La noticia nos
sobrecogió a todos por su crudeza. Un
accidente había provocado un desenlace
tan trágico como inesperado. Apenas unas
horas antes había cubierto con su
pequeña cámara y su gran profesionalidad
el acto eucarístico de las hermandades
de la Madrugada, a los pies de la
Esperanza Macarena. Por eso sabemos que
hoy está gozando de la plenitud de la
Señora. Desde esa certeza, que
compartimos todos, quiero hablar de la
lección de Agustín Hepburn: una lección
permanente de dignidad y de autenticidad
cofrade.
Agustín puso siempre
sus talentos - los que tenía, los que
Dios le concedió- al servicio de nuestra
Iglesia, de nuestra amplísima comunidad.
Su pundonor y su profundo sentimiento
cristiano –era cofrade con buena
formación espiritual-, le llevaban a
cubrir las informaciones cofradieras con
un enorme sentido devocional: algo que
lograba como ningún otro, aunque su
pequeña cámara no pudiese competir con
los medios técnicos de las cadenas
televisivas que merecen calificarse como
tales. Todos los que conocíamos a
Agustín sabíamos del genuino fervor de
sus palabras, del afecto que ponía en
aquellos barridos y tomas hacia nuestras
Imágenes devocionales, de la verdad de
cuanto proclamaba en aquellos momentos
de exaltación pregoneril que tanta fama
le dieron.
Y cuánto trabajo, y
cuanta dedicación. Dios mío,¡cuánto
remordimiento colectivo! ¿Por qué no se
valoró suficientemente ese trabajo, esa
dedicación, esa cobertura tan completa
de nuestros cultos cofradieros? Agustín
llegaba donde los demás no llegaban. Y
lo hacía con su enorme corazón. La
presencia masiva en su funeral daba una
respuesta tan tardía como exacta.
Le faltó un golpe de
suerte. Mas bien de justicia.
Simplemente, no estaba donde le
correspondía, no encontró el necesario
padrino, el impulso necesario. Tampoco
tuvo tiempo ni medios para proseguir
cursando estudios o depurando estilo: la
lucha por su estabilidad laboral, la
incertidumbre en la búsqueda del pan de
los suyos fue una constante que arruinó
su vida. Tenemos todos que aprender a
humanizar esa excesiva crítica atildada
que sólo valora la exquisitez de formas,
la brillantez del lenguaje y la
genialidad de ideas. Porque su trabajo
tuvo siempre dignidad y sentimiento.
Cuando Agustín luchaba contra viento y
marea por el pan de su familia, estaba
luchando en paralelo por el buen nombre
y el esplendor de sus queridas
hermandades y cofradías.
Estoy seguro que
Agustín fue feliz, muy feliz, en muchos
momentos de vida cofrade, al calor de
sus hermandades y en torno a sus
devociones. Pero desgraciadamente
también en nuestro pequeño mundo vivió
momentos de desilusión, desengaño o
pena. Sinceramente creo que no le
respondimos como requería, no supimos
ver sus necesidades y sus desgarros. No
le demostramos nuestro afecto como se
merecía. Llamó a nuestra puerta con
tanta dignidad, tan subrepticiamente,
que no oímos su llamada. Tenemos que
perfeccionar nuestros mecanismos de
atención a los hermanos. Hoy flota entre
nosotros un cierto sentimiento de
fracaso colectivo.
Querido Agustín: hoy
que estarás en presencia del Señor,
viendo nuestra pena por ti en todas y
cada una de nuestras hermandades, podrás
apreciar cuanto te queríamos todos. Hay
dos pequeñas huérfanas que queremos ver
crecer. Todos hemos perdido un gran
periodista cofrade, un hermano, un
amigo. Yo sé que te quedaste con las
ganas de participar en aquella junta de
gobierno del Viernes Santo que no pudo
hacerse realidad. Pero la Santísima
Virgen de Montserrat, a la que tanto
querías, te tendrá para siempre junto a
Ella, gozando de su serena belleza en el
cielo.
Fotos: Francisco Santiago© |