoria. Con él, en aquella emisora de San Juan de Aznalfarache o de la desaparecida Radio Meridional comenzaste a recrear esa Sevilla cordial y amable que quizá ya no exista más que en el pensamiento de unos cuantos soñadores como tu. Como buen soñador te definías como un hombre de la radio pero el mercado, ay el mercado, te puso en la televisión que ha sido tu gloria y también tu cruz..

Cuanto llanto Agustín en miles de hogares a los que llegabas con tus cosas. No te puedes ni imaginar la gente que se ha derrumbado al saber tu historia. Cuánta rabia Agustín, cuánto sonrojo. El nuestro y el que debe tener de por vida ese sacerdote que mostró dudas a la hora de oficiar tu funeral. Un renglón torcido en cualquier caso porque gracias a tan escasa misericordia a despedirte fue Juan Garrido Mesa: qué calidad de cura, Agustín.. Lo llamó Moeckel que te hizo de Nicodemo. Y allí estuvo el canónigo junto al padre Soria y al padre Parrilla preguntándole a los tibios quién es nadie para arrogarse el derecho de enjuiciar.

Habita el olvido con frecuencia en nuestros días Agustín. La memoria es tan efímera como una flor, como la vida. Pero tu recuerdo no va a ser fácil que se evapore y no porque te puedan poner una calle porque me imagino que una Ciudad que le dedica calles hasta a Taiwán se acordará de rotular alguna con tu nombre. A ti se te echará de menos al atardecer de un domingo de julio, cuando al encender el televisor nadie nos ponga la procesión de gloria de la tarde anterior. Otros podremos hablar de que en El Silencio ya es oficial la candidatura de Antonio Rodríguez Cordero que rompe los planes sucesorios de Delgado Roig o que el Jueves Santo ha logrado colocar a Rafael Molina como delegado en contra de los planes previstos por Román. Pero lo que hacías tú, Agustín, eso no volverá.

Ahora Agustín ya gozas. Si Dios quiere, tu mujer y tus pequeñas van a conocer todo el cariño que te tenía guardado la gente. Terminó tu pasión. La Pasión de Agustín Hepburn. Antes de comenzar la vigilia de tu noche oscura en la que te fundiste con las nubes y las alondras -

¿qué poemas nuevos fuiste a buscar?- me cuentan que estabas en la Basílica intentando encontrar en Sus ojos la esperanza. Ahora Agustín ya La tienes delante ¿Es verdad que se parece a La Macarena ? Ahora Agustín tú eres el primero de nosotros en saberlo.

Publicado en el Diario ABC de Sevilla el 6 de junio de 2004.

Fotos: Francisco Santiago©

Conocer Sevilla 2004 - Francisco Santiago©