Bienvenidos a nuestro Portal

                         E-mail:  info@artesacro.org

   Portada | Noticias | Boletín | Contacto

Historia Sitios con Solera Cultura y Ocio Arquitectura Monumentos Semana Santa en Sevilla La Feria de Abril

Agustín Hepburn, in memoriam. Francisco Robles.-

Esta en: Portada / Biografías

“Cuando siento, no escribo”. Las palabras de Bécquer no sirven para el momento. Hay que sentarse para escribir de Agustín Hepburn, un personaje que ha entrado definitivamente en la galería de sevillanos que habitan, por fin, en la memoria de una ciudad que siempre los condena, en vida, al olvido. Se ha ido Agustín en un vuelo absurdo y rasante, en una triste pirueta, triste como su vida triste. Hepburn era un pobre hombre pobre. Nos dejaba sumidos en esa bendita paradoja de la risa y la ternura. Inventó un género más acorde con la actualidad que con esa Sevilla antigua y nostálgica que le sirvió de cobijo: el telepregón. Homilías laicas al paso de las cofradías, hechas con el sentimiento que sólo demuestran los que de verdad viven lo que ven. Barroquismo que se perdía por los recovecos de la palabra, de la metáfora, de la alegoría, y que nos provocaba ese placer que sólo nos proporciona la originalidad. Porque Agustín Hepburn era irrepetible. Como Vicente el del Canasto, como el Pali, como Antoñito Cofradías… O como José María Izquierdo, a quien Cernuda le dedicó el capítulo más estremecedor de Ocnos.

Se ha ido Agustín haciendo el camino inverso. Del cielo que perdió hace tiempo, a la tierra que le será leve para que se cumpla el aserto romano de la Bética que nos dio el ser estoico que tanto nos hace falta en un día como el de hoy. Se fue sin hacer ruido, con ese silencio de madrugada de viernes que le dejaba un eco de susurro en sus retransmisiones cofradieras. Pero Agustín no era solamente un telepregonero. Lo suyo era el reporterismo en el más noble sentido de la palabra. Lo mismo servía para entrevistar a unos chavales que juegan al fútbol en un campo de albero de la Oliva –“me llamo Raúl, juego de delantero por la derecha, soy sevillista y mi ídolo es Darío Silva”- que para ponerle voz a los reportajes del corazón: “nos encontramos en la estación de Santa Justa con Isabel Pantoja, y pudimos hablar con ella”.

Los que saben de radio dicen que tenía una buena voz, una dicción más que correcta para los tiempos que corren: lo suficiente para haber sobrevivido en esta selva. Otros con menos facultades, pero con más mano a la hora de manejar contratos y despachos, enchufes y demás atajos, siguen colocadoos en unos puestos que les vienen grandes. En cambio, Agustín vio cómo los trenes pasaban por delante de su puerta, y siempre se quedaba en el andén de la estación, como la Penélope de Serrat, tejiendo y destejiendo comentarios y quinarios, convivencias de hermandades y cultos de Vírgenes de gloria. O cubriendo cansinas y plúmbeas ruedas de prensa en el Ayuntamiento, donde deja una imborrable estela entre ilustrados sevillanos que le estarán llorando por dentro.

Para valorar a Hepburn sólo nos falta eso que Cela dejó escrito en La colmena. “No hay que perder nunca la perspectiva”. Nos falta tiempo para entender que Agustín era un hilo más de ese tejido costumbrista que sostiene la imagen amable, y a la vez triste, de Sevilla. Los que despreciaban su trabajo ignoraban lo difícil que resulta hacer eso cuando todas las condiciones son adversas. Ser como uno es se paga caro. Por eso llevamos la careta que nos salva, la máscara del carnaval que se quitó Larra para verse, sin trampa ni cartón, frente al espejo.

Hoy estará descansando bajo la sombra protectora del Cristo de las Mieles, el que modelara Susillo con las mismas manos que tanto daño le hicieron. Las historias se repiten para que la historia de la ciudad permanezca en el tiempo. Nos deja Hepburn cuando estábamos enfrascados en la relectura de Bécquer, otro sevillano de apellido foráneo. Resuena la voz del poeta que también murió joven. “Cuidad de mis niños”. Ojalá esté la ciudad a la altura de las circunstancias, y entre todos hagamos algo digno del momento.

Después de haber rodado por esos trabajos donde el pago no forma parte precisamente del costumbrismo, Hepburn se va como su paisano Machado, ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos del mar. Nos deja un silencio sordo, una sonrisa siempre a mano, un lamento perdido por lo que pudo haber sido y no fue. Cuando el tiempo fluya, la marea nos dejará su eco, y el personaje nacerá del todo. Mientras, el hombre huye hacia los territorios ignotos de la muerte. Descanse en esa paz que la vida le negó.

Francisco Robles es periodista y escritor. Dirige el programa "Ojos que nos Ven" y colabora en el programa "Semana Santa de Sevilla" en Sevilla TV. Actualmente pertenece al equipo de colaboradores del programa 'Herrera en la Onda' que dirige y presenta en Onda Cero, Carlos Herrera.
 

Fotos: Francisco Santiago©

Conocer Sevilla 2004 - Francisco Santiago©