“Cuando siento, no
escribo”. Las palabras de Bécquer no
sirven para el momento. Hay que sentarse
para escribir de Agustín Hepburn, un
personaje que ha entrado definitivamente
en la galería de sevillanos que habitan,
por fin, en la memoria de una ciudad que
siempre los condena, en vida, al olvido.
Se ha ido Agustín en un vuelo absurdo y
rasante, en una triste pirueta, triste
como su vida triste. Hepburn era un
pobre hombre pobre. Nos dejaba sumidos
en esa bendita paradoja de la risa y la
ternura. Inventó un género más acorde
con la actualidad que con esa Sevilla
antigua y nostálgica que le sirvió de
cobijo: el telepregón. Homilías laicas
al paso de las cofradías, hechas con el
sentimiento que sólo demuestran los que
de verdad viven lo que ven. Barroquismo
que se perdía por los recovecos de la
palabra, de la metáfora, de la alegoría,
y que nos provocaba ese placer que sólo
nos proporciona la originalidad. Porque
Agustín Hepburn era irrepetible. Como
Vicente el del Canasto, como el Pali,
como Antoñito Cofradías… O como José
María Izquierdo, a quien Cernuda le
dedicó el capítulo más estremecedor de
Ocnos.
Se ha ido Agustín
haciendo el camino inverso. Del cielo
que perdió hace tiempo, a la tierra que
le será leve para que se cumpla el
aserto romano de la Bética que nos dio
el ser estoico que tanto nos hace falta
en un día como el de hoy. Se fue sin
hacer ruido, con ese silencio de
madrugada de viernes que le dejaba un
eco de susurro en sus retransmisiones
cofradieras. Pero Agustín no era
solamente un telepregonero. Lo suyo era
el reporterismo en el más noble sentido
de la palabra. Lo mismo servía para
entrevistar a unos chavales que juegan
al fútbol en un campo de albero de la
Oliva –“me llamo Raúl, juego de
delantero por la derecha, soy sevillista
y mi ídolo es Darío Silva”- que para
ponerle voz a los reportajes del
corazón: “nos encontramos en la estación
de Santa Justa con Isabel Pantoja, y
pudimos hablar con ella”.
Los que saben de
radio dicen que tenía una buena voz, una
dicción más que correcta para los
tiempos que corren: lo suficiente para
haber sobrevivido en esta selva. Otros
con menos facultades, pero con más mano
a la hora de manejar contratos y
despachos, enchufes y demás atajos,
siguen colocadoos en unos puestos que
les vienen grandes. En cambio, Agustín
vio cómo los trenes pasaban por delante
de su puerta, y siempre se quedaba en el
andén de la estación, como la Penélope
de Serrat, tejiendo y destejiendo
comentarios y quinarios, convivencias de
hermandades y cultos de Vírgenes de
gloria. O cubriendo cansinas y plúmbeas
ruedas de prensa en el Ayuntamiento,
donde deja una imborrable estela entre
ilustrados sevillanos que le estarán
llorando por dentro.
Para valorar a
Hepburn sólo nos falta eso que Cela dejó
escrito en La colmena. “No hay que
perder nunca la perspectiva”. Nos falta
tiempo para entender que Agustín era un
hilo más de ese tejido costumbrista que
sostiene la imagen amable, y a la vez
triste, de Sevilla. Los que despreciaban
su trabajo ignoraban lo difícil que
resulta hacer eso cuando todas las
condiciones son adversas. Ser como uno
es se paga caro. Por eso llevamos la
careta que nos salva, la máscara del
carnaval que se quitó Larra para verse,
sin trampa ni cartón, frente al espejo.
Hoy estará
descansando bajo la sombra protectora
del Cristo de las Mieles, el que
modelara Susillo con las mismas manos
que tanto daño le hicieron. Las
historias se repiten para que la
historia de la ciudad permanezca en el
tiempo. Nos deja Hepburn cuando
estábamos enfrascados en la relectura de
Bécquer, otro sevillano de apellido
foráneo. Resuena la voz del poeta que
también murió joven. “Cuidad de mis
niños”. Ojalá esté la ciudad a la altura
de las circunstancias, y entre todos
hagamos algo digno del momento.
Después de haber
rodado por esos trabajos donde el pago
no forma parte precisamente del
costumbrismo, Hepburn se va como su
paisano Machado, ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos del mar.
Nos deja un silencio sordo, una sonrisa
siempre a mano, un lamento perdido por
lo que pudo haber sido y no fue. Cuando
el tiempo fluya, la marea nos dejará su
eco, y el personaje nacerá del todo.
Mientras, el hombre huye hacia los
territorios ignotos de la muerte.
Descanse en esa paz que la vida le negó.
Francisco Robles es
periodista y escritor. Dirige el
programa "Ojos que nos Ven" y colabora
en el programa "Semana Santa de Sevilla"
en Sevilla TV. Actualmente pertenece al
equipo de colaboradores del programa
'Herrera en la Onda' que dirige y
presenta en Onda Cero, Carlos Herrera.
Fotos: Francisco Santiago© |